El 20 de mayo último, el Papa Francisco encargó al Cardenal Matteo Zuppi, presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, conducir una misión que ayude a lograr la paz en Ucrania. Sin definir hoja de ruta ni plazos, este anuncio reconoce la complejidad de origen de esta tarea, sus potenciales consecuencias virtuosas y la importancia que reviste la desactivación de los desencuentros para construir, sobre base sólida, un arreglo promisorio para la paz duradera.

Para acotar los alcances de su misión, el propio Zuppi ha aclarado que la meta es “contribuir a aliviar las tensiones”, en tanto que el Papa considera que la paz “se va a logar el día en que puedan hablar, o ellos dos [Rusia y Ucrania] o a través de otros”. A su vez, el Secretario de Estado, Pietro Parolin, afirma que se trata de un esfuerzo “de esperanza” para eliminar obstáculos y abonar en beneficio del cese de hostilidades. El jefe de la diplomacia de la Santa Sede no descarta que, después, pudiera haber diálogo con Estados Unidos y China.

Es interesante notar que las fuentes no aluden a la Unión Europea y tampoco a la OTAN, lo que indicaría su preferencia por un formato de negociación que se concentra en los actores primarios. La mesura sería componente de esta incipiente receta para la paz, donde se espera que todo paso contribuya al alivio humanitario y a la tregua. El lenguaje de los personeros vaticanos busca la distensión y, al parecer, no abraza arreglos fincados en la amenaza del uso de la fuerza y la preservación del estado de cosas. De ahí que esta iniciativa del Papa por la paz sea un llamado a la buena fe de las Partes y, por sus alcances extrarregionales, a la autopreservación del género humano.

En la mesa hay juego y lo animan, entre otras, la movilización internacional frente a la tragedia humanitaria y el rechazo a la guerra por parte de la opinión pública mundial. Para la diplomacia petrina, no se trataría de emprender labores de mediación clásica, por la animosidad de los contendientes y la complejidad de los factores involucrados. La negociación por venir podría partir de una suerte de “penduleo diplomático”; de un obligado ir y venir del enviado vaticano a capitales, que adicionalmente exigiría involucrar a otros actores estatales, no estatales y civiles, cuya voz es oportuna. Como todo proceso, el conflicto transita por etapas que perfilan los contenidos de la conversación posible, que probablemente se articulará alrededor de la seguridad en esa convulsa región. Muchos son los intereses que inciden en este diferendo, que reclama ser atendido con ánimo constructivo, para evitar que escale y facilite salidas políticas. Como acontece en cualquier crisis, la sede apostólica probablemente anticipará movimientos para generar entre las Partes psicologías edificantes y convergencias ahí donde sea posible. En el palacio apostólico, hay habilidad histórica en estos menesteres diplomáticos y sus entuertos. La ocasión es propicia para volver a leer la encíclica Pacem in Terris del “Papa bueno”, Juan XXIII, visionariamente subtitulada: “Sobre la paz entre todos los pueblos que ha de fundarse en la verdad, la justicia, el amor y la libertad”. Tales premisas, están más vigentes que nunca. Pacem hisce in terris confirmari.

El autor es internacionalista.