La humanidad afronta una coyuntura compleja, que se expresa en un abanico de inquietudes sociales, inequidades económicas y formas de hacer política. Hoy, cuando la guerra deja ver sus horrores en distintas latitudes, los países europeos se empeñan en modernizar sus fuerzas armadas y los organismos multilaterales no encuentran la fórmula para contener esta espiral de desencuentro y decadencia.

Para los expertos en relaciones internacionales, el estado de cosas ofrece una rica veta para el análisis académico y la identificación de conceptos que aporten a la construcción de un nuevo entendimiento universal. Sin embargo, no es fácil avanzar por ese camino debido a que prevalece la idea de proponer reformas superficiales al sistema internacional, aludiendo para ello que lo único que ha cambiado desde 1945 son los equilibrios del poder, lo que no es poca cosa. El diagnóstico es acertado, pero también muy general y endeble, debido a que tiene como origen la presunción de que las relaciones internacionales, como disciplina, se limitan al análisis de la política exterior de Estados Unidos. Este criterio unicausal, aleja la posibilidad de crear conocimiento en esta rama de las ciencias sociales, al conferir prioridad a cambios cosméticos y coyunturales del orden liberal que custodia los intereses de dicho país, en detrimento de otros más profundos que los pudieran afectar.

En efecto, para algunos académicos, el solo enunciado de tomar distancia de la citada política exterior de Washington, carece de utilidad. Para quienes así piensan, lo que acontece en el mundo es consecuencia directa de los estímulos y respuestas que ofrece la diplomacia estadounidense a diferentes situaciones, para facilitar la gobernanza global. Esta visión la abrazan y reproducen de manera inopinada terceros estados, al hacer suyo el interés nacional de la Unión Americana. Paradójicamente, para quienes disienten de este enfoque, el torbellino de reflexiones los lleva, finalmente, a transitar por el mismo camino y a legitimar, en el ámbito académico, el marco teórico liberal que siempre ha explicado la antigua confrontación bipolar y la realidad actual. En este callejón sin salida, tal pareciera ser que los únicos criterios válidos para estudiar las relaciones internacionales son los de la epistemología anglosajona y los think tanks de occidente.

Cierto, con independencia de los teóricos del socialismo real, es difícil distanciarse de modelos académicos liberales que probaron tener cierta capacidad para comprender el fenómeno internacional, como sucedió durante la Guerra Fría, no obstante que esos mismos modelos teóricos ahora son insuficientes para analizar los desafíos de la globalización. Con ello en mente, en la actual encrucijada, construir conocimiento para explicar las relaciones internacionales es una prioridad académica, política y para la supervivencia del género humano. En ese sentido, con imaginación sociológica y recuperando algunos elementos útiles del orden liberal, es pertinente que la teoría de dicha disciplina se aleje de las definiciones clásicas del poder y de aquellos atributos tradicionales del Estado que no valoran, en su justa dimensión, que la globalización plantea serios retos a toda la humanidad, por ejemplo el avance de la pobreza y el cambio climático. En este empeño, los académicos del sur global están llamados a hacer un esfuerzo para identificar variables teóricas que armonicen las demandas de las nuevas generaciones y maticen la interpretación cerrada del Estado y mercantilista de la globalización.

El autor es internacionalista.