El mundial de futbol de Qatar 2022 es una fiesta deportiva que acredita el potencial del deporte para generar distensión y acercar a los pueblos. Tras la pandemia de Covid 19, los miles de aficionados que han llegado a Doha de todas partes del mundo, se conducen de manera espontánea y sin el cubreboca que marcó la etapa de la emergencia sanitaria. Por ello, en algún sentido la Copa FIFA constituye un momento emblemático del regreso a la normalidad, en el que la gente convive sin temor a contagios y disfruta del espectáculo de la máxima cita del balompié mundial.

Qatar ha visibilizado con éxito su capacidad para realizar un evento de esta magnitud, que pavimenta el camino a un necesario diálogo internacional proactivo, que no segregue y se enriquezca con la participación del Sur Global. Enhorabuena por este saldo inicial, del que asoma la habilidad de la diplomacia deportiva para remontar desencuentros y afinar mecanismos de diálogo y concertación entre pueblos y gobiernos de culturas diferentes. La paz, siempre frágil, se ve favorecida con este tipo de campeonatos y se refuerza con el entusiasmo de los aficionados al interior de los propios estadios donde ocurren los partidos de futbol.

El mundo vive circunstancias complejas y con potencial disruptivo. Las naciones, con frecuencia rehenes de su propia conducta contra terceros actores en periodos de conflicto, están llamadas a desplegar esfuerzos para deshacer los entuertos de narrativas pacifistas que solo proyectan intereses nacionales competitivos, en un afán por dibujar o consolidar hegemonías en diversas zonas y a escala global. La tensión mundial, espejo de un multifacético abanico de reproches políticos y diplomáticos, así como de ambiciones económicas y de desigualdades sociales, se nutre de rencores nacionalistas variopintos que es necesario desactivar. En este contexto, los conflictos armados y la galopante sofisticación de las tecnologías de la guerra, alertan sobre la pertinencia de impulsar un nuevo arreglo multilateral, que priorice el desarme efectivo, atienda con eficacia el deterioro del medio ambiente y acelere el paso de la transición energética, de la economía sostenible y de la buena gobernanza global.

Aunque no parezca, el incierto y sensible entorno mundial es reversible y está generando ánimos de transformación, que pasan por el impulso a la tolerancia, al diálogo intercultural e interreligioso y al respeto a la diferencia. La globalización, con sus lastres estructurales, también tiene una cara amable por las oportunidades que ofrece para el desarrollo económico, en un entorno de respeto a la  identidad y los valores sociales de los pueblos. Precisamente porque suma a esa globalización virtuosa, que aspira a derramar sus beneficios en todas las latitudes, es de celebrar el acierto del pueblo y gobierno de Qatar, que al albergar la Copa FIFA 2022 brindan un mundial de futbol diferente y por ello atractivo, que busca la convergencia de todas las personas alrededor del deporte y de la paz solidaria que le es inherente.

El autor es internacionalista.