Se ha comenzado a hablar del humanismo mexicano y se ha comenzado también a decir que el humanismo es una idea universal y, por eso mismo, no puede haber una propuesta exclusiva para un espacio determinado. Este razonamiento es válido cuando se habla, por ejemplo, de la Filosofía, porque en ese ejercicio del pensamiento se plantean las interrogantes del ser humano y la problemática es la misma en todos los puntos del planeta. En el caso del humanismo no sucede lo mismo, porque se trata de una idea, pero también de sus aplicaciones que suelen ser distintas para cada espacio y cada circunstancia.
En el caso de nuestro país hay un humanismo mexicano y es posible comenzar a buscar sus orígenes: en dónde y cuándo. Por lo general, se afirma que el humanismo solamente pudo provenir de los extranjeros, de los conquistadores y colonizadores peninsulares. Solamente pudo tener ese origen puesto que, en lo que hoy es México, lo único que había eran guerras, conquistas violentas, rituales exóticos, antropofagia y correrías inexplicables. Ciertamente, hubo algo de eso, pero no se puede identificar al universo cultural mesoamericano solo a partir de esos elementos.
En realidad, se trata de varios complejos civilizatorios competitivos y a veces muy superiores a las de otras latitudes, no basta dar muchos ejemplos, Tenochtitlan, Tikal, Palenque, Yaxchilán, Uxmal, etcétera, que son evidencias muy claras de los alcances prehispánicos. En estos puntos geográficos-históricos necesariamente hubo expresiones filosóficas y morales que todavía no se conocen como debe ser. Aquí, necesariamente hubo valores relacionados con el hombre y con la búsqueda de la perfección humana.
De ese humanismo todavía muy parcialmente conocido, podemos citar dos ejemplos, el de los quichés, los hombres de Tikal, que sostenían la seguridad de que el hombre es perfectible, pero debe orientar su vida por el camino de la hermandad no solamente de manera colectiva, sino en lo individual. El ser humano, continuaban los sabios quichés, es perfectible, e incluso, puede llegar a vivir como los dioses, puede parecerse a ellos, incluso físicamente, si así lo decidiera. Los rituales quichés, que transmitieron a los mayas eran ejercicios para la perfección de los seres humanos y eso es un humanismo.
Otro ejemplo es el de los aztecas, los hombres de Tenochtitlan, que ciertamente eran guerreros en acción casi permanente. Sin embargo, la guerra y todos los rituales de guerra, se explicaban —no se justifican en los términos actuales— porque eran parte de la tarea para agradar a los dioses, a fin de que ellos ayudaran a los hombres a permanecer y a ser mejores. No debemos olvidar que la formación de los alumnos del Calmécac incluía diversos planos de la vida del hombre como son la poesía, la estética, la escultura y otras artes que forman, en su conjunto, un esquema humanista. No está demás recordar la poesía del rey-poeta Netzahualcóyotl —el referente mayor de la poesía prehispánica entre los mexicas— que apuntaba claramente su admiración por la belleza, pero más que todo, su amor por su hermano el hombre.
Estas reflexiones son una invitación a continuar la búsqueda y una promesa personal de continuar en la línea de aprender todo lo posible del humanismo mexicano. Habrá más referencias —que, ciertamente, pueden ser muy modestas— al tema en el futuro.
@Bonifaz49