Hace pocos días se cumplieron 200 años de las relaciones diplomáticas entre México y Estados Unidos. Seguramente hay motivos para celebrar, pero hay muchos más para hacer reflexiones. Son 200 años que no pueden pasar desapercibidos porque dejaron huellas profundas, muy profundas, que no podemos olvidar.
Desde los días de los yorkinos y los escoceses, se hablaba de la lejanía de México respecto a Dios y su cercanía de alto riesgo con Estados Unidos. La frase fue utilizada más tarde por el General Porfirio Díaz y se ha extendido la idea de que él es el autor. De todas maneras, don Porfirio era una autoridad en materia de las agresiones norteamericanas a nuestro país y sabía de lo que hablaba. En los años 60, Mario Gil sostuvo que en una relación de buenos vecinos, los mexicanos éramos los buenos y los estadounidenses los vecinos. En ese orden, nuestras cercanías han sido complicadas, con despojos mayúsculos y malos tratos frecuentes. De todas maneras, ellos son los habitantes del territorio próximo y, por eso mismo, hay una diplomacia inevitable.
La historia de esa diplomacia ha tenido grandes momentos. Tiene eventos cumbres y algunas caídas que sufrimos más que todo por la fuerza de aquel país. De todas maneras, en casi todas las circunstancias, predominaron siempre las actitudes dignas de nuestros compatriotas. Fuera de la diplomacia, los mexicanos debemos hacernos algunas preguntas y mantener una reflexión permanente acerca de aquel pueblo estadounidense. Sobre todo, de la implicación de sus pensamientos y sus acciones sobre nuestra sociedad, en múltiples planos y en nuestras diferentes culturas.
Por supuesto, existen varias líneas que deben ser pensadas. Porque no todo se reduce a la economía y a los asuntos militares o de invasiones. También existen otras líneas, muy variadas, que debemos atender en nuestros recuentos de la relaciones México-norteamericanas.
Octavio Paz decía que los mexicanos tenemos sentimientos muy encontrados respecto a Estados Unidos. Tenemos envidia por su riqueza, admiración por el funcionamiento de sus pluralidades, temores ante su fuerza, opiniones difusas sobre sus gangsters y divertimento por las locuras de sus chiflados. Al igual que los chicanos, quisiéramos integrarnos a aquella cultura, pero pasando desapercibidos mediante el recurso de exagerar nuestras particularidades: emitir muchos y muy sonoros gritos para ocultarnos.
Antes del Tratado de Libre Comercio, nuestras relaciones económicas con nuestro vecino ya eran determinantes. Nuestro plano económico, de alguna manera, se definía de acuerdo con las coordenadas norteamericanas siempre inestables. El TLC, hoy TMEC, regularizó en buena medida esas relaciones y comenzamos a recibir dividendos positivos muy importantes. El TLC nos convirtió económicamente en un factor internacional emergente y nos situó entre las 15 economías mundiales: debemos reconocer que nos ha ido bastante bien.
Nuestro país, en otro orden, es una nación desmilitarizada. Esta condición se la debemos en buena medida a nuestra complicada vecindad. Gracias a los Acuerdos de Bucareli, México fue limitado en su producción de armamentos. También se pusieron marcas precisas a las dimensiones de nuestras fuerzas armadas y esa circunstancia tuvo un doble significado. Por una parte, nos ahorramos recursos que pudieron tener otros destinos y por la otra se evitó una dependencia del país respecto a los cuerpos militares internos. Así, el poder civil pudo construirse y la estabilidad del país fue un activo muy importante en más de tres cuartos de siglo.
Durante los conflictos bélicos mundiales nos “sombreamos” en el aparato militar norteamericano y nos evitamos muchas dificultades. Por supuesto, esta situación tuvo sus implicaciones en la llamada “guerra fría”, pero esos son otros temas. Finalmente, aprovechamos nuestra situación geopolítica.
A mediados del siglo XIX perdimos la mitad del territorio en una guerra de agresión con muy pocos precedentes en la historia mundial. Fuimos despojados de casi dos millones de kilómetros cuadrados y ese sentimiento —creo que afortunadamente— lo mantenemos los mexicanos. Sin embargo, hay algunos asuntos que debemos ver en aquellos acontecimientos: revisar nuestras culpas en la tragedia. No perdimos una guerra ante una potencia mayor, porque en ese tiempo los dos países tenían grados similares de desarrollo y en algunas regiones México tenía mayores avances. Perdimos ante la división interna de los mexicanos.
De todas maneras, son 200 años y necesitamos recordarlo, con los sentimientos que correspondan a cada quien, pero siempre con el ánimo de reflexionar. Estos puntos señalados, breve y aisladamente, quieren ser un ejemplo de lo que debemos pensar a fondo. Esa es la convocatoria conveniente.
@Bonifaz49