Ante la cercanía de la celebración de la Cumbre de las Américas, el presidente de México, amenaza con no asistir en caso de que no sean invitados todos los países. El despropósito de esta política exterior nuevamente pone en peligro las relaciones bilaterales con nuestro vecino del norte y principal socio comercial en un arrebato diplomático que puede resultar costoso en materia migratoria y comercial.

La Cumbre de las Américas es una reunión en la que jefes de Estado de los países de América abordan temas de relevancia continental en áreas tan diversas como el comercio, la economía, los derechos humanos, el combate a la pobreza y la sostenibilidad ambiental, entre otros. Infortunadamente, las agendas tan ambiciosas poco han trascendido en acuerdos sostenibles lo que parece indicar que esta edición no será la excepción.

La IX Cumbre de las Américas que se desarrollará en Estados Unidos del 6 al 10 de junio, se llevará a cabo en un contexto geopolítico complejo ya que la mayor atención de la agenda exterior de nuestro vecino del norte ha estado puesta en Europa y los conflictos bélicos entre Rusia y Ucrania, por lo que esta es una oportunidad para acercarse con los países de América Latina en búsqueda de renovar su liderazgo continental.

No obstante, la posibilidad de que Estados Unidos no invite a Cuba, Nicaragua y Venezuela, ha generado revuelo en la región en la que particularmente México ha tomado cierto protagonismo a raíz de la gira presidencial en Centroamérica, en la que amagó con no asistir en caso de que todos los países no fuesen invitados.

Es importante señalar que no es la primera vez que no se invita a un país. En 2018 se le retiró la invitación a Maduro para que asistiesen opositores venezolanos. Con excepción de las ediciones de 2015 y de 2018, Cuba no había sido invitada previamente. Sin embargo, en esta reunión, está puesta la mesa para que Estados Unidos y México tengan más que perder en lugar de ganar.

Ante un posible boicot de esta edición, la actual administración de Estados Unidos pone en entredicho su liderazgo regional y que peor para nosotros que sea México quien no solo participe en él, sino que juegue un rol importante para tal fracaso. Como quien dice, el horno no está para bollos y tampoco está como tensar más la agenda bilateral y ponerla en camisa de once varas.

El que México sea visto como el hermano mayor en Centroamérica no deja muchos beneficios económicos que presumir. En el año 2021, las exportaciones mexicanas a Centroamérica y América del Sur fueron por 8.0 y 13.1 mil millones de dólares, cifras poco representativas comparadas con los 398.7 mil millones de dólares destinados a Estados Unidos. Las exportaciones de México a países del Centro y Sur de América equivalen al 5.4% de las destinadas a nuestro vecino.

Tan solo en 2021, la industria automotriz de México exportó más de 128.6 mil millones de dólares a Estados Unidos. Suponiendo que a los vehículos producidos en nuestro país se les impusiera un arancel del 15 por ciento en represalia, el costo de la pifia diplomática de México ascendería a 19.3 mil millones de dólares. Sin embargo, no todo es comercio exterior.

Mientras que México recibió 15.0 mil millones de dólares en inversión extranjera directa proveniente de Estados Unidos en 2021, la inversión captada del resto de Latinoamérica fue por 719.6 millones de dólares.

Desde luego, no se trata de que México vea con desdén sus raíces latinoamericanas, pero sí de considerar la perspectiva económica y la coyuntura geopolítica en las decisiones de política exterior. Si bien la agenda bilateral no se reduce a un evento continental, si abre la puerta para enfriar aún más las relaciones con Estados Unidos en un punto en el que el costo más allá de lo comercial y de inversiones, apunta hacia la agenda migratoria, ambiental y de combate al narcotráfico y crimen organizado.

Lejos de que México busque una mayor integración económica regional en Centroamérica similar a la que se tiene en la Unión Europea, que tomó décadas conformar; debe estrechar lazos con la vecindad del norte para afianzar una reforma migratoria. No obstante, estamos próximos a vivir la otra década pérdida, aquella en la que poco se ha logrado trascender en la agenda bilateral.

El rol de la política exterior de México luce cada vez más desdibujado. Hemos pasado del Benemérito de las Américas al desmerito mundial. México, reconocido entre sus vecinos continentales por ser conciliador, respetuoso y no confrontativo, pasa una vez más al desatino, la ocurrencia y la falta de formas y de fondos en la diplomacia.

El autor es presidente de Consultores Internacionales, S.C.®