Murió Mijail Gorbachov; con más de nueve décadas a cuestas, se ha ido uno más de los grandes líderes del Siglo XX, que transformaron al mundo y el perfil de las relaciones internacionales. Autor de las famosas Glasnost (apertura) y Perestroika (reconstrucción), fue el último líder del Partido Comunista de la Unión Soviética y también el visionario que propició la disolución pacífica de esa otrora poderosa nación. Para muchos héroe y para otros villano, Gorbachov encarnó el ánimo de transformación de un país encaminado a desaparecer por sus contradicciones internas y por la dificultad de acompasar su inconexa economía con el enorme reto que entonces planteaba la carrera armamentista con Estados Unidos y su “guerra de las galaxias”. A estas situaciones se agregó el fatídico accidente de la planta nuclear de Chernóbil, Ucrania, en abril de 1986, que dejó ver el desfase tecnológico de la URSS y amenazó seriamente la salud de las personas y del medio ambiente en Europa.

En la cúspide del Soviet Supremo, Gorbachov afrontó el complejo reto de transformar un país con un modelo de desarrollo económico y político que, en nombre de la justicia social, quedó a deber libertad y democracia. Entre 1985 y 1991, el mundo socialista se desmanteló con rapidez. El internacionalismo proletario, que fue bandera de un importante número de movimientos de liberación nacional y revoluciones en diversas regiones del orbe, perdió significado de un día para otro. De igual forma, el antes poderoso Pacto de Varsovia se diluyó, al igual que el Consejo de Ayuda Económica (CAME), cuya meta era fomentar la cooperación entre las naciones satélites de la URSS.

El desconcierto generado por tales acontecimientos fue mayúsculo, al igual que sus consecuencias. El eco de los eventos en Moscú alcanzó de inmediato a otras naciones de la esfera soviética, señaladamente a la desaparecida República Democrática Alemana. En el emblemático 9 de noviembre de 1989, los ciudadanos de ese país y sus vecinos de la República Federal, se aglomeraron a ambos lados del Muro de Berlín y lo derrumbaron ante los atónitos ojos de guardias que, por primera vez, se pusieron del lado de la gente. A partir de entonces se acabó la “cortina de hierro” y se inició el proceso de reunificación de Alemania y de reconfiguración de la geografía política europea y del mundo.

Conviene tener presente que Gorbachov acabó con la URSS, pero no con los rezagos estructurales que dieron origen al socialismo real y que se han agudizado con la globalización. Coincidencia o no, en paralelo a esos hechos, del otro lado del Atlántico se renovaba la apuesta por la democracia. A finales de noviembre de 1987, en Acapulco, el Grupo de los Ocho, antecedente del Grupo de Río y de la CELAC, señalaba nuevos derroteros para la región, con lenguaje y diagnóstico distintos a los de las superpotencias. Ese patrón, que se mantiene hasta hoy y confiere identidad y capital político propio a América Latina y el Caribe, debe ser guía para que nuestra región, con visión de sur global, responda a los retos de un mundo que no deja de cambiar, donde los rezagos sociales son profundos y han encendido luces de alerta.

El autor es internacionalista.