Cuando está bien concebida, otorga certeza y estabilidad. Siempre parte de la historia, estructura proyectos con metas claras y es pivote para la vida ordenada de los pueblos. En la conversación pública, con frecuencia es rechazada, aunque el eje del debate sea la construcción de confianza. Si se le piensa, se transitan terrenos de especulación teórica y política para la previsión de lo insospechado. Es concepto de variadas acepciones. Su cometido es crear estabilidad, incluso frente a las más precarias y adversas condiciones generadas por la naturaleza o por la vocación competitiva y de dominio del género humano.

A quienes la estiman prioritaria, se les etiqueta y descalifica por su presunto desapego a los valores éticos y su tendencia a la quimera. Como si se tratara de magia, muchos afirman que, ante la necesidad urgente, surge por generación espontánea. Otros más avezados toman distancia y, frente a los riesgos que se dibujan por su carencia, la estudian y proponen fórmulas que permitan su legítima y pronta materialización. Si existe y no se siente, alivia saber que ahí está. En sentido contrario, cuando es visible, sus agudos perfiles lastiman, vulneran libertades y fomentan angustia y temor. Es uno de esos capítulos de los que tantos no desean hablar porque evoca memorias tristes y a veces miserias y dolores perpetuos. Quienes la reclaman como requisito, se preparan para sortear el caos que deviene del manoseo de intereses y de la imposición de proyectos. Es requerida para preservar la cohesión de las sociedades, sin importar el tipo de gobierno ni el costo que se paga. Bien sembrada, siempre da frutos.

Para la paz y la pacificación, es fundamental. Vigila conflictos potenciales y los contiene; al hacerlo aporta a la estabilidad de sistemas políticos variopintos. También es útil porque disuade la violencia mediante su uso o la amenaza de su uso. Siempre al servicio del Estado, divide opiniones y nutre dilemas éticos. También es polémica si se le invoca para forjar alianzas con regímenes extranjeros frente a desafíos comunes o para privilegiar el aislamiento con el pretexto del interés nacional. En el ámbito de las ideas, sus fines justifican los medios y ponen a prueba su legitimidad. En su instrumentación, cada experiencia es singular porque procura realidades originales y disímbolas. Transformada en acción, sus corifeos la alaban porque consideran que sus cualidades son excepcionales.

Las democracias y los autoritarismos la asocian con la salvación nacional. Si se le lleva al plano internacional, se aprecian sus méritos para mantener el estado de cosas y evadir de los riesgos del desorden global. La seguridad nacional e internacional la requieren por igual los impulsores de consensos y pluralidades y aquellos que silencian voces e imponen voluntades. Propia del fenómeno político, la seguridad es controvertida. Mientras los jóvenes la rechazan por principio, la inestabilidad de los estados y de la globalización, reafirman su vigencia. En el mundo actual, la seguridad nacional e internacional es asunto de análisis obligado.

El autor es internacionalista.