Hijo de una familia modesta, el florentino Carlo Lorenzo Filippo Giovanni Lorenzini adoptó como seudónimo literario el nombre del pueblo toscano de su madre. Pasó a la posteridad como Carlo Collodi (24 de noviembre de 1826-26 de octubre de 1890). Se formó en un seminario, participó en las guerras de unificación italiana, adicto al juego y al alcohol, fue dramaturgo y periodista, y la obra que lo llevaría a la gloria la escribió casi forzado, por entregas, para un periódico infantil: Pinocho. Historia de una marioneta. De la edición del texto íntegro traducido por Fredy Ordóñez y con una espléndida introducción de Antonio García Ángel para la colección Inicial Libro al Viento (Bogotá) [disponible en  pwww.institutodelasartes.gov.co] transcribo las primeras líneas.

“Había una vez…

”–¡Un rey! –dirán de inmediato mis pequeños lectores.

”No, niños, están equivocados. Había una vez un pedazo de madera.

”No era una madera de lujo, sino un simple pedazo de leña, de esos que durante el invierno se meten en las estufas y en las chimeneas para encender el fuego y calentar las habitaciones.

”No sé cómo sucedió, pero el hecho fue que un buen día este pedazo de madera apareció en la tienda de un viejo carpintero cuyo nombre era Antonio, pero a quien todos llamaban maestro Cereza, porque la punta de su nariz siempre estaba lustrosa y rojiza como una cereza madura.

”Apenas el maestro Cereza vio ese pedazo de leño, se emocionó y, frotándose las manos de la felicidad, murmuró a media voz:

”–Este pedazo de madera apareció justo a tiempo: quiero hacer con él la pata de una mesa.

”Dicho esto, tomó entre sus manos un hacha afilada y comenzó a pulirlo y a desbastarlo; pero en el momento en que iba a dar el primer hachazo, se quedó con el hacha suspendida en el aire, porque oyó el hilo de una voz que le rogaba:

”–¡No me vaya a golpear muy fuerte!

”Ante esta petición, imagínense cómo quedó el buen hombre del maestro Cereza.

”Repasó con la mirada toda la habitación tratando de descubrir de dónde había salido esa voz, y no vio a nadie; buscó debajo de la silla, y nada; buscó dentro del armario que siempre estaba cerrado, y nada; buscó entre la viruta y el serrín, y nada; abrió la puerta de la tienda para echar una mirada a la calle, y nada. ¿Será que…?

”–¡Claro! –dijo entonces riendo y rascándose la peluca–. Me he imaginado la voz. Retomemos el trabajo.

”Volvió a blandir el hacha y encajó un poderosísimo golpe sobre el pedazo de madera.

”–¡Ay, me has hecho daño! –gritó lamentándose la misma vocecita.

”Esta vez el maestro Cereza se quedó de una pieza, con los ojos desorbitados por el miedo, la boca abierta y la lengua que le colgaba hasta el mentón, como el mascarón de una fuente.

”Apenas pudo volver a hablar, y temblando del miedo, balbuceó:

”–¿Pero de dónde habrá salido esta vocecita que ha dicho ay?… Aquí no hay ningún alma. ¿Será acaso que este pedazo de madera aprendió a llorar y a quejarse como un niño? No lo puedo creer. Este leño acá… es un pedazo de leña para la chimenea, como todos los demás, capaz de calentar, si se arroja al fuego, una olla de fríjoles… ¿O será que…? ¿Hay alguien escondido dentro? Si hay alguien escondido, tanto peor por él. ¡Ya lo pongo en su lugar!

”Y diciendo así tomó firmemente entre sus manos este pobre pedazo de leño y comenzó a golpear con él las paredes de la habitación.

”Luego se puso a escuchar, a ver si oía alguna vocecita lamentarse. Esperó dos minutos, y nada; cinco minutos, y nada; diez minutos, y nada […]”