Se dice, y con razón, que el poder suave de México es un poderoso instrumento para avanzar los temas que interesan al país. Pero vayamos por partes para entender este concepto. Para el sociólogo Talcott Parsons, el poder de los estados se puede medir con distintos parámetros, por ejemplo, sus fuerzas armadas, riqueza económica, dominio efectivo sobre personas y territorios, así como propiedad sobre recursos naturales muy cotizados. Esta medición, alusiva al llamado “poder duro”, acredita la capacidad del que lo ejerce para alcanzar un objetivo mediante la imposición, dominio o sometimiento de un tercer actor.

El poder duro convive con el suave. Este último es una forma distinta de influir en el ámbito internacional. Su fuerza radica en el prestigio y solvencia moral alcanzados por el Estado que lo despliega, por su congruencia diplomática y compromiso, entre otras, con las causas de la paz, el Derecho Internacional, la cooperación para el desarrollo, la sostenibilidad ambiental y la justicia económica y social. La fortaleza de este poder suave también descansa en la percepción positiva que exista en el extranjero de un Estado determinado, por su habilidad para garantizar su gobernabilidad democrática y estabilidad económica. Desarrollado por el académico Joseph Nye, el poder suave es útil para promover intereses nacionales mediante la interacción constructiva de los estados y de estos con el variopinto y creciente número de actores públicos y privados de la sociedad mundial.

A diferencia del poder duro, de suyo unilateral y vertical, el suave potencia la vocación dialogante e integradora de la diplomacia, compensa desequilibrios económicos y políticos y es útil para hacer de la globalización un fenómeno virtuoso. Para apuntalar ese poder, los propios estados recurren a las diversas ventajas comparativas y atractivos que ofrecen, como sucede con los rubros de cultura, educación, historia, turismo y conectividad. El poder suave auspicia empatías, atrae flujos turísticos e inversión extranjera y facilita la concreción de mecanismos ad hoc para el impulso de sociedades económicas y comerciales. Este poder suave utiliza a las llamadas “nuevas diplomacias” para incrementar la calidad de los vínculos entre los estados nacionales y de estos con gobiernos y actores estatales, municipales y locales. De carácter incluyente, integrador e innovador, entre las nuevas diplomacias destacan la consular, social, feminista, científica, pública, empresarial, deportiva, turística, gastronómica y digital.

En el caso específico de México, las nuevas diplomacias son prioridad de la política exterior porque facilitan la atención pro activa de intereses nacionales y la protección de personas mexicanas en el extranjero, a través de plataformas horizontales, plurales y abiertas que edifican solidaridad y sociedad con actores y autoridades de todos los niveles de otros países. El poder suave y las nuevas diplomacias que lo acompañan se ejecutan de buena fe, para que nadie pierda y todos ganen. Por ello, trastocan la noción sigilosa y cerrada de la diplomacia tradicional y demuestran su utilidad para atender los complejos componentes de las agendas interna y externa de nuestro país. Enhorabuena por México, cuyo prestigio como actor internacional responsable, lo faculta para desplegar su poder suave con un enfoque siempre fresco y edificante.

El autor es internacionalista.