Un rápido vistazo al mundo alerta sobre su doble circunstancia dinámica y mutante; advierte también acerca de un sistema internacional desgastado, crecientemente obsoleto y frágil, que ha sido rebasado por la realidad. En este desalentador cuadro, el conflicto prevalece o está latente ahí donde se registran desequilibrios por el reacomodo de hegemonías regionales o el surgimiento de actores que aspiran a ocupar los vacíos de liderazgo engendrados por el fin de la Guerra Fría. El problema es mayor porque no hay certeza en la idoneidad de las herramientas diplomáticas que podrían utilizarse para recuperar balances y revertir la creciente desconfianza en el sistema multilateral y su cada vez más pesada y onerosa burocracia.

No se trata de ser pesimistas. Tampoco es que se haya llegado a un punto de quiebre por caos generalizado, pero las luces de alerta están encendidas. Aquellos elementos que nutrieron en el imaginario colectivo las nociones de aliado y adversario durante la segunda posguerra, hoy se desdibujan. Es así, entre varios motivos, porque las potencias, en abono a sus intereses, durante décadas han violentado normas jurídicas, lo que ha mermado su liderazgo y la credibilidad en su condición de socios comprometidos con los valores y acuerdos del orden liberal. Por ello, los criterios típicos para el análisis y la toma de decisiones en materia de política mundial están erosionados y son poco útiles para darle rumbo al esfuerzo que la comunidad de naciones despliega a fin de sujetar, con alfileres, la paz, la seguridad y la cooperación internacionales.

Por otro lado, hay imprecisión sobre el mejor camino a seguir para que los organismos multilaterales de vocación universal concurran eficazmente al necesario reordenamiento. El aturdimiento de la política global ha propiciado la quimera de buscar la paz por la paz misma. Se trata de una narrativa que no agrega valor al debate académico y político, que nace desahuciada por ser vaga y coyuntural. Si realmente se desea estabilidad y paz justa y duradera, la comunidad mundial está obligada a trazar una hoja de ruta alternativa, que remonte la recurrente práctica de remendar al actual sistema multilateral y contribuya, puntualmente, a edificar un orden basado en equilibrios políticos verídicos y en una agenda creíble y con recursos para el desarrollo. Como bien dijo Cicerón, Historia vitae magistra; en efecto, hay que abrevar de la experiencia e invertir en fórmulas semilla para construir con solidez perdurable. El fin es evitar que las instituciones del futuro nazcan cojas y apocadas, porque no fecundan consensos y tampoco reflejan las aspiraciones reales de los pueblos.

La historia diplomática es la de los equilibrios de poder. Esta realidad, raquídea para toda propuesta de ordenamiento alternativo, tendría que legitimarse a través de objetivos compartidos por todas las naciones, de tal suerte que no se caiga una vez más en modelos de convivencia donde priva la imposición de hegemonías, en detrimento de un orden sustentado en valores y reglas jurídicas coincidentes. El sendero no es llano. No obstante, cualquiera que sea el derrotero a seguir, las propuestas del Sur global deberán ser parte medular de la ingeniería mundial del porvenir; de un arreglo virtuoso constreñido a gravitar la paz y la seguridad universales en la órbita del desarrollo con justicia.

El autor es internacionalista.