Hija de un pastor presbiteriano, Sylvia Beach (Baltimore, 14 de marzo de 1887-París 5 de octubre de 1962) vivió de adolescente en París y regresó para establecerse en esa ciudad. Añorando la literatura anglosajona y enamorada de una librera, en 1920 funda Shakespeare & Company, que tuvo que cerrar en 1941, durante la ocupación alemana. Su librería fue punto de reunión de autores como Hemingway, Ezra Pound, T. S. Eliot, Andre Gide y Gertrude Stein, entre otros. Tuvo el acierto de ser la primera en editar Ulises de James Joyce. Esa historia de amor entre libros y escritores es la que cuenta la estadounidense Kerri Maher (15 de enero de 1984) en La librera de París, traducida por Ana María Martínez (Novona), de la que transcribo las primeras líneas.

“Era dificil no sentir que París era el lugar.

”Syvia había pasado 15 años tratando de regresar, después de que la familia Beach hubiera vivido allí, cuando su padre, Sylvester, era el pastor de la iglesia americana en el Barrio Latino y ella, una adolescente romántica que necesitaba algo más que Balzac o cassuolet. Lo que más recordaba de aquella época, lo que llevaba en el corazón cuando tuvo que regresar a Estados Unidos con su familia, era la sensación de que la capital francesa brillaba con más intensidad que cualquier otra ciudad en la que hubiera estado o a la que pudiera ir alguna vez. Era algo más que el parpadeo de las lámparas de gas que iluminaban después del anochecer, o que la piedra blanca, ineludible y resplandeciente con la que se había construido gran parte de la ciudad: era el esplendor de la vida que burbujeaba en cada fuente, en cada reunión de estudiantes, en cada espectáculo de títeres en los jardines de Luxemburgo y en cada ópera del teatro del Odeón. Era la manera en que su madre chispeaba de vida, leía libros y agasajaba a profesores, políticos y actores, sirviéndoles deliciosos y espléndidos platos a la luz de las velas, en cenas con animados debates sobre libros y acontecimientos mundiales. Eleanor Beach decía a sus tres hijas –Cyprian, Sylvia y Holly–que vivían en un lugar único y maravilloso que cambiaría para siempre el curso de sus vidas.

”Nada podía comparársele, ni hacer carteles, telefonear e ir de puerta en puerta con Cyprian, Holly y su madre en representación del Partido Nacional de la Mujer en Nueva York; ni aventurarse sola por Europa; ni deleitarse con los chapiteles y el empedrado de muchas otras ciudades; ni el primer y anhelado beso de su compañera de clase Gema Bradford; ni ganarse los elogios de los profesores que más le gustaban […]

”Desde la vivienda que compartía con Cyprian en el asombrosamente hermoso, aunque en ruinas, Palacio Real, Sylvia bajó hasta el Pont Neuf y cruzó al otro lado del Sena, respirando el viento procedente del río que azotaba los cortos mechones de pelo en su rostro y amenazaba con apagarle el cigarrillo. Se detuvo en medio del puente para mirar hacia el este y admirar la catedral de Notre Dame, con las torres góticas simétricas que flanqueaban el rosetón y los contrafuertes precariamente refinados, cuya fuerza aún le dejaba atónita: llevaban siglos sosteniendo aquellos gigantescos muros.

”En seguida comenzó a serpentear por las angostas calles del barrio Latino, que le resultaban familiares de sus vagabundeos adolescentes. Se perdió un poco, pero se alegró porque le dio oportunidad de admirar la iglesia de Saint-Germain-des-Pres y pedir ayuda a una bonita estudiante francesa que tomaba un café crème en una mesa de Les Deux Magots. Por fin se detuvo en el número 7 de la rue de l’Odéon, en el establecimiento de A. Monnier, librera […]”

 

Novedades en la mesa

Destino publica una nueva edición de Nada, primera novela de Carmen Laforet.