Ricardo Rocha, versátil y valiente comunicador

In memoriam

La lucha política no termina nunca. Cambian los escenarios, las tendencias, los personajes y las ideas, pero la lucha es permanente. Por legitimar el acceso al ejercicio del poder público, las elecciones y sus resultados constituyen fechas emblemáticas. La voluntad por agrupar en la jornada electoral federal la mayoría de las jornadas locales ha dejado como punto de observación relevante para la Nación la renovación de las gubernaturas en el cuarto y el quinto años del período presidencial.

Pueden ser laboratorios para las estrategias y son referente para la jornada electoral del sexto año y la renovación de los poderes legislativo y ejecutivo de la Unión, sin demérito de las dinámicas locales.

El ciclo sexenal de la renovación de los ejecutivos locales se cerró con los comicios en los estados de Coahuila y de México. La preferencia en lo local ha refrendado al partido en el poder presidencial: 23 poderes ejecutivos a cargo de sus miembros (21) o sus aliados (2); cinco a cargo de abanderados del PAN; dos de militantes de MC, y dos de cuadros del PRI.

Y salvo Coahuila, que habrá que analizar en detalle y más allá de la división de Morena, PT y PVEM, se cerró otro ciclo iniciado en 1989: el PRI ha sido derrotado al menos una vez en todas las entidades federativas y la evidencia es que donde no logra pervivir como organización unida y atractiva para la sociedad, deja de ser opción competitiva.

A lo largo de casi cinco años las urnas han hablado. Escuchemos el mensaje del domingo pasado, pero en el contexto de esa integralidad de comicios y coros locales y federales en -al menos- ese tiempo. Para los comicios del año entrante se presentarán la propuesta oficial cohesionada por el presidente de la República de corte populista, y las propuestas de las fuerzas políticas de oposición (la presunta coalición Va por México del PAN, PRI y PRD, y MC) de corte pluralista.

En lo nacional, un proyecto tiene liderazgo y control nítidos y otro presenta pluralidad de rostros y planteamientos; uno ha perfilado figuras -sin reparar en violaciones a la ley- para inducirlas al imaginario colectivo como opciones presidenciales reales y otra ha visto proliferar nombres y trayectorias ante la falta del consenso en torno a una personalidad que una y encabece.

A un año de la jornada comicial, en las encuestas publicadas tres de las cuatro personas señaladas por el Ejecutivo como posibles candidaturas presidenciales de Morena tienen el más alto reconocimiento y más opiniones positivas que negativas; en los otros frentes, salvo el presidente municipal de Monterrey -en recuerdo de su padre-, todas las personas aspirantes a la candidatura son reportadas con menos opiniones positivas que negativas.

Apunto varias lecturas: (i) las responsabilidades gubernamentales permiten visibilidad y reconocimiento y más figurar en el elenco de personas convidadas por quien habrá de decidir. Vale agregar los beneficios del aparato de propaganda que se comanda desde Palacio Nacional; (ii) la exposición de las personalidades de las oposiciones incrementa su reconocimiento por la población, pero también el resorte de la asociación negativa por el discurso y la narrativa gubernamental; y (iii) el desafecto de la ciudadanía por los partidos a los cuales se encuentran vinculadas esas personas aspirantes.

No es imposible remontar las opiniones negativas, pero parece no haber ya tiempo suficiente para lograrlo, de acuerdo a los precedentes de otros procesos. El reto de la candidatura opositora se abrió con buen tiempo de anticipación y con un buen sentido de perfil delantero en una competencia de no más de tres y no siempre formalizada. Recuérdese a Vicente Fox para 1999, López Obrador para 2005 y que no culminó electo por errores propios, Enrique Peña Nieto para 2011 y nuevamente López Obrador para 2017. Precandidaturas y candidaturas de reto al partido en el poder fraguadas y consolidadas mucho antes del proceso de postulación.

Y si no hay quien concite la atención y el respaldo que requiere ese reto, peor es la condición de los vehículos partidistas. Como organizaciones nacionales, la crisis del PAN, del PRI y del PRD es evidente y, en consecuencia, de la coalición anunciada. Parecen haber confundido el mensaje para renovar la Cámara de Diputados en 2021 y la votación por las Alcaldías de la Ciudad de México de ese año; la mayoría de los sufragios por sus emblemas no fue por sus ideas o sus candidaturas, sino por conformar contrapesos al Ejecutivo Federal. Ese respaldo por contraste no movió a la autocrítica y la apertura a la sociedad. Hay más ciudadanía que militancias y éstas se han empequeñecido aún más. El “monopolio” del vehículo no asusta al auténtico soberano, si la actuación de los partidos no genera convicción.

Tampoco son menores las limitaciones de las organizaciones de la sociedad civil. Mismo fenómeno: más ciudadanía que cúpulas. Manifestaciones públicas contundentes ante convocatorias significativas, pero sin vínculos orgánicos para la acción electoral.

Hoy la crítica y la autocrítica es más necesaria que antes. Todas las antesalas del proceso electoral 2023-2024 quedaron atrás. Nuestro país está escindido entre la tradición no democrática que ha tomado el credo del populismo por el abandono del Estado de bienestar en el trayecto de modernización de la economía y la necesidad del equilibrio entre ingresos y egresos en las finanzas públicas; y la evolución al pluralismo democrático y la competencia económica como espacios para la ejecución de libertades y derechos y el cumplimiento de obligaciones.

Parece ser el corazón de la disputa por la Nación. Hemos denunciado la deriva autoritaria del populismo entre los convencidos por su acceso al conocimiento y el debate público, pero no hemos sido capaces de comunicarlo, explicarlo y hacerlo parte de las consideraciones de la enorme audiencia presidencial.

Quizás podríamos coincidir en que el problema más añejo y grave del país es la desigualdad. El populismo dice que lo atiende y abre la puerta al autoritarismo. El pluralismo no lo ubica como su primer y principal objetivo. El discurso democrático no permea en automático en situaciones de vulnerabilidad económica y social. No hay mensaje para quienes deberían recibirlo. (Continuará).