In memoriam: Jean-Luc Godard

 Singular director francés que con sus atrevidas innovaciones gramaticales acabó de revolucionar el discurso cinematográfico en la década de los sesenta, y con ello se situó entre los vanguardistas de mayores empuje y resonancia de la llamada Nouvelle Vague, Jean-Luc Godard (París. 1930-Rolle, 2022) fue congruente consigo mismo hasta la última difícil decisión de su larga y productiva existencia. Con una amplia aunque a veces desigual filmografía de más de  treinta títulos, desde su reveladora Sin aliento hasta su testimonial Nouvelle vague, este notable cinesta galo construyó un discurso aunque no siempre parejo, en cambio sí acorde a una estética de búqueda.

Hijo de médico y nieto de banqueros suizos, y si bien primero se trasladó a París para estudiar etnología en la Sorbona, desde adolescente descubrió su gran pasión por el séptimo arte, cuando empezó a frecuentar asiduamente la Cinemateca Francesa y los cineclub parisinos. Precoz en el hallazgo de su verdadera vocación, en 1950 empezó a trabajar como crítico cinematográfico en revistas especializadas como la tradicional Cahiers du Cinéma, con el seudónimo de Hans Lucas, donde coincidiría con la plana mayor de la Nouvelle Vague, con personajes para entonces ya de peso como François Truffaut, Éric Rohmer, Claude Chabrol y Jacques Rivette.

Al morir su madre en 1954, se trasladó de nuevo a Suiza donde trabajó como albañil, hecho determinante para la escritura y la hechura de su primer documental Operation Béton, y escasos años después, Une femme coquette y Tous les garçons s’appellent Patrick. Todavía a finales de la década de los cincuenta iniciaría el rodaje de su primer largometraje, À bout de souffle, sobre un guion de su maestro y amigo Truffaut, y con la colaboración del mismo Chabrol. Protagonizado por Jean-Paul Belmondo y Jean Seberg, significaría el ascenso definitivo de Godard a las primeras ligas, una revolución en la manera de rodar con nuevas técnicas hasta entonces poco ortodoxas, como filmar con cámara en mano, utilizar el estilo documental o brincar de un plano a otro sin previo aviso. Si bien no logró ningún premio en el Festival de Cannes, en cambio ganó el Oso de Plata en el Festival de Berlín y el galardón Jean Vigo.

En 1960 dirigió su segundo largo, El soldadito, prohibido en Francia durante un tiempo, protagonizado por quien sería su esposa y la actriz de varios de sus proyectros posteriores, Anna Karina. Por esos años colaboraría estrechamente con otros integrantes de la Nouvelle Vague, como codirector, productor y hasta actor, a la vez que encabezó otros largometrajes aclamados y de enorme influencia como Banda aparte o Pierrot el loco. Años de enorme productividad, de entonces son de igual modo el ya clásico Vivir su vida, con reconocimiento especial del jurado y de la crítica en Venecia, y Alphaville, su segundo Oso de Oro, y La Chinoise, nuevo premio especial del jurado en Venecia. A partir de Made in USA, su cine antes caracterizado por la búsqueda formal incorporaría un progresivo radicalismo político que cristalizó con Week End.

Tras el estreno de este Week End en 1967, decidió poner su quehacer entonces al servicio del movimiento revolucionario que emergió con el Mayo francés, y adherido a la ideología maoísta su cine dio un giro radical. En 1968 el Festival de Cannes fue suspendido en buena medida por las proyecciones incendiarias de Truffaut, Polanski y el propio Godard que apoyaban abiertamente el movimiento estudiantil y obrero. Ese año también dirigiría One plus One, más tarde Sympathy for the Devil, un documental que no sólo muestra cómo los Rolling Stones van dando forma a esta canción paso a paso, sino que de igual modo funciona como relato simultáneo de dos o tres discursos políticos y estéticos no menos turbulentos.

En una etapa ya cargadamente propagandística, con todo lo que ello implica, creó el colectivo militante Dziga Vertov en reconocimiento al cineasta soviético y la filosofía de Jean-Pierre Gorin. Su cine estonces se torna agrio y hasta predecible, estridente, tras la estructura de un discurso marcadamente marxista, donde la ficción no tiene ya ninguna cabida y predomina el ensayo radical.

Con una muy nutrida producción a lo largo de más de tres décadas de intensa creatividad, marcada por una continua evolución estilística siempre acorde con su carácter experimental, el recorrido de Godard aparece entre los más prolíficos e intensos en la historia del séptimo arte. Influido por toda clase de tendencias y escuelas, desde el clasicismo norteamericano hasta su personalísimo y marcado tono de ruptura de voluntaria marginación y total politización, lo cierto es que sus mejores años se concentran en sus primeros lustros de incisiva e iconoclasta creatividad. Y si bien con su Sauve qui peut/la vie, de 1979, pretendió volver al primero y mejor de sus periodos, al de su inicial y reveladora Al final de la escapada, lo cieto es que desde entoces empezó más bien a repetirse, es cierto que siempre con la impronta del sabio que se regodea tras sus hallazgos.

Ése fue el caso por ejemplo de Helas pour moi, de 1993, fracaso experimental de sus últimos años donde se repite y parece ya no tener nada nuevo por decir. Inmerso todavía en un para entonces trasnochado surrealismo que ya había dado todo de sí, sus viajes oníricos aquí tienen cada vez menor interés, eso sí con los Cantos de Leopardi como telón de fondo. Pero también es cierto que un cineasta de la talla del autor de Made in USA tiene todo el derecho de crear para sí mismo, pues ya todo lo que tenía que decir y experimentar lo había hecho con creces años atrás. Un gran narrador visual, incluso en estos aparentes fracasos de madurez todavía se daba oportunidad para proponer en la estructura, en un peculiar manejo del tiempo y los planos a partir de la difuminación de las imágenes.