Apasionado confeso de la música, desde hace tiempo esperaba con ansiedad el estreno de la película más reciente del californiano Todd Field, Tár. Con Gustav Mahler y su excelsa Quinta Sinfonía en el centro de la escena, porque sus hondos significados forman parte también del desarrollo intrínseco de la historia, una hermosa reseña de mi dilecto colega y sabio melómano Pablo Espinosa me hizo avizorar además que tendría un arduo y cuesta arriba destino en el circuito comercial, tratándose por otra parte de una maravillosa lección de música para iniciados. Profesionales en las grandes ligas, las prestigiadas Filarmónicas de Nueva York y Berlín, los personajes se expresan y comunican de igual modo en ese lenguaje especializado.

En ese primer plano, el de la música propiamente dicho, y más allá de que por desgracia sea para un público más bien reducido, con lo que deducimos que Tár tendrá pérdidas en la taquilla ––no es tampoco una película precisamente cara, por fortuna––, el filme de Field toca distintos niveles y estadios. De igual modo autor del guión y él mismo músico, ahonda en esa primera esfera de sofisticación donde predominan una nomenclatura y un lenguaje especializados, con todo lo que implica penetrar en ese universo maravilloso cuya filosofía se conecta con el más profundo sentido de la creación estética y de la propia existencia, porque el arte mismo ––y la música se encuentra en la estratósfera–– constituye la cota más elevada del espíritu humano.

Pero Tár igual desciende al mundillo cotidiano y muchas veces no menos mezquino de las debilidades presentes en el ejercicio de la música en cuanto actividad humana, conforme los mismos románticos insistían en que en nuestra compleja condición existe siempre la posibilidad de dar cabida tanto a lo más sublime como a lo más grotesco. Y en este otro plano igual cohabitan la ambición de poder y sus abusos, la envidia y el egoísmo, los prejuicios y la estulticia en el terreno de las relaciones interpersonales, el ego y la vanidad. En torno a la ahora misma muy expuesta cultura de la cancelación, del defenestramiento de una estrella de la música que cae en desgracia porque ha transgredido los códigos, Todd igual pone el dedo en la llaga con respecto a un movimiento que no por junto e impostergable, igual puede llegar a ser despiadado y hasta radical. Los radicalismos, en el terreno que sea, siempre resultarán siendo nocivos y lapidarios.

Sin embargo, y más allá de ese primer gran plano musical que a muchos nos atrapa y seduce, porque está escrito y hecho con conocimiento de causa ––no deja de haber, sin embargo, algunos obligados lugares comunes––, en el terreno ya dramático me parece que Todd Field se ocupa de muchos temas y no llega ni alcanza a profundizar en todos como debiera, dejando de más que sean interpretados y hasta concluidos por el propio espectador. ¡Ni el tiempo ni el espacio le dan para tanto! En ese complejo cedazo de subtramas y personajes, de ninguno llegamos a tener una geografía completa, quedándose en meros esbozos inacabados. Esos tramos inconclusos dentro del itinerario del personaje neurálgico, la directora de orquesta caída en desgracia, propician que tampoco lleguemos a tener tampoco un corpus completo de ella, si bien la mencionada primerísima actriz consigue habitarla a plenitud por dentro y por fuera, con matices diversos y una expresión corporal acorde en todo momento a su oficio que consigue dominar sin necesidad de fe de erratas, porque hasta el alemán estudió.

Aparte de la obra aquí central de Mahler, en particular su citada Quinta Sinfonía que es un prodigio de orquestación, muy representativa del lenguaje del gran genio mahleriano en continuo ascenso, la incidental fue escrita por la muy talentosa e interesante compositora islandesa Hildur Guðnadóttir. Con algunos planos en extremo oscuros, destaca de igual manera la fotografía a tono de Florian Hoffmeister, así como un montaje impecable en buena comunión con la atmósfera de Monika Willi. Y si la estrella indiscutible es Cate Blanchett, para quien pareciera haber sido escrita y hecha, sin podernos imaginar a otra actriz en ese papel, lo cierto es que todos los demás están en casting, en provecho de una puesta sensible e inteligente.

Quizá el mayor pecado de Todd Field aquí haya sido apostar por tantos géneros entrecruzados, porque hasta el policiaco y el thriller de suspenso caben. A diferencia de otros ya clásicos en torno al mundo de la llamada música de concierto como Encuentro con Venus del húngaro István Szabó o El Último Cuarteto del también norteamericano Yaron Zilberman, por ejemplo, ambos títulos de enfoques más concretos y quizá por lo mismo menos pretensiosos, Tár dispara en muchos sentidos y por lo mismo pierde el sentido último de su mira. Sin embargo, y más allá de estos asegunes, me quedo con lo que en principio inspiró a su creador, una apasionada lección de música ––“la música es la respuesta al misterio de la vida, Schopenhauer dixit–– que nos permite entrever lo profunda que en verdad puede ser la vida, la existencia.