En los cines de los años sesenta y setenta se armaba el escándalo cuando aparecía o se aproximaba John Wayne. Era el prototipo del vaquero en el oeste norteamericano del siglo XIX y representaba la justicia pronta, elegante y entusiasta.

Muchos niños de aquellos años, en varios puntos del planeta, querían ser los jinetes representados por el gigantesco actor casi siempre vestido de azul. John Wayne era muy bien parecido, muy rápido con la pistola, pero más aún con el pensamiento: siempre estaba presto a intervenir.

Hace muchos años murió Wayne, pero parece ser que su espíritu, el espíritu norteamericano intervencionista, no ha desaparecido del todo. Más bien, parece que de vez en cuando resucita y se dispone a volver a la carga en contra de los entuertos que él ve o supone que ve.

En esta oportunidad, parece haber regresado en los fiscales norteamericanos encabezados por Jason Miyares y que no alcanza a desmentir el Fiscal General de Estados Unidos, Merrick Gauland. Estos fiscales, con apoyo de muchos congresistas republicanos de Estados Unidos, mantienen un ánimo intervencionista.

Seguramente sueñan con el revólver justiciero de Wayne, los desembarcos de marines de “Teddy” Roosevelt o de las divisiones aerotransportadas de Johnson en Vietnam. Sueñan con operaciones como “tormenta del desierto” o algunos equivalentes menores, pero esta vez en tierras de México.

El sueño no estaría del todo mal, si en vez de pensar en México, se pensara en los puntos más “calientes” del territorio norteamericano, en donde aumenta el consumo de estupefacientes y las ganancias se multiplican.

Sería saludable un desfile de las fuerzas norteamericanas de elite poniendo orden en el consumo de calles y casas de Nueva York, Chicago o cualquier ciudad de alto consumo en tierras de Estados Unidos. O, por lo menos, que se apareciera por ahí John Wayne.

Para combatir a la gran delincuencia no es necesario violar la soberanía de los mexicanos. Basta con ver y adentrarse en los espacios críticos propios: los de Estados Unidos. Si alguien vende fentanilo, es porque alguien lo compra y hacia ahí es necesario dirigir la vista.

Ese ha sido el mensaje del Presidente Andrés Manuel López Obrador y, en mi opinión, no solamente es correcto, sino muy necesario dadas las circunstancias predominantes.

Aquellos días de desembarcos militares y aterrizajes con tropas especializadas ya no son vistos con nostalgia, porque los países han fortalecido sus identidades y, sobre todo, su dignidad. En este caso, toca a los mexicanos mantener el ánimo de rechazo a toda aspiración intervencionista, en cualquiera de sus modalidades.

Los fiscales de los estados norteamericanos deben medir sus declaraciones y sus demandas, porque no somos un patio trasero ni mucho menos. Somos un país soberano y con mexicanos muy celosos de su soberanía, aunque ese celo no sea estridente ni debamos expresarlo a cada momento; nuestro patriotismo es discreto.

A diferencia de John Wayne, que era aplaudido cuando se aparecía en las pantallas, los nuevos partidarios de la pistola intervencionista van a encontrarse con el rechazo generalizado. Esta vez nadie ha llamado al vaquero para que nos ayude a aplicar la justicia. Los niños ya no querrán ser como el actor ni como sus valientes personajes. Si John Wayne vuelve a cabalgar, seguramente se caerá del caballo.

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