Hace unos números recomendé ampliamente un más que aleccionador e intersante compendio de cartas (Aquí y ahora) escritas entre dos muy valiosos y reconocidos polígrafos en activo, el sudafricano Premio Nobel de Literatura J. M. Coetzee y el norteamericano Paul Auster. Entre los varios interesantes temas allí esgrimidos con sabiduría y seductor poder discursivo, dedican amplias páginas a dialogar sobre un libro de no menos lúcida disquisición analítica de otro igualmente admirable personaje de nuestro tiempo, el palestino Edward Said (Jerusalén, 1935–Nueva York, de 2003), un auténtico humanista que allí aborda con talento y hondo conocimiento de causa muy diversos tópicos de la cultura​.

Celebrado crítico y teórico literario y musical, Said fue además un activista comprometido de tiempo completo con distintas causas justas del mundo que le tocó vivir y sufrir, entre otras y sobre todo, por supuesto, lo que hizo por su pueblo desde dentro y desde fuera del Consejo Nacional Palestino. Como académico no menos prestigiado, desde 1963 y hasta su prematura muerte fue profesor de literatura en lengua inglesa y literatura comparada en la Universidad de Columbia, y tambien en su alma mater, en Harvard, donde se forjó un prestigio con sólidas credenciales y por atributos ciertos.

Dentro de una muy nutrida y diversa bibliografía, su medular gran obra Orientalismo, de 1978, es sin duda su estudio más ambicioso y difundido, como punta de lanza de una nueva línea crítica de análisis poscolonialistas que han desenmascarado los muchos prejuicios y lugares comunes presentes en las más tradicionales posturas pro occidentalistas y eurocéntricas. Políglota, como experto en la materia sabía que los aparatos lingüísticos ya concentran en su vocabulario y en sus formas muchos de esos desvíos y atavismos erráticos, malformaciones culturales que sólo propician acercamientos miopes y equivocados para desentrañar y entender como es debido otros pueblos y culturas. Toda una autoridad, “Orientalismo” fue entonces el concepto neurálgico por él acuñado para desencadenar todas esas nuevas teorías poscolonialistas y subalternas basadas en la observación de un sinfín de falsos prejuicios presentes en las muchas actitudes occidentales de cara a la Otredad, centradas en el exotismo, cuando no en un cargado sentimiento de superioridad.

En el arte de Euterpe, otro de sus grandes saberes y pasiones, Edward Said tenía de igual modo una no menos sólida formación técnica y leía muy bien música, pues tocaba el piano con bastante buen oficio. Crítico por muchos años de la revista estadounidense The Nation, escribió extraordinarios libros como Elaboraciones musicales: ensayos sobre música clásica, Paralelismos y paradojas: reflexiones sobre música y sociedad (donde dialoga con el notable pianista y director judío argentino Daniel Barenboim, con quien creó la Fundación Pública Andaluza y la West Eastern Divan Orchestra) y el que ahora nos ocupa Sobre el estilo tardío: música y literatura a contracorriente. El Conservatorio Nacional de Música de Palestina ahora lleva su nombre, por lo mucho que hizo por la música de concierto en ese país y por los músicos palestinos promovidos a través del mayúsculo y generoso proyecto con Barenboim.

Hombre de amplios saberes, esta última era la obra en la que trabajaba cuando lo alcanzó la muerte víctima de la leucemia con la cual luchaba desde una década atrás. Destacan aquí las reflexiones sobre algunas óperas de Mozart, sobre la obra del autor maldito francés Jean Genet, sobre Beethoven y sus últimas obras a partir de las cuales su maestro Theodor Adorno acuñó precisamente el término de “estilo tardío” (nadie mejor que Said para desentrañar los difíciles conceptos del gran filósofo y musicólogo alemán miembro de la Escuela de Frankfurt), sobre Thomas Mann y su Doktor Faustus, sobre el sabio arte pianístico del canadiense Glenn Gould, sobre Giuseppe Tomasi di Lampedusa y el acercamiento cinematográfico de Visconti a su novela El gatopardo, sobre Richard Strauss y la preponderancia del siglo XVIII en muchas de sus óperas, sobre el poeta griego Constantino Cavafis y su fascinación por la vida y por la muerte (Eros y Thanatos, y en tensión con estas dos antípodas, el exilio), sobre los trágicos griegos y la humanización del más “tardío” Eurípides, sobre la obra lírica no menos radicalmente inflexiva del británico Benjamin Britten sobre todo de su manniana Muerte en Venecia.

Misceláneo de ensayos escritos a su vez con rigor y con desparpajo, con nostalgia y con ironía, con dolor y con placer, el mismo Said vuelve a este concepto adorniano impulsado por su propia cercanía con la muerte, porque ante tal estado de conciencia el paso del tiempo cobra otro sentido y el impulso dominante de reflexión adquiere un peso específico. Su atento discípulo Michael Word reunió estos textos y acabó de darles una forma de acuerdo a lo pensado y expresado por su lúcido maestro, personaje admirable por donde se le vea y de los que cada vez hay menos en un mundo especialmente turbio y en crisis.