Alguna vez, Antonio Gramsci apuntó que la historia de un partido importante es también la historia de un país. Esta afirmación es válida cuando se hacen referencias al caso mexicano del PRI. Por eso mismo es muy importante ahondar no solamente en el futuro de ese partido, sino también en su historia y su presente. El PRI es y ha sido un factor indiscutible, independientemente de las preferencias y los adjetivos que merezca hoy. Como factor o como instrumento, desde los días del PNR fue un ingrediente en la historia política del país, al relacionarse con la construcción de las instituciones del México moderno en los términos de la política.
El PNR-PRM fue un factor para operar la institucionalización en el país. Fue el instrumento político para someter a los poderes laterales en el país. Como fuerza corporativa aportó energías políticas para las reformas del cardenismo y la idea de que en México se debería construir un entramado social con menos desigualdades. Estuvo en los momentos cimeros de la Revolución Mexicana y a su alrededor, o por encima, se construyó la ideología del nacionalismo revolucionario: una visión que todavía prevalece -así lo demuestra el poder ideológico de MORENA-.
Alguna vez, también Octavio Paz afirmó que la historia es el espacio de lo imprevisible. En ese orden, no podría pensarse en cuál es el futuro político del PRI que, incluso, puede desaparecer o renacer en el los tiempos que vienen. Lo importante es conocer las razones de sus crisis y de sus repuntes que siempre serán posibles. El PRI decayó cuando sus bases de sustento, que eran la estructura corporativa y el poder del Presidente comenzaron a colapsarse. Cayó de las preferencias ciudadanas cuando ya tenía poco que ofrecer y muchos motivos para cuestionarlo. De todas maneras, su historia, otra vez Gramsci, es la historia de México.
Lo que cabe decir es que la crisis del PRI no es un motivo para celebrarse. Sus problemas se corresponden con los problemas de los sistemas de partidos y es un espejo en el cuál deberían verse otros actores políticos. El PRI propició o permitió varias transformaciones en el país, pero no cambió en sus comportamientos internos: vio venir los cambios en la sociedad mexicana, pero no hizo puntualmente las adecuaciones que necesitaba.
La desaparición del PRI, y del PRD, no beneficia a nadie desde el punto de vista político y puede constituir un factor de riesgo para el país. No le podemos apostar a la ausencia de una fuerza política que —junto a otras muy complejas— es un factor para evitar las polarizaciones en el país que en nada pueden beneficiarnos.
Como actor, la organización priista tiene dos facetas. Una raya en la picaresca, con sus dirigentes cínicos y pintorescos de diversos tiempos. La otra, sin embargo es necesario examinarla con mucho cuidado. EL PRI es un protagonista de la corrupción, pero también lo es, de grado o por la fuerza, del México democrático que ahora tenemos. Hubo priistas pillos y ciudadanos de buena fe que lo acompañaron bajo el signo del nacionalismo revolucionario. Estos mexicanos están, en buena medida, desencantados. Pero ese desencanto no es un motivo para festejos.
El futuro electoral del PRI es impredecible. Lo que sí es seguro es que será, deberá ser, un espejo en el que los partidos políticos mexicanos deberán verse. Así es este asunto de la historia.
@Bonifaz49