La paridad entre el peso mexicano y el dólar estadounidense es, sin duda alguna, una variable macroeconómica que debe tenerse en el foco de atención ¿Pero es realmente el faro que nos indica el desempeño de la economía? La evidencia pareciera decirnos que no necesariamente es así, aunque desde la Presidencia de México se eleven las campanas al vuelo reiteradamente cuando el peso está fortalecido respecto al dólar.

Si volteáramos a ver a la economía mexicana observaríamos que hay datos nada alentadores: una desaceleración del crecimiento –al menos medido por el indicador global de la actividad económica–, un impacto negativo en las finanzas públicas derivado del subsidio del 100 por ciento a las gasolinas y una marginal o nula incidencia del paquete contra la inflación y la carestía en los precios y en las mercancías, por poner tan solo unos ejemplos económicos, y la alta incertidumbre política que se genera día con día desde el Gobierno Federal.

De ser así, entonces la fortaleza que recientemente ha mostrado el peso respecto a sus pares latinoamericanos ante un turbulento escenario internacional se explica más por factores externos que internos. Primeramente, el dólar se ha debilitado por las altas tasas de inflación en el país del norte, que en mayo fue de 8.6 por ciento anual, y por la reciente normalización de la política monetaria de la Reserva Federal.

Esta “importada” apreciación cambiaria encuentra en la estabilidad de la deuda del sector público y en el aumento en el precio del petróleo crudo otras posibles explicaciones, aunque esto puede resultar en una mala jugada del Gobierno Federal, si, como se espera, la economía tenga un bajo crecimiento en el 2022. Sobre esto, recientemente diversos organismos internacionales como la OCDE o el Banco Mundial redujeron la perspectiva de crecimiento para la economía mexicana, ubicándola por debajo del 2 por ciento.

El principal movimiento de una moneda apreciada como el peso se observa en la demanda de exportaciones e importaciones. La literatura nos dice que este comportamiento tiene dos caras. Por un lado, al dar menos pesos por dólar, los bienes importados son menos caros –o hay una reducción del precio relativo de los bienes extranjeros– lo que tiende a aumentar el volumen de las importaciones. Pero por el otro, la apreciación puede provocar que la producción de bienes nacionales pierda competitividad en el mercado extranjero porque se encarecen, lo que hace que las exportaciones disminuyan. El saldo de la balanza comercial es un indicador que muestra si el país es un comprador o un vendedor en el mercado mundial de bienes y servicios.

Con los últimos datos disponibles del INEGI, y a manera de ilustración didáctica, en la economía mexicana se presentó ese fenómeno. Las exportaciones, al ser menos caras que antes, aumentaron 26 por ciento en abril con respecto al mismo mes del año previo y las exportaciones sólo crecieron 16 por ciento en el mismo lapso. Esto representó un déficit de la balanza comercial de -1,884.07 millones de dólares. En ese mes, la paridad promedió 20.10 pesos por dólar.

Si se observa el crecimiento de un mes respecto al otro, también puede vislumbrarse un comportamiento similar. Las importaciones han crecido de enero a febrero 12 por ciento, de febrero a marzo 15 por ciento y de marzo a abril se redujeron en -5 por ciento. Esto implicó que, aproximadamente, crecieran de 40 mil millones de dólares a cerca de 50 mil millones de dólares. Con respecto a las exportaciones se puede observar una ligera ralentización para los mismos meses, 36 por ciento, 12 por ciento y -9 por ciento.

De acuerdo con las encuestas sobre las expectativas de los especialistas en economía del sector privado, se espera que el tipo de cambio se ubique entre 19.29 y 21.53 pesos por dólar. El escenario no luce nada alentador, sobre todo porque se avecina una posible recesión mundial que afectaría considerablemente al comercio internacional y porque a nivel doméstico se espera que se discutan las reformas Electoral y de la Guardia Nacional en el próximo período ordinario de sesiones de las Cámaras, que de aprobarse generarían una importante salida de capitales.

Con lo anterior, se puede decir que la apreciación del tipo de cambio no necesariamente significa que a la economía le vaya bien o que mida sólidamente de alguna u otra manera el desempeño del Gobierno. Lo que sí es cierto es que en el ideario de la población el efecto de una depreciación brusca, o movimientos abruptos de la moneda doméstica, son signos de debilidad de la economía en su conjunto y eso afectaría la popularidad del Gobierno Federal que bien sabe que puede obtener un capital político de seguir las cosas como hasta ahora.

El autor es presidente de Consultores Internacionales, S.C.®