Paradigma del Romanticismo, E. T. A. Hoffmann (Königsberg, 1776​-Berlín, 1822​) encarnó el eslabón de transición entre el mundo donde predominaba todavía la razón y esa novedosa voluntad de ruptura que implicó el llamado Sturm und Drang alemán, por supuesto de la mano del imponente Goethe y el impasible Schiller. Más bien corta y azarosa, su vida resulta contrastante porque si bien su personalidad y su visión del mundo coincidían con ese maravilloso nuevo “desorden” de creatividad, en su formación se manifestó la apertura de saberes y de intereres de la escuela anterior, como jurista, como dibujante y caricaturista, como pintor, como arquitecto, como teatrista en varios frentes, como cantante y compositor.

Admirado por Beethoven y por Weber, y por otros muchos grandes artistas y pensadores que veían en su persona y en su obra un caudal inagotable de inspiración, E. T. A. Hoffmann sumó el tercero de sus nombres de firma a raíz de su gran veneración por Wolfgang Amadeus Mozart, en especial por el creador de Don Giovanni ––fuente de su relato Don Juan–– que era su obra predilecta y de la cual Jacques Offenbach utiliza una muy conocida frase en su gran ópera inspirada en el artista de Königsberg.

Uno de los primeros artistas independientes que rompió con el mecenazgo, viviendo exclusivamente de su arte, de su trabajo como tramoyista, director y escenógrafo, en Leipzig comenzaría además una no menos reconocida carrera como crítico musical en la famosa revista Allgemeine Musikalische Zeitung, dejando una valiosa herencia de lúcidas e inventivas reflexiones en la materia que años después influirían en otros músicos y críticos como Schumann.

Ya un personaje y un artista reconocido, la segunda década del nuevo siglo resultó determinante en su producción musical y literaria, pues de esos años es su Fantasiestücke cuyo patrón después seguiría el propio Schumann y su ópera más conocida Undine que estrenó en la Königliches Schauspielhaus de Berlín en 1816. A partir de la novela fantástica homónima de Friedrich de la Motte Fouqué, refiere la triste historia de una ondina o espíritu de agua, quien se casa con un caballero para poder obtener un alma que en su condición le ha sido negada. Convertida en niña en la tierra y adoptada por una familia de pescadores, el caballero le jura un amor eterno que su familia le advierte no podrá cumplir dada su condición de ser humano transitorio e imperfecto. Tema utilizado por muchos otros compositores, como Dvořák en su más afortunada ópera Rusalka, la tragedia se consumará entonces cuando sea la misma Ondine quien tenga que vengar su desamor y darle muerte al caballero fugaz.

Si bien su gran pasión era la música que colocaba como expresión artística suprema, lo cierto es que el escritor tuvo mucho mejor fortuna, como lo atestiguan muchos de sus cuentos y algunas de sus novelas todavía presentes en el radar literario, conforme influyeron en narradores posteriores de trascendencia como Edgar Allan Poe, Théophile Gautier e incluso Franz Kafka. Fue de igual modo pionero en el uso del doppelgänger, es decir, del doble fantasmal que influiría en muchos otros autores, sin olvidar por supuesto al gran Jorge Luis Borges. Inspirado por El monje, de Matthew Lewis, su novela gótica más oscura y célebre es Los elixires del diablo, publicada por entregas, entre 1815 y 1818, a manera de folletín. Si bien Hoffmann no era precisamente creyente, su impresión al visitar un monasterio de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos fue tal que decidió escribirla en ese entorno religioso, místico, dominado por el sobrecogimiento de un artista obseso e inspirado.

Sus obras de ficción, de horror y de suspenso, que son modelo del Romanticismo literario y del género fantástico por cómo introducen y dosifican el artificio de lo extraordinario que irrumpe en el orden cotidiano, combinan lo grotesco y lo sobrenatural con un poderoso realismo psicológico que trascendería hasta el siglo XX y el cinematógrafo. El mismo Heinrich Heine escribió sobre él: “Todas sus historias llevan el sello de lo extraordinario. Los elixires del diablo, por ejemplo, contienen las cosas más terribles y espantosas que puede imaginar el espíritu humano. ¡Cuán débil nos parece El Monje, de Lewis, que trata el mismo tema! En Gotinga, un estudiante se volvió loco tras leer esta novela que ha sido de inspiración para otros autores”.

De la misma época de los Hermanos Grimm, otras historias fantásticas suyas como El hombre de arena, o La noche de San Silvestre, o El puchero de oro, o El violín de Cremona, han servido de igual modo de modelo, y personajes de estas leyendas hechas literatura por su genio aparecen y conviven con el propio Hoffmann enamorado en la mencionada ópera de Offenbach: Olympia, Antonia, Giulietta, Stella, y el diabólico antagonista del poeta encarnado por los Lindorf, Coppelius, Miracle y Dapertutto. Pero además de Los cuentros de Hoffmann (con libreto de Jules Barbier, a partir de una obra escrita por Michel Carré y el propio Barbier en derredor de los cuentos de Hoffmann) que están en repertorio todo el tiempo y ha servido de lucimiento para sopranos y tenores de primer orden, el músico francés Léo Delibes cumpuso su no menos famoso ballet Coppélia a partir del mismo El hombre de arena.

Uno de los músicos y escritores más referenciados, su reutilizado personaje del kapellmeister Johannes Kreisler también inspiró la inmortal obra para piano Kreisleriana de Schumann, y Wagner usó un tratamiento de Hoffmann en sus celebérrimos Los maestros cantores de Núremberg. Gaetano Donizetti empleó El Dux y la dogaresa para la ópera Marino Faliero, y tomó muchos rasgos de Signore Formica para su Don Pasquale. De influencia más o menos manifiesta son de igual modo otros relatos suyos de horror deliciosamente elegante como El magnetizador, o El mayorazgo, o Vampirismo, o Los autómatas, que han contribuido sustancialmente a delinear el género fantástico.

En el pináculo de su éxito y esclavo de su incontenible sensibilidad, se entregó a una vida desordenada que acabó por destruir su salud y conducirlo a las puertas de la locura, como su contemporáneo y no menos desgraciado Hölderlin, si bien su productividad desaforada lo mantuvo todavía lúcido y activo hasta su muerte. Ya paralítico y muy mermado el último año de vida, le dictaba sus textos a su esposa y a sus secretarios, porque el encierro forzoso y la inactividad física habían intensificado su agudeza y su creatividad. Si bien sus muchos amigos devotos intentaron alejarlo en varias ocasiones del abismo, la censura y la desaparición de su amado gato Mürr (que sus vívidas observación e imaginación ya habían hecho personaje protagónico de su novela Opiniones del gato Mürr, de 1822, donde también aparece el maestro de capella Kreisler) acabarían por desesperarlo y darle la útima estocada, agravándose irremediablemente con la sífilis que poco más de un lustro después mataría también al más joven y no menos genial Schubert.