La transición energética a la que se encaminan los principales países en el mundo a través de políticas, agendas e inversiones es una realidad. México planteó como uno de los objetivos de la reforma energética de 2013 contar con una agenda estratégica para la transición, enfocada a producir energía basada mayoritariamente en fuentes limpias y renovables y depender menos de los hidrocarburos, en parte porque los mismos ya se están agotando.

No obstante, el camino andado se ha desviado, por la idea poco realista de que el país es una potencia petrolera y que la autosuficiencia energética se puede lograr basada en seguir explotando los hidrocarburos que subsisten en el país. Con la idea de fortalecer a las paraestatales, los objetivos definidos y las acciones instrumentadas por la presente administración no sólo nos están atrasando en el proceso de la transición energética, también nos está llevando a una situación de improductividad e insostenibilidad.

Más allá del sentido nacionalista de que la energía la deben producir los mexicanos, para no depender de otros, no se está invirtiendo en donde debería: en producir energía sostenible, limpia y más barata.  Los mayores proyectos energéticos han sido la compra de la refinería de Deer Park y construyendo como uno de los proyectos insignia la refinería de Dos Bocas, cuando actualmente en ninguna otra parte del mundo se están construyendo refinerías, incluso la tendencia es hacia deshacerse de ellas. También se ha iniciado la reanimación de plantas generadoras de energía eléctrica, las que en muchos casos ya son casi inservibles y que siguen usando hidrocarburos contaminantes.

El plan para la energía limpia ha sido prácticamente abandonado y la visión distorsionada plantea seguir produciendo energía con procesos que ya están en franco abandono. La reciente compra de plantas de procesos tradicionales a Iberdrola, la cual se promociona como un gran empuje al reforzamiento de la empresa paraestatal para generar energía eléctrica, contrasta con las nuevas inversiones que la propia empresa española anunció que hará en Brasil para producir energía limpia, entendiendo que ese es el futuro al que se debe llegar.

La intención de basar el crecimiento y el desarrollo en las industrias petrolera y eléctrica es insostenible debido al agotamiento de las reservas en la última década, en el desaliento de inversión privada en exploración de nuevos yacimientos para poder incrementarlas es notorio y en la generación de electricidad costosa y contaminante. Si a esto se le añade la dependencia que México tiene de los ingresos petroleros para planear la política presupuestaria de cada año, el problema se torna cada vez más complejo.

En un intento por impulsar el sector de las energías renovables, la estrategia verde que este gobierno prometió se ha enfocado a rehabilitar 60 plantas hidroeléctricas (que hasta la fecha no ha cumplido) y a construir un parque solar en Puerto Peñasco, Sonora que sería el más grande de América Latina, que por ahora está en la primera etapa que comenzará en mayo de este año y la segunda etapa en junio de 2024. Además, la CFE comercializará energía con Estados Unidos a través de la construcción de líneas de transmisión eléctrica y parques solares como el de Puerto Peñasco. Por último, el gobierno ha anunciado que algunos de los parques industriales del corredor interoceánico del Istmo de Tehuantepec utilizarán energía eólica, aunque habrá que decir que esta iniciativa está encontrando gran oposición de parte de las comunidades de la región.

A pesar de estos escasos esfuerzos por hacer la transición energética deseada, el gobierno ha frenado diversos proyectos en pro del medio ambiente apostando abiertamente por los combustibles fósiles. En este espacio ya se ha mencionado que el gobierno está poniendo en riesgo el crecimiento del país por forzar a que el aparato productivo del estado sea un motor cuando los datos nos indican que el modelo en que se basa está en franco agotamiento.

La política energética sigue dando de qué hablar en el país. México no puede seguir insertándose tarde a los cambios que ya están en puerta por continuar con la retórica de la soberanía energética, dilatando la producción de energías limpias por considerarlas costosas y riesgosas para el sector eléctrico del país.

México debe cumplir con los compromisos de la Ley de Transición Energética (generar el 35% de la energía eléctrica con tecnología limpia para 2024) en un ambiente de certidumbre (política y legal) y con la firme convicción de que el futuro está en la energía limpia y renovable. Las ventajas son muchas y con mayores beneficios que costos. Es un tema que ineludiblemente debería estar en la primera línea de la agenda legislativa de los próximos períodos.

El autor es presidente de Consultores Internacionales, S.C.®