La afirmación de la concepción y la visión del inquilino de Palacio Nacional sobre el país y cada una de las cuestiones sustantivas y hasta accesorias que le atañen ha terminado por ser la realidad dominante de la política nacional. Todo separa, divide, escinde, a la luz de la afirmación del extremo en el cual se ubica el titular del Ejecutivo Federal y la exclusión de toda aquella persona que discrepe por cualquier causa o decida no ubicarse en la cauda de la posición oficial. O se está con la corriente dominante en el poder público o se está en contra. No hay matices. No hay puentes o vasos comunicantes. No hay, sobre todo, conciliación posible.

La polarización es el vehículo político para plantear la justificación de la acción pública. Se adopta una posición; se reivindica como sustento en la voluntad popular mayoritaria representada por el presidente de la República y su movimiento, y se subordina cualquier información o razonamiento a la militancia en el extremo del poder. Quien discrepa por contar con otra información o quien disiente por sustentar otros argumentos es enemigo del régimen y, por ende, del pueblo que representa.

La Nación se ha reducido -cada vez más- a la concepción y los prejuicios presidenciales, olvidándose que en todo caso y, desde luego, legítimamente, son parte de una propuesta para ejercer las atribuciones del cargo en un sistema de separación de poderes y facultades expresamente conferidas a los entes públicos para alcanzar objetivos colectivos.

Se ha erosionado gravemente el sentido de la convivencia democrática en la pluralidad. El diálogo es escaso, de formas huecas, simulado o francamente descartado, lo que en el fondo revela el desconocimiento de quienes son titulares del poder de la legitimidad de la otra parte. Es camino de ida y vuelta, pero la mayor responsabilidad es de quien ejerce la función pública. ¿Puede el titular de la función decidir sin la concurrencia de otras voluntades? Sí, cuando el procedimiento para hacerlo no lo obligue, como en las reformas constitucionales.

¿Sería conveniente incorporar en la adopción de las determinaciones a quienes no son parte del movimiento en el poder e incluso sostienen sus propias propuestas, en aras de encontrar las coincidencias para legitimar con mayor amplitud la acción pública? Parecería que sí, si el propósito político es convivir en la pluralidad. Sin embargo, la realidad es ir deliberadamente por el no, porque el eje rector es polarizar con la convicción de excluir.

Este ha sido el marcado trayecto de la gestión presidencial en marcha. Así, todo asunto se ubica por definición de su génesis o por la posición que se asume en el espectro político desde ese diseño. Casi nada o pocas cosas llegan al análisis sereno, objetivo y sustentado en la información fidedigna. De inicio aparecen las posiciones en los polos de la política mexicana de hoy, con el saldo de frecuentemente reducir el análisis y la crítica a los planteamientos encontrados, sin darse espacio a la politización positiva de la cuestión. Trato de explicarme: la politización de los hechos y los problemas es pertinente para la formación de ciudadanía, de conciencia crítica sobre la realidad y de reflexión y acción sobre la misma para sostener o cambiar lo que se requiera.

En alguna importante medida, la polarización genera que esa politización positiva no emerja y el debate público en torno a las cuestiones que enfrenta el país y los sucesos mismos parta de la previa auto-ubicación en uno de los extremos: el oficial o el construido para quienes discrepan del régimen por el ejercicio de propaganda incesante desde el gobierno federal.

Es obvio que la edificación del escenario de polarización en el cual nos encontramos obedece a una razón de política electoral: aglutinar a los partidarios y los simpatizantes en los postulados y los planteamientos del líder real del partido que buscará refrendar el mandato de gobierno para su movimiento en 2024, pero no con base en el buen éxito de la gestión y sus resultados positivos, sino en la pre concepción pseudo-ideológica de una confrontación con sus adversarios e incluso enemigos. Cuenta, pero no es sólo el plano de la relación clientelar sustentada en el otorgamiento periódico de dinero público a personas con mayor vulnerabilidad económica y social.

En este camino sufren desde la ética hasta el propósito de delinear y concertar objetivos nacionales. Bueno, lo primero que padece con la polarización es la verdad más evidente de nuestra conformación social: la diversidad de nuestro país. México es un mosaico demasiado rico de formas de concebir, construir y transitar por la existencia de quienes lo conformamos. Hay valores y principios que dan cohesión y densidad a la identidad nacional, como la idea de las libertades personales o la idea de la justicia social, pero a partir de ello, en esencia, la pluralidad nos caracteriza.

Por razones derivadas de la identificación de las personas con el extremo del Ejecutivo Federal, dos situaciones recientes ayudan a ilustrar el deterioro de la vida nacional derivado de la polarización: la denuncia de la obtención del título de Licenciada en Derecho por la señora Yazmín Esquivel Mossa con el plagio de una tesis previa, y el choque de dos trenes en la Línea 3 del Metro de la Ciudad de México.

Aunque la señora Esquivel afirma que el resultado de la investigación de la UNAM carece de sustento veraz y que ella es víctima de plagio y misoginia, las autoridades académicas competentes de la UNAM han llegado a la conclusión de que plagió la tesis de otra persona, al tiempo de señalar sus limitaciones jurídicas para retirarle el título, pero que compete a la autoridad educativa en materia de registro del mismo para ejercer la profesión determinar si subsiste la autorización de la cédula otorgada.

Ahí vamos en un asunto extremadamente grave porque revela la ausencia de integridad y honestidad intelectual donde nunca debería ocurrir: el proceso de presentación de exámenes profesionales para obtener un título que permita su ejercicio legal. Y aunque falta el capítulo de la determinación del área de profesiones de la Secretaría de Educación Pública y conocemos la posición de la señora Esquivel, el punto de toque para regir la conversación social no gira alrededor de la cuestión ética, sino de la confrontación entre quienes asumen se está ante un ataque al régimen que propuso y defiende a la otrora estudiante de la Escuela Nacional de Estudios Profesionales de Aragón.

Una cuestión ética que se ha venido atendiendo por los cauces de la normatividad universitaria -susceptible de interpretación y deliberación, como cualquier otra- entra en la sombra de la confrontación entre los polos y afirma, como una posición política, la defensa de quien no ha probado que su trabajo de tesis sea original.

Y en el caso de la capital federal, el problema de mayor relevancia, que es la calidad de servicio en el Metro y la posibilidad de atención y mejoría con base en la rendición de cuentas y el análisis objetivo del accidente sucedido el 7 de enero en curso, queda atrapado en la confrontación política no sólo por las aspiraciones de la Jefa de Gobierno, Claudia Sheinbaum Pardo, por la candidatura presidencial de Morena en 2024, sino por el ánimo de diluir cualquier planteamiento de análisis técnico, público y propositivo que deslinde responsabilidades y plantee propuestas de solución.

No lo afirmo, pero sospecho que muchas expresiones de personalidades políticas sobre ese percance, se anclan en la oportunidad política -entendible-, pero sin impulso para trascender la confrontación de posiciones en la cual estamos atrapados por el diseño de quien percibe que dividir al país por razones políticas y bases socio-económicas es lo que conviene a sus particulares intereses.

La polarización impide el diálogo y la comprensión mutua y colegiada de los problemas; sacrifica valores y principios por el objetivo de aglutinar el extremo presuntamente más grande y poderoso. Es un freno para la Nación porque la energía política está dedicada a destruir o a resistir, no a hacer o a construir.