Siempre estuve enfrentado a Luis Echeverría, la vida da sorpresas, dice Willie Colón, tuve una relación muy extraña con él.

Cuando supe que era el candidato del PRI a la presidencia, en noviembre de 1969, me encontraba viviendo en Moscú. Fue una noticia demoledora, pensé: nunca podré volver a México. Mi temor se basaba en su comportamiento represor y anticomunista como secretario de gobernación del presidente Gustavo Díaz Ordaz. Imaginé que el país se iba a continuar hundiendo en el pozo negro de los años del terror, posteriores a la masacre de Tlatelolco.

El atentado contra los presos políticos en Lecumberri, el 1 de enero de 1970, me hizo regresar a México en junio de ese año, lo más rápidamente que me fue posible, venciendo los trámites burocráticos soviéticos.

La campaña de Echeverría se realizó confrontándose con los estudiantes, fue a fuerzas a Universidades como la de Baja California y la Nicolaita de Michoacán, donde los estudiantes lo repudiaron e incluso lo obligaron a rendir un minuto de silencio por los muertos del 2 de octubre.

El 10 de junio de 1971, Echeverría tenía año y medio de ser presidente, cuando se realizó la masacre en San Cosme. Ante el inmenso desprestigio del uso del ejército en Tlatelolco, Echeverría optó por usar un cuerpo paramilitar entrenado por un militar graduado en las academias de los Estados Unidos, Manuel Díaz Escobar. Los Halcones llegaron gritando consignas como “Che Che Guevara”, LEA intentó manipular los hechos para “acreditar” su versión gubernamental de que lo ocurrido el Jueves de Corpus, fue un enfrentamiento “entre estudiantes” dijo.
La misma tarde-noche de la represión en San Cosme denuncié al presidente como responsable de la masacre. Tuve cierto olfato, porque unos días después Echeverría se dijo víctima “de los emisarios del pasado”, destituyó al regente Alfonso Martínez Domínguez y al jefe de la policía Rogelio Flores Curiel, aparentando que con ello castigaba a los culpables. Poco tiempo después los nombró gobernadores de Nuevo León y Nayarit. El comportamiento criminal y perverso retrata completamente el estilo de Echeverría.

Su demagogia engañó a muchos, entre ellos a Carlos Fuentes incluso a Julio Scherer y a Heberto Castillo, ese engaño se sustenta en la hegemonía política y cultural del nacionalismo-estatista.

La ideología del nacionalismo revolucionario estatista fue usada por LEA, de la misma manera que la usa ahora AMLO.
Es muy cómodo condenar a un muerto y venerar esas mismas políticas de simulación y persecución practicadas por el actual gobierno.

Echeverría fue a la UNAM en marzo de 1975. Su visita fue una agresión a los universitarios y a los estudiantes.

Un pequeño grupo de estudiantes y algunos profesores de Economía de la UNAM, nos organizamos para denunciar al presidente en su propia cara. Nos desplazamos al auditorio de Medicina, un día antes instalamos una inmensa manta de varios pisos en la Torre de Humanidades, repartimos volantes y conseguimos romper las vallas del Estado Mayor y logramos ingresar al auditorio.

Cuando estuvimos dentro, conseguimos voltear a los asistentes y de una actitud pasiva se sumaron a nuestras consignas contra Echeverría.

La presión de la gente, obligó al presidente a escuchar mi discurso en su contra.

Fui el megáfono, la voz, de miles de estudiantes opuestos a Echeverría y en su propia presencia lo denuncié sin ninguna concesión.

Hubo cierta persecución contra mi, un antiguo historiador lombardista, Gastón García Cantú, me acusó en un artículo publicado en primera plana de Excélsior, al día siguiente de la visita de LEA, de intentar “linchar “al presidente.

La solidaridad de mis compañeros y la presión de muchos estudiantes y universitarios frenaron la persecución.

A partir de ese día, Echeverría me convirtió en una de sus obsesiones. Me buscó, varios años después, para invitarme a su casa de San Jerónimo a ver la película que filmó la presidencia de su entrada a la UNAM. Misma que solía pasarles a sus invitados de todo tipo.

Lo medité y consulté con mis compañeros y amigos, finalmente acepté. Fueron conmigo varios amigos y compañeros. Ese día tuve una discusión muy ríspida en su despacho de director del CEESTEM, donde LEA insistió en sus paranoias. Hablo de la conjura castro-comunista y otras sandeces semejantes. Reiteré la condena a la masacre de Tlatelolco y a la de San Cosme. Señalé que fueron el clímax de una política de Estado represor y autoritario. Contra ese despotismo se rebeló el movimiento estudiantil. Pagó muy caro su anhelo libertario.

Después de ver la película, me encontré a Luis Echeverría en la Unidad Habitacional donde vivo desde 1984, Villa Olímpica, situada al sur de Ciudad Universitaria. Me volvió a invitar a su casa para regalarme la película antes comentada.

Cuando se estableció el Comité Ciudadano de la Fiscalía Especial para los Movimientos Sociales y Políticos del Pasado FEMOSP, decidí participar para llevar a Echeverría a juicio.

Se consiguió consignarlo y sentenciarlo por el delito de genocidio, por lo cual estuvo bajo arresto domiciliario 847 días, 29 noviembre 2006 al 26 de marzo de 2009.

Estaba en pleno proceso en su contra, cuando murió mi vecino Luis Suárez, colaborador de Siempre, en sus funerales me encontré a Echeverría.

Me hizo una amenaza socarrona, me dijo “lo leo, deje de escribir del pasado, hay que ver hacia adelante, hay que unir a las izquierdas con el PRI”.

No lo volví a ver nunca más.

Echeverría ha muerto pero su estilo de gobernar, su ideología, su demagogia y muchos signos ominosos de tipo represivo los heredó el presidente Andrés Manuel López Obrador.