En tiempos de incertidumbre global, se invocan argumentos diversos para tratar de encuadrar la política internacional dentro de parámetros objetivos, mesurables y predecibles. Para algunos, lo que hoy sucede se asemeja a la Guerra Fría, por lo que sus diagnósticos perfilan hegemonías fortalecidas y nuevas, así como zonas de influencia en ciernes. Para otros, la coyuntura es inédita y plantea preguntas básicas sobre la fisonomía política de un acomodo mundial hasta ahora incierto. En este escenario, el ejercicio del poder parece caprichoso, porque privilegia sus componentes político-militares, situación que añade confusión y riesgos para todos.

En el tránsito de lo que fue y de lo que se espera que sea el ordenamiento mundial del porvenir, las narrativas académicas y políticas son variopintas y, a veces, acomodaticias y circunstanciales. Por ningún lado asoma una propuesta alternativa viable, que responda a las inquietudes de la gente y a la urgencia de adoptar medidas nacionales y universales para revertir la pobreza, facilitar el diálogo intercultural y atender, con criterios de sostenibilidad, el grave deterioro del medio ambiente. Paradójicamente, las narrativas sobre la mejor manera de abordar desafíos contemporáneos siguen girando alrededor del más rancio concepto del Estado, concepto que está crecientemente disociado de la realidad global y de las necesidades y aspiraciones de sus nuevos actores, en los más diversos ámbitos.

Ante una globalización que tropieza por sus propias contradicciones, la inteligencia mundial y los gobiernos están llamados a ser creativos. Las sociedades demandan respuestas ante el deterioro de los paradigmas que sustentaron, en el periodo bipolar y los primeros años de la posguerra fría, la contención de los conflictos y una paz siempre endeble. En efecto, ante los retos de la política mundial de hoy, los binomios paz-guerra y cooperación-conflicto, ya no pueden atenderse con criterios de acción-reacción y tampoco con las herramientas institucionales y diplomáticas diseñadas en San Francisco, en 1945. Porque no atiende razones estructurales, también parece pertinente dejar atrás el modelo asistencialista de los programas de desarrollo y de las instituciones financieras internacionales, a fin de atender los rezagos reales del sur global, con visión solidaria y humanitaria.

Nada es sencillo. Ensayar un acomodo nuevo y virtuoso exige distanciarse de ideologías dogmáticas y de nacionalismos xenófobos que postulan la soberanía cerrada, ya que ambos se alejan de los intereses de la humanidad y van a contrapelo de la pluralidad política y de la transparencia que hoy se exige a la gestión pública. Cuando las relaciones internacionales se tensan ante problemas irresolutos y por el doloroso parto de un sistema mundial que se espera integrador, horizontal y plural, es tiempo para recapacitar en las teorías del poder. Para la academia, ha llegado la hora de contribuir a la acción política con nuevas reflexiones, que pongan a la seguridad humana en el centro de todos los empeños por construir un mundo mejor para todas las personas.

El autor es internacionalista.