El fracaso del socialismo soviético y sus sucedáneos, produjo el renacimiento de las derechas. Territorios históricos del pensamiento y la política de las izquierdas, se convirtieron en bastiones de las derechas más intransigentes.

Un fracaso de las izquierdas oficiales de la 4T y sus aliados sería aún más catastrófico.

En los hechos la 4T no ha realizado ninguna reforma social. Su funcionamiento se realiza a partir de una sumisión al gran capital. No se propone ni siquiera una reforma fiscal de carácter progresivo ni de ningún tipo. La militarización de la vida pública tiene una grave connotación derechista. Sus “grandes proyectos “fomentan el despojo a los pueblos originarios, atentan contra la naturaleza y el medio ambiente. Su “estrategia” contra los grupos criminales y la violencia es en realidad una especie de concordato con esos grupos de poder, donde el Estado cede sin obtener casi nada a cambio. Los resultados son una tragedia con cientos de miles de muertos y desaparecidos. No existe ningún proyecto a favor de la Salud pública sino todo lo contrario. Eso mismo se puede decir de la Educación en todos sus niveles. No hay una política de creación de empleo. La demagogia en materia sindical es en la realidad la permanencia del charrismo, Morena no tiene ninguna propuesta de construcción de un sindicalismo autónomo, mucho menos clasista.

Se pueden enumerar muchos ámbitos más de la vida nacional semejantes.

Sin embargo, hay un sector de las izquierdas fascinado con AMLO y su 4T.

Para defender al gobierno señalan que AMLO es víctima de una campaña golpista de la derecha. Ante eso es obligatorio para las “izquierdas” defender el “proyecto de la 4T. Aunque no se puedan sustentar cuáles transformaciones se han realizado.

Una buena parte de esas “izquierdas “oficiales están muy satisfechas con rituales de celebración de fechas, exaltación de figuras nacionales e internacionales asociadas a revoluciones pasadas o que fueron traicionadas, como es el caso de la Revolución Cubana.

Aún admitiendo que esas figuras, como Fidel Castro, El Che Guevara continúen siendo emblemáticas de una originaria raíz revolucionaria y no una expresión de su derrota y traición, su culto no es suficiente para acreditar una condición de fuerza transformadora del presidente López Obrador, Morena y toda la madeja de contradictorios intereses que están presentes en su política.

La hegemonía actual del grupo en el poder, puede consumar un triunfo electoral tanto en las elecciones del año próximo en el nivel de los Estados, que pongan los cimientos para la victoria en las presidenciales del 2024. Incluso en ese escenario probable y posible, ello no tiene necesariamente una naturaleza de transformaciones de carácter popular o avanzado.

Para algunos partidarios de la 4T, que admiten con cierta timidez la ausencia de reformas, se trata de entender que hay “limitaciones nacionales e internacionales” que obligan a tener una “actitud pragmática”. No explican para qué se requiere ese pragmatismo, si no hay estrategia alguna para impulsar una propuesta de transformaciones, aunque sean moderadas.

Todo el “discurso” de esas izquierdas oficiales de la 4T, se consume en si mismo.

En ese “modelo” de Transformaciones, lo único que en realidad se defiende es el poder alcanzado, aunque no tenga ninguna estrategia de construcción de un poder popular o mínimamente reformista. Un poder, por cierto, que no ha tocado ni con el pétalo de una rosa a los viejos poderes fácticos.

No sirve de nada ocultar que para muchos grupos o individuos de las izquierdas tradicionales, si se produjo una victoria. Muchos tienen puestos importantes en el aparato del Estado. No importa que esas posiciones no sean resultado de pactos o acuerdos con AMLO, sino dádivas que el presidente otorga y puede quitar en el momento que lo requiere o se le ocurra, sin que la salida de individuos, por más importantes cargos que ocupen signifique ni la menor crisis “de gabinete” para el presidente. Es la típica cultura presidencialista del PRI la que otorga chambas o las quita sin mediar acuerdo o alianza por mínima que sea, como ocurre en Chile o en Colombia.

Asimilarse a las prácticas presidencialistas sin rubor alguno, puede ser muy costoso para esos antiguos izquierdistas que hoy se sienten en los cuernos de la luna.

La cuestión se complica mucho, si se atiende el proceso internacional, donde el derrumbe del socialismo soviético asestó un golpe histórico a las izquierdas.

Ello ocurrió a pesar de la construcción de formaciones sociales menos desiguales, en el mundo del socialismo realmente existente. En ese “modelo socialista”, hubo logros en materia de instituciones sociales promotoras del empleo, un “modelo” de industrialización basado en la propiedad estatal de los medios de producción y otros rasgos de cambio favorables a las clases y sectores sociales no capitalistas. Es posible que todo ello se diera n un capitalismo de estado, que a la postre se convirtió en un proceso de conformación de un Estado totalitario. En una sintética conclusión: el “socialismo soviético” desvirtuó su origen anticapitalista y revolucionario.

Si ello ocurrió en un “mundo socialista” que era un contrapeso al mundo capitalista, su derrumbe, no pudo estimular la búsqueda de una ruta viable para construir un proceso alternativo a la terrible desigualdad y explotación del capitalismo.

Volviendo a México, el estilo de gobernar de AMLO tiene además ominosas prácticas contrarias a las mínimas normas e instituciones democráticas. Cuestiones que son señaladas con más frecuencia por las oposiciones liberales.

Sin omitir esas políticas autócratas que están poniendo en entredicho los rudimentos democráticos, conquistados por diversas fuerzas en los últimos decenios del siglo XX y principios del XXI; es conveniente preguntarnos que viene después de la 4T para una propuesta de las izquierdas autónomas.

Un legado de nulas reformas, de casi nada digno de ser considerado como transformación del viejo régimen que se autocalifica, como “izquierda” y se identifica con dictaduras como la de Cuba, la de Venezuela e incluso la de Nicaragua y fomenta los símbolos, figuras, música y otros elementos de unas izquierdas derrotadas o convertidas en modelo opuesto a las transformaciones revolucionarias; puede favorecer una regresión derechista después de la 4T.