A mi talentosa y querida ahijada Hania, apasionada e inteligente cinéfila

“El sadismo no es una ideología política,

ni una estrategia bélica, sino una perversión moral”

 

Resultado de una contundente expresión de condena a las atrocidades cometidas durante la dictadura militar encabezada por el teniente general Jorge Rafael Videla y sus esbirros en Argentina, recrudecidas entre 1976 y 1981, ¡Nunca más! fue el informe elaborado en 1984 por la Comisión Nacional sobre la Desaparición de las Personas (CONADEP) creada por el posterior gobierno democrático de Raúl Alfonsín para investigar y luego enjuiciar a quienes cínica y flagrantemente habían violado toda clase de principios y derechos humanos. Redactado por un nutrido grupo de juristas e intelectuales con una muy sólida solvencia moral, como por ejemplo el escritor Ernesto Sabato, aquí se evidencian no sólo los vergonzosos excesos durante el periodo más oscuro de la historia contemporánea argentina, sino la miseria moral de toda dictadura de Estado, llámese de derecha o de izquierda.

La más reciente película del talentoso y joven realizador Santiago Mitre, Argentina, 1985 (Argentina, 2022), reproduce precisamente el jucio y los creíbles entretelones producto de ese documento, su sentido y su razón de ser, porque su mera escritura no se entendería si no hubiera desembocado en la condena pública de que fueron objeto todos los sátrapas involucrados. Detallado testimonio de ese proceso a la vez modélico y perfectible, y por qué no también un justo homenaje al prestigiado y valiente abogado fiscal que lo encabezó, Julio César Strassera (a quien da vida el extraordinario primer actor Ricardo Darín), sirve a su vez de llamado de atención en estos tiempos desgraciadamente no menos proclives a toda clase de violaciones de Estado, porque la historia de la humanidad está hecha, pareciera, de avances y de retrocesos, de irónicas pifias que corroboran nuestra terca y absurda tendencia a tropezar varias veces con la misma piedra.

El tema central del filme gira en torno entonces a esa justa e inaplazable sentencia a los mencionados atroces actos de criminalidad militar, sin fecha de caducidad, pues referencian otros no menos abyectos en realidades más o menos distantes en el tiempo y en el espacio, porque todo acto o actividad que lesione el Estado de derecho tendrá que ser siempre condenado y reprochado públicamente. En esta materia, más que en cualquiera otra, no puede caber la prédica de que “el fin justifica los medios”, toda vez que estamos hablando de atentar contra la dignidad y hasta con la propia vida de personas defenestradas sólo por su condición crítica y por dizque violentar “el código de la buena moral” impuesto por una tradición hipócritamente conservadora y moralina. Baste recordar el maravilloso e incendiario gran ensayo La puta de Babilonia, de Fernando Vallejo.

Proceso igualmente sui generis por el equipo de jóvenes que acompañó al maduro abogado fiscal y a su segundo de a bordo Luis Moreno Ocampo (encarnado por el polifacético Juan Carlos Lanzani), el guión del propio Mitre y Mariano Llinás de igual modo atestigua la no menos larga y tortuosa campaña de intimidación de que fueron víctimas quienes sólo se proponían llegar a la verdad, resarcir en algo a quienes habían sido presas de la ignominia y del descrédito por parte de un stablishment que se resistía a soltar el poder y abandonar sus prebendas, a ser enjuiciado públicamente. No exento de humor y de ironía inteligentes, el también director de La cordillera construye así un drama político honesto y convincente, penetrante, a través de una sólida puesta en escena donde además confirma su talento a la hora de escoger el casting adecuado y sacar el mejor provecho de sus actores en papel.

Argentina, 1985 posee los mejores atributos de la más prestigiada cinematografía de ese país, con personajes con solvencia humana, de cara a una realidad donde se constatan tanto los aspectos sublimes como grotescos de la nuestra condición particularmente depredadora, al margen de estereotipos marmóreos predominantes en la Historia que aspira a ser ciencia. Con un extraordinario equipo de creadores comprometidos con el proyecto, y donde la presencia de un actor de la talla de Darín ha contribuido a fortalecer una mejor y más rápida proyección ––también está en su anterior y ya citada La cordillera––, sobresale la impecable cinematografía de Javier Juliá (el mismo de la celebrada comedia negra Relatos Salvajes, de Damián Szifron, con música del no menos creativo Gustavo Santaolalla) que contribuye a matizar la muy cuidada reproducción de época coordinada por Micaela Saiegh.

Quizá Darín no se parezca físicamente mucho al personaje real ––eso pasa a segundo término, tratándose de quien se trata––, pero en cambio logra habitarlo en su psicología, en la recia personalidad de quien sabemos consiguió aglutinar y convencer a un sólido grupo de pasantes que con él protagonizaron uno de los periodos más álgidos y contrastantes de la Argentina contemporánea. En voz de Darín, encarnando a Strassera, se pronuncia el demoledor mensaje final del abogado fiscal, retumbando en la conciencia de los convencidos y de los no tanto: “El sadismo no es una ideología política, ni una estrategia bélica, sino una perversión moral… Quiero utilizar una frase que no me pertenece, porque pertenece ya a todo el pueblo argentino. Señores jueces: ¡Nunca más!”.

Recientemente presentada en el Festival de San Sebastián y elegida por el público como su película favorita en esa edición, se sabe que será la cinta que represente a Argentina en la categoría a Mejor Película Extranjera en la próxima entrega de los Oscares. Y me parece que tiene muchísimas posibilidades de ganar, entre otras razones porque resulta de suma actualidad en el contexto mundial actual. La historia no se cansa de repetir sus aberraciones, en esencia porque nuestra condición que la protagoniza tampoco se cansa de anteponer sus rasgos más despreciables.