Reza un dicho popular “tirar la piedra y esconder la mano”, me parece que esto describe perfectamente lo que hace el Presidente López Obrador todos los días desde el púlpito de Palacio Nacional al atacar a la Ministra Norma Piña y posteriormente decirse sorprendido por la horda de fanáticos enardecidos que durante la concentración que se llevó a cabo el pasado 18 de marzo en el Zócalo capitalino, prendieron fuego a una figura de la Ministra Presidenta mientras gritaban a coro “¡fuego, fuego, fuego!”.

La expresión es precisa para describir a nuestro presidente, pues comúnmente se utiliza para referirse a la maldad y a la hipocresía de alguien en determinado asunto. De la misma manera se usa para señalar el hecho de provocar disputas o conflictos y hacerlo de modo anónimo o como es el caso, negando cualquier participación; a lo que añadiría yo minimizando los hechos. Me cuesta un enorme trabajo entender en que mundo, en que cabeza surge como idea quemar simbólicamente la representación en cartón de la primera mujer en presidir la SCJN.

Sin embargo, consideró que si hay algún responsable de la polarización, el encono y la falta de entendimiento en la que nos encontramos sumidos las y los mexicanos hoy en día es sin duda el Presidente López Obrador. Quemar la imagen de cualquier persona es intolerable, quemar la imagen de la primera mujer en presidir el máximo tribunal del país es además falto de sensibilidad política, histórica y del contexto actual de este nuestro México, un país en que a diario matan a once mujeres, en suma, el país feminicida que habitamos.

El lenguaje de la violencia sin duda se ha extendido a lo largo y ancho de nuestro país. Lo más grave, sin embargo, es que se ha extendido desde el Palacio Nacional. En este caso además es un lenguaje de odio y apología de violencia dirigido y orquestado desde Palacio Nacional en contra de la ministra Norma Piña. Se está articulando un ataque contra el poder judicial federal, al tiempo que se articula una apología de violencia contra la propia ministra. Son violencias que surgen desde el propio estado.

Es un mensaje al poder político para actuar en uno u otro sentido. Es una manera de presionar a la SCJN. Hay voces que minimizan los acontecimientos señalando que se trató de algo simbólico. Y si, pero es un símbolo violento y agresivo contra uno de los poderes de la Unión. Resulta sin duda simbólico además que hayan quemado la figura de la ministra presidenta, pues simboliza el odio a los contrapesos y a la independencia judicial. Al tiempo que es símbolo del odio a las mujeres en puestos de poder. Por ello lo ocurrido es una apología de violencia feminicida.

Se está colocando a la ministra Piña como la responsable de los enormes problemas que en cuanto a procuración y administración de justicia existen en el país, cuando no todo depende del Poder Judicial Federal. Están usando su imagen para afectar la credibilidad de la SCJN y la función del poder judicial federal. Se trata claramente de apología feminicida, de violencia política, de violencia mediática e institucional dirigidos en contra de la Ministra presidenta, minando además con esto el enorme logro de tener a una mujer al centro de la herradura. Es una afectación en contra de la integridad de la ministra y una forma más de violencia contra las mujeres.

Es terrible el odio y también la ignorancia que impera en cuanto a las atribuciones de quien ejerce la presidencia de la SCJN. Pero, ¿cómo explicarle al pueblo bueno qué es lo que hace la SCJN?, ¿cuál es el papel del poder judicial federal? La gran mayoría de los casos en el país no llegan a ser del conocimiento del poder judicial federal. En números redondos se dice que llega cerca del 20 por ciento de los casos y de ese porcentaje una ínfima parte llega a la SCJN. Pero no estamos hablando ni de las fiscalías, ni de la justicia cotidiana.

La Ministra Piña como cualquier funcionaria está sujeta a la crítica, pero estas valoraciones no pueden hacerse exclusivamente en función de su cercanía o no con el titular del ejecutivo. La ministra Piña es una alta funcionaria que actualmente representa a uno de los poderes de la Unión. Los funcionarios públicos tienen una alta tolerancia a la crítica, sin embargo, lo que hemos visto es que desde que la ministra asumió la presidencia de la SCJN se le ha descalificado e insultado de manera constante desde Palacio Nacional, han existido varios actos de repudio en contra de ella, sin que exista claridad de cual es el mensaje, cual es la exigencia, cual es la movilización o el detonante.

Toda manifestación es un medio para hacer llegar un mensaje para el poder político, para lograr que accione en un determinado sentido; sin embargo, en los reclamos que se hacen a la ministra Piña no se identifica exactamente cuál es ese reclamo. Se habla mucho de corrupción, de nepotismo, de impunidad, etcétera, sin embargo, tan solo lleva tres meses al frente del poder judicial federal, de ahí que cueste trabajo entender la razón por la cual estos tres meses se consideran paradigmáticos o cuál fue el punto de quiebre, cuando las críticas que se hacen han estado ahí desde antes de la llegada de la ministra Piña a la presidencia de la SCJN.

Hemos visto desde enero de este año una escalada de repudio hacia una funcionaria pública, las críticas son cada vez más violentas y virulentas en contra de la Ministra Piña, al igual que la misoginia imperante. Claramente estamos en un momento muy complejo en el debate público. Hemos perdido la capacidad de entender los temas de manera compleja o integra. Se encajona a las personas y todo esto contamina el debate público pues la discusión ya no es sobre proyectos, reglas o políticas públicas, sino que se encuentra centrada en la figura presidencial, y en las filias y fobias que trae aparejada. En suma, se trata de un debate muy contaminado. El poder judicial federal no es un botín. Es el poder garante de la imparcialidad y el estado de derecho, hay que dejarlo trabajar en paz.

Y lo adecuado de su funcionamiento no depende de la aprobación o desaprobación de algún lado del espectro político. Condeno las manifestaciones de odio en contra de la ministra Norma Piña. La violencia nunca es el camino. Y no, no hay manera de justificar la quema de la imagen de la ministra Presidenta, ni las tradiciones, ni las quemas de judas, ni la efervescencia que puede surgir en una plaza pública. Es hora de dejar de normalizar la violencia feminicida. Y es hora ya de revertir la enorme polarización. Hay que dejar de lado el lenguaje (los símbolos incluidos) de odio y la apología de la violencia. ¿Cómo vamos a revertir esta polarización? El camino sin duda debe ser mediante el diálogo, el debate político y en última instancia respetando los cauces jurídico constitucionales.