Purgar al INE junto con la militarización, el control de las cámaras del Congreso de la Unión y la mayoría de las estatales, además de la suprema Corte y todas las medidas de sometimiento a las diversas instituciones autónomas del Estado, traza una ruta golpista antidemocrática.
El estilo destroyer de liquidar todo lo que sea mínimamente producto del largo camino democrático, legado de decenas de luchas y movimientos contra el autoritarismo priista, esta poniendo las bases de su restauración.
No es tan original que desde el aprovechamiento de las normas democráticas se forjen regímenes dictatoriales, como fueron las llegadas a los gobiernos de Alemania e Italia, mediante las victorias de Adolfo Hitler y Benito Mussolini, este último tan venerado por AMLO.
Caer en la trampa o la lógica de discutir al interior de la llamada reforma electoral, colocando el debate en tal cual aspecto, sin comprender que se trata de un “paquete” para deshacerse del INE y restaurar el viejo “modelo” de control de las elecciones por el presidente, es en el mejor de los casos muy ingenuo o de plano una coartada para someterse a la voluntad de AMLO.
No se trata de debatir si es conveniente reducir la inmensa bolsa destinada a subsidiar a los partidos, es decir a su burocracia. Obviamente que suena racional y hasta justo, para un país tan lleno de pobreza, miseria y desigualdad.
Tampoco lo es reducir el aparato del INE, nunca entendí ni apoyé ese aparato tan ofensivamente oneroso.
Reducir el número de diputados también puede ser muy “popular”, dada la ineficacia de sus integrantes. En realidad, a la Cámara de Diputados la maneja un pequeño grupo en manos de los jefes de las fracciones parlamentarias, no son ni 50 los que mueven el pandero en la cámara de diputados, los jefes las fracciones cuentan con centenares de millones de pesos libres de rendición de cuentas, con los cuales se compran los votos de los diputados o de los senadores.
Son tristemente celebres las aprobaciones unánimes de la Ley Televisa, del Pacto Por México y no se diga todo lo relacionado con la Guardia Nacional.
Tanto en la era priista como en la morenista, los presidentes han disparado cañonazos de millones para construir esas unanimidades, mayorías constitucionales o mayorías simples.
Es demagogia la aparente elección por voto popular de los consejeros del llamado Instituto Nacional de Elecciones y Consultas, dado que en realidad los designará el presidente y su partido pues serán propuestos de él 20, por el Congreso de mayoría morenista 20 y otros 20 por la Corte. La votación será al estilo soviético o cubano. Los electores votarán por la lista “cocinada” por el presidente, Ya vimos los ensayos de esa forma “democrática” de votar, en las “consultas” promovidas por AMLO.
Establecer la proporcionalidad directa es lo único avanzado que hay en la reforma, pero dentro del paquete se anula.
No se proponen verdaderos cambios en el régimen de partidos. Siguen permaneciendo los requisitos imposibles de reunir por ciudadanos o grupos sin estar en el aparato.
No se propone el registro abierto para partidos y candidatos, como existe en Europa e incluso en Estados Unidos.
En pocas palabras se mantiene el monopolio de la partidocracia.
Tampoco se establece la segunda vuelta.
Son medidas muy restauradoras y abiertamente proyectadas para eternizar el poder del caudillo y sus instrumentos electorales. Al modo del PNR, el PRM y el PRI.
Es la desfachatez sin rubor alguno de los instintos absolutistas de Andrés Manuel López Obrador.
Soy bastante pesimista y considero que el presidente va a volver a “doblar” a los priistas y ha conseguir la aprobación de esta contra reforma restauradora, muy ad hoc con el PRIMOR.
Esta muy difícil reconstruir el proceso democratizador.
El sistema de la partidocracia nos conduce a callejones sin salida.
Es como una mesa de billar donde hay solamente las buchacas de los partidos registrados.
Todos representan a la casta que domina el poder hace un siglo.
Las familias, las dinastías y clanes están enquistados en el poder político; son parte de los grandes capitales. También tienen un control de las élites culturales.
Sus vínculos familiares los hacen mantenerse eternamente en el poder, es una especie de monarquía enmascarada con la careta de democracia.
Esa mascarada les ha dado resultados inmensos, son lo que Mario Vargas Llosa llamó la dictadura perfecta.
Las fuerzas sociales, culturales, étnicas y las de los diversos movimientos de género o de movimientos emergentes como los de los ambientalistas, los jóvenes, los estudiantes, los del mundo de la precariedad como los son los cientos de miles de los trabajadores uberizados, los genuinos defensores de los derechos humanos y muchos otros que surgirán, no tienen ninguna cabida en este régimen político y la tendrán menos en la restauración autoritaria en ruta hacia la dictadura.
Resulta un desafío para el pensamiento libertario encontrar un camino que no quede en el lamento, en la repetición de un lenguaje de madera del marxismo primitivo y anacrónico o en un radicalismo marginal que se convierte en cómplice de la permanencia de la casta y la partidocracia.
Nada es eterno.