Euforia o depresión causa la tercera victoria electoral de Lula en Brasil.

Como en casi todo el mundo donde se realizan elecciones, más o menos verdaderas, los resultados son votaciones empatadas. Existe una inquietante división en dos mitades, dos polos opuestos, un bloque de las derechas contra un bloque de las izquierdas.

Lula obtiene sus 60 millones de votos, en números redondos, en los estados y regiones más pobres.

Bolsonaro triunfa en Río de Janeiro, Sao Paulo y las principales ciudades. Pierde la elección, pero consigue 58 millones de votos, casi el doble de los votos de AMLO.

Una conclusión dogmática considera “natural y lógica” esa ecuación: los “de abajo” con Lula, las clases medias y altas, los fifís, con la derecha.

Para algunos la victoria de Lula fue posible porque se movió al centro, tanto en sus alianzas como en sus planteamientos, es una probable explicación.

Inquieta un fortalecimiento tan vigoroso de las derechas no solamente en Brasil. En Italia triunfó la derecha más radical, con sesgo fascista; en Francia la derecha más intransigente es la segunda fuerza, desde hace varias elecciones generales o parciales. Eso mismo ocurre en la Europa del Este, antes perteneciente al llamado campo socialista. En Rusia el panorama es peor, Putin encabeza una coalición muy capitalista, reaccionaria y con pretensiones imperiales al estilo de los zares.

También se puede argumentar exactamente lo contrario: el triunfo de Lula en Brasil tiñe de rojo el mapa de toda América al sur del río Bravo. No importa las grandes diferencias que existen entre Lula y Ortega el de Nicaragua o las de Boric y la dinastía castrista en Cuba o las de Maduro de Venezuela y Petro en Colombia o las semejanzas de López Obrador y Bukele del Salvador.

La intolerancia es un rasgo muy común a casi todos los liderazgos de ambos bloques. Algunos ilusos festinaron el comportamiento “democrático” de los derrotados en Brasil, sin conocer las inmensas movilizaciones de decenas de miles de electores de Bolsonaro exigiendo la intervención de los militares para impedir la toma de posesión de Lula, ante el silencio cómplice de Bolsonaro, quien, hasta el momento de escribir estas líneas, ha evitado reconocer el triunfo de Lula, esta maniobrando al estilo de Trump quien ha evitado condenar la toma del Capitolio contra Biden.

Todo se puede interpretar de maneras muy diferentes. Incluso hay ciertos ilusos que consideran que los electores se mueven hacia el centro tanto en Chile, como en Francia o ahora en Brasil.

El caso de México es una anomalía democrática, no se diga de izquierda.

López Obrador realiza un gobierno neoliberal en lo económico y reaccionario en los social y cultural. Militariza al país, estafa a las víctimas de la represión como en el caso de Ayotzinapa; la violencia crece durante su mandato a niveles dantescos; sus grandes proyectos son contrarios a los ambientalistas, quienes sufren la muerte de muchos de sus activistas sin que se haga justicia; los estudiantes son reprimidos en las normales o estafados en las supuestas universidades Benito Juárez; la política asistencial –limosnerismo le llamó Manuel Aguilera Gómez–, que pretende ocultar la inexistencia de un programa de inversión social y entre ellos, el retiro digno para los trabajadores, con una dádiva de 1800 pesos mensuales para la tercera edad, en contraste con los subsidios de 3 mil a 4 mil dólares que otorga el gobierno de los Estados Unidos. Si nos atenemos a ese criterio Trump fue casi comunista, durante la pandemia al otorgar 3 mil dólares universales para poner a la economía en estado de “terapia intensiva inducida” para evitar el colapso económico.

Sin dejar de mencionar la política migratoria de traspatio, que criminaliza, discrimina y omite brindar protección internacional a las personas que huyen de regímenes como el de Venezuela, Nicaragua o Cuba.

¿Dónde están las corrientes, grupos, partidos, líderes, intelectuales de las izquierdas democráticas?

Se encuentran ante una disyuntiva tremenda. Optar por el mal menor. Sin capacidad de ofrecer una alternativa propia. Otro camino diferente al de las trágicas experiencias del socialismo soviético o de la restauración capitalista en China, no se diga las dictaduras con hambre en Cuba, Venezuela y Nicaragua.

Para sectores muy importantes de las sociedades, tanto en Europa tras la caída del Muro, como en la llamada América Latina después de las dictaduras en Cuba, Venezuela y Nicaragua, izquierda, socialismo y comunismo son términos que asocian a esos países y dictaduras. Parte importante de los electores de coaliciones derechistas como la de Bolsonaro, se explican por el terror a “otra Cuba, otra Venezuela u otra Nicaragua”.

Su legado nefasto ha colocado a muchos militantes socialistas, comunistas o libertarios en una situación muy ingrata: cargar con esa lápida.

Las banderas rojas están manchadas de sangre, de hambre, de millones de personas huyendo de Venezuela, de Nicaragua y de Cuba hacia el Norte de nuestro continente o de Siria, Afganistán o Irán hacia Europa y otras latitudes, y de varios países envueltos en guerras civiles en África en muchos casos gobernados por tiranos auto proclamados socialistas o revolucionarios.

La cuestión dramática y trágica es que el capitalismo sigue siendo la fuente de la desigualdad, la opresión, la pobreza, la miseria y la destrucción sistemática del planeta.

Paradoja cruel cuando más necesario es el socialismo, más desprestigiado se encuentra.

La nostalgia y la melancolía de algunos cuantos residuos del credo religioso del comunismo soviético o francamente estalinista, es patética y sin ninguna perspectiva de impulsar una lucha viable anticapitalista.

Ahora más que nunca democracia, igualdad, libertad y fraternidad son los paradigmas de otro camino.