Es difícil identificar la causa central de la crisis del sistema internacional. En función de la disciplina académica se ofrecen argumentos que, en mayor o menor medida, coinciden con la idea de que las instituciones multilaterales y los conceptos de paz y la seguridad mundiales que las arropan, están desactualizados y deben sustituirse por otros, que recojan las aspiraciones y preocupaciones de hoy. Es natural, la geografía política y el entorno mundial son distintos a los que imperaban en 1945, cuando se aprobó la Carta de la ONU.

El largo proceso de descolonización, el desarrollo progresivo de los Derechos Humanos y, sobre todo, el auge y caída del bloque socialista, han dejado al mundo con muchas aspiraciones y otras tantas orfandades. De las primeras, destacan el desarrollo sostenible, inclusivo, democrático y con justicia social que hoy marcan la agenda de todos los pueblos. Acerca de las segundas, la sociedad internacional ha debido ajustarse, no sin problemas, a la ausencia del caduco sistema de equilibrio de poderes, lo que va en detrimento de la estabilidad global y de la predictibilidad de la conducta de las naciones, en especial de las potencias. La mezcla de tales aspiraciones y orfandades combina virtud con perversidad. En este azaroso contexto, los pueblos convergen alrededor de valores cuyo tronco común es la dignidad humana, un concepto articulador que rebasa por mucho al Estado y que pone en el centro de atención a la persona y sus derechos. De este concepto, que motiva desvelos de gobiernos y organismos multilaterales, se desprende una definición de seguridad que confiere prioridad a la generación de condiciones para el desarrollo integral, en un ambiente democrático, tutelado por las leyes y nutrido por políticas vanguardistas de desarrollo social. Paralelamente, ese mismo concepto de dignidad humana está llamado a nutrir acciones efectivas para el control de armamentos y la edificación de un entorno positivo, donde la guerra o la amenaza de la guerra, no sean factores determinantes para la edificación de una paz peligrosa y precaria. Vista así, la dignidad humana es también componente estructural para el nacimiento de una tesis inédita de seguridad mundial, que permita desplazar la idea de que la prioridad de los estados es hacer valer, como sea, su muy singular idea del interés nacional, incluso a costa del universal.

La ecuación y la narrativa son complejas; dejan ver que la problemática contemporánea descansa en una definición desgastada de la seguridad internacional, que con poco éxito se ha tratado de ajustar a la realidad, sin modificar los criterios que sustentaron la paz como resultado del equilibrio del terror y sin atender con seriedad el origen de los rezagos sociales. La liga está muy estirada y puede reventarse. La dignidad humana, en sentido amplio, no puede seguir abordándose con la vieja receta asistencialista de Bretton Woods. Para dotar de contenido concreto a esa dignidad, hay que reconocer la multipolaridad política y militar del mundo y, por sobre todas las cosas, su profunda fragmentación económica y las consecuencias perniciosas que genera. Del buen acomodo de estas situaciones dependerá el éxito del urgente arreglo por venir, uno que postule como binomio indisoluble a las seguridades – humana y colectiva – con la solidaridad que teje empatías universales y desactiva pugnas estériles entre intereses nacionales divergentes y competitivos.

El autor es internacionalista.