Una de nuestras figuras indiscutibles de los más recientes siete lustros en el siempre difícil y competido ámbito de la lírica, he seguido muy de cerca y casi desde su temprano debut la admirable carrera del barítono mexicano Jesús Suaste. Una de nuestras grandes voces todavía en activo, este notable artista ha sabido potenciar, con estudio y dedicación ejemplares, con una vocación a prueba de todo, sus variadas e indiscutibles facultades, la belleza de su timbre privilegiado, abordando repertorios y obras acordes a sus personales naturaleza y desarrollo vocales. Como su modelo el también barítono alemán Dietrich Fischer-Dieskau, o los tenores Plácido Domingo y Alfredo Kraus, por ejemplo, Suaste ha podido de igual modo extender su carrera en plenitud de facultades, porque entre sus virtudes ha tenido también la sabiduría de cantar, en tiempo y en forma, lo que le ha ido conviniendo a su voz.

Con una formación musical no menos sólida, encontró en las óperas italiana, francesa y alemana de los siglos XVIII y XIX, principalmente, y con no pocas incursiones de igual manera exitosas en el variopinto repertorio de la pasada centuria, un espacio importante de proyección, participando en importantes estrenos en nuestro país como el Réquiem de guerra de Britten o los Gürrelieder de Schönberg, o de nuestra lírica nacional como The visitors de Carlos Chávez o la Misa Mexicana de Jesús Echeverría. Como su arriba mencionado modelo teutón, ha podido de igual modo irrumpir con fortuna en esa otra no menos exigida especialidad que es lid o la canción de concierto, gracias a la elegancia de su canto, a su dicción y su fraseo impecables, a su sabiduría e inteligencia musicales, conforme esta expresión es simbiosis perfecta de poesía y música. Para prueba, ahí están sus hermosos y modélicos registros con canciones en español del mexicano Salvador Moreno y el argentino Carlos Guastavino, ambos con acompañamiento del formidable pianista Alberto Cruzprieto.

Su admirador confeso a lo largo de todos estos años, también me ufano de tener en Jesús a un entrañable amigo que mucho respeto y quiero, porque ha sido uno de los nombres que han acompañado mi propia formación musical y operística, que conocí y reconocí primero de la mano de un personaje del que creo ambos guardamos un recuerdo imborrable, el gran escritor y humanista Rafael Solana. Es más, en mi libro sobre ese gran maestro que significó un invaluable regalo de la vida, Rafael Solana: Escribir o morir, sale a colación el nombre de este gran barítono mexicano, a quien me consta don Rafael promovió con entusiasmo en sus inicios y le auguró un gran porvenir. Con él alcancé a comprobar sus tempranos ascenso y consolidación, con óperas de continuo repertorio de Mozart, Rossini, Donizetti, Verdi y Puccini, entre otros, con las que empezó a ganarse un sostenido sitio de honor en nuestra lírica.

Pero Jesús Suaste no sólo ha sido un artista ejemplar en el escenario y en las salas de concierto donde su talento y su solvencia artística han brillado con luz propia dentro y fuera del país, para orgullo de propios y de extraños, sino además un estupendo maestro y un colega generoso. Quien ha logrado sembrar lo cosechado, varios de esos amigos, colegas unos y discípulos otros, lo han acompañado gustosos a celebrar sus 40 años de ininterrumpida trayectoria, con un exquisito recital en el que ha sido el escenario de los más de sus grandes triunfos, el Palacio de las Bellas Artes. Y también ha estado con él otro sabio e incansable operómano, Francisco Méndez Padilla, promotor no menos entusiasta de lo más granado de nuestra lírica, de figuras consolidas como el propio Jesús y de otras nuevas que vienen empujando atrás, en un medio especialmente competido y con por desgracia cada vez menos oportunidades en nuestro país (ya ni programas de mano se imprimen, por ejemplo, que son instrumentos no sólo informativos sino formativos).

Siempre estudioso e inquieto, además de compositores y obras que lo han acompañado en este ya largo y fructífero recorrido, ha incluido además autores y piezas que por una u otra razón no había podido antes interpretar, pero que igual se encuentran dentro de su extenso y ecléctico radar de intereses e inquietudes. Así incluyó algunas canciones del Siglo de Oro español que se distinguen por su excelsa poesía y los ilustres nombres involucrados, o seis cuartetos para piano, violín, cello y voz del más lírico de los Haydn, quien por ejemplo con sus Cantos Populares Escoceses reconocemos influyó notablemente en el Beethoven que igual trabajó, más o menos por la misma época y a llamado del empresario George Thomson, esta no menos exquisita línea músico-vocal que miraba a otros rumbos.

Además de la imprescindible lírica italiana tanto académica como popular que igual ha estado presente en la carrera de Suaste, y de los hermosos tangos de Piazzolla a partir de poemas del gran Jorge Luis Borges donde igual se reconocen un hondo afluente arrabalero y su inagotable cultura libresca ––de estreno en México––, no podían faltar algunos de los más hermosos títulos de su mencionado gran disco con canciones de su tan entrañable Carlos Guastavino, que por cierto tuve oportunidad de presentar con él, ya hace muchos años, en Chihuahua, a escasos meses de haber salido en el sello Quindecim Recording, como el de nuestro admirado e inolvidable Salvador Moreno.

Han estado con él en esta gran velada, con notables compromiso y cariño, y ya con un camino más andado, la soprano Claudia Cota, y los tenores Alan Pingarrón (con él interpretó el hermoso dúo de Los pescadores de perlas, de Bizet, “Au fond du temple saint”), Rodrigo Garciarroyo y Leonardo Villeda, así como las más jóvenes también sopranos y promesas ya reales, discípulas del maestro homenajeado, Monserrat Hernández y Joyce Díaz. Y los han acompañado los pianistas Alejandro Vigo y Arturo Suaste (en un llamativo look lisztiano, uno de los tres grandes músicos que han heredado el gran talento de su padre), así como los no menos extraordinarios violinista Vladimir Tokarev y cellista Luz María Frenk. Fue un auténtico milagro llegar ese día al Palacio de las Bellas Artes, durante un domingo 27 de noviembre particularmente complicado en una ciudad de por sí difícil, pero también resultó muy conmovedor corroborar la audiencia copiosa y entusiasta de quienes queríamos asistir a honrar, en medio del caos y el mundanal ruido externos, la que ha sido una carrera artística ejemplar.