El crecimiento de la economía mexicana en los últimos 30 años ha sido cercano al 2 por ciento anual y ha venido decreciendo en el último lustro. Esta situación no responde a las expectativas que las estrategias y las reformas económicas implementadas por los diferentes gobiernos en el poder establecieron en su momento, entre las que se cuentan la apertura comercial (en sus diferentes etapas), la atracción de inversiones, las políticas energética y eléctrica, por poner sólo unos ejemplos.

Ello se debe a que en general estas reformas empezaron tarde y no contaron con un sólido andamiaje institucional que las hicieran sostenibles en el tiempo y han caído en manos del cortoplacismo político y de la ausente visión de futuro de los tomadores de decisiones. La realidad nos ha mostrado que somos una economía sin rumbo. No se cuenta con una cultura de planeación de largo plazo que trascienda los períodos transexenales ni tampoco ha habido consenso de largo alcance entre los sectores político, social y económico.

México suele insertarse tarde a las tendencias mundiales o, en el peor de los escenarios, ni siquiera se construyen e implementan planes para seguirlas, lo que implica que se pierda todavía más el rumbo. El país ha estado dando pasos desorientados con el pretexto de tener políticas con contenido social y que resultan ser más ideológicas o retóricas que realistas en términos de progreso medible.

En energía no cabe duda de que el sector está en una franca transición mundial hacia fuentes de energías renovables y limpias como la fotovoltaica, la solar y la eólica, la descarbonización, la conversión de residuos en energía, entre muchas otras. En contraste nuestro país, si bien había logrado una reforma enfocada a depender cada vez menos de los hidrocarburos, la actual administración le ha dado un giro hacia seguir dependiendo de estos recursos, pensando que todavía se puede crecer rescatando a esta industria.

La industria manufacturera, en especial la automotriz, tiende hacia la fabricación y uso de los vehículos híbridos y eléctricos y la eliminación de los motores de combustión. En la industria de alta tecnología se habla de mayor conectividad, sistemas de producción digitalizados, transporte inteligente e infraestructura digital. En el lado opuesto, nosotros seguimos explotando recursos naturales y turísticos. La industria de alta tecnología que llega es maquiladora con una insuficiente derrama económica.

El futuro y las tendencias en materia de educación están encaminadas a realizar actividades cada vez más especializadas y tecnificadas, influidas por el progreso tecnológico, la sustentabilidad ambiental y la transición al uso de la inteligencia artificial, el desarrollo de competencias y conocimiento. Claramente nuestro país no podrá insertarse activamente en esta tendencia si sigue sin invertir en educación, ciencia y tecnología, sin planes de largo plazo.

México no puede darse el lujo de seguir perdiendo el norte y desaprovechar las ventajas y bonos con los que aún cuenta. No se puede seguir como espectador de los avances tecnológicos y abandonar las tendencias que conducen a mejores estadios, solo por no poder ver más allá de la coyuntura sexenal.

Por no tener definido un rumbo claro y objetivos alcanzables en el largo plazo, nuestro país retrocede a pesar de tener el potencial y la oportunidad para ser un líder entre las economías emergentes.

La visión de futuro que se debe construir es ser protagonista en el entorno mundial. México puede aspirar a tasas de crecimiento consistentes que rodeen los 5-6 por ciento anuales; reducir la población en pobreza en 30 o 45 por ciento en los siguientes 10 años; generar empleos suficientes y de alta calidad, con remuneraciones apropiadas para aprovechar el bono demográfico; contar con programas de estudio que se apeguen a las tendencias mundiales, con un verdadero impulso en la tecnología y la era del conocimiento; ser líderes en la generación de energías sustentables y limpias.

Para ello, se requieren consensos y compromisos de todos los sectores del país: gobierno, empresarios, trabajadores, sector social, políticos. Se debe partir del respeto a las ideas y dejar de lado la ideología, se necesitan formar grupos de acción que trabajen en la construcción de planes de largo alcance y con objetivos claros; pero también se requiere de un marco normativo que permita el desarrollo de estos planes en el tiempo, que supere la barrera transexenal, que cuente con formas de medición y de adaptación a las condiciones del entorno sin perder de vista los objetivos de largo plazo.

Es una tarea de altos vuelos, un gran reto, muchos obstáculos que superar, que requiere de decisión y valentía, México lo merece y lo tiene a su alcance.

El autor es presidente de Consultores Internacionales, S.C.®