A Lorena Serrano Rascón,

su incansable promotora en las Jornadas Rascón Bandianas

Buena parte de la obra del prolífico y notable dramaturgo chihuahuense Víctor Hugo Rascón Banda (Uruachi, 1948-Ciudad de México 2008) se define y apuntala en aquella honda y sentida vocación de quien supo y estuvo siempre plenamente consciente de que el teatro representa uno de los espacios por antonomasia para reincidir y crear conciencia en torno a las más serias y trascendentales problemáticas humanas, tanto en el terreno individual como en la esfera social. En su sincera condición de  crítico incisivo y de defensor a ultranza  de los derechos humanos, su singular teatro constituye una de las voces más representativas y a la vez personales de nuestra dramaturgia contemporánea, a través de un quehacer que reconcilia al género con su verdadera responsabilidad histórico-social,  sin renunciar a su no menos cierta naturaleza estético-poética.

Corrosivo y veraz retratista de algunos de los pasajes más sórdidos del transcurrir cotidiano nacional, en los ámbitos urbano y rural, buena parte de su mejor teatro resulta ser testimonio fidedigno de los tantos excesos y desigualdades que a lo largo de la historia han alterado nuestra convivencia social y siguen lesionando nuestro sentido de identidad, a la vez que en el talante visionario y sensible de su humanista creador nos muestra su indignación ante todos aquellos usos y abusos que inhiben la única y primordial trascendencia del ser mexicano, del ser universal. ¡Qué duda cabe que extraordinarios textos suyos como Voces en el umbral, Máscara contra cabellera, Los ilegales, Sazón de mujer, Tina Modotti, Armas blancas, El baile de los montañeses, Homicidio calificado, Cautivas, Apaches, Contrabando, La fiera del Ajusco, El deseo o incluso su hermosa narración Volver a Santa Rosa ¡constituyen ya clásicos de nuestra mejor literatura!

Autor cuyos compromisos estético y humano coinciden en un mismo y único vórtice que hace de su teatro un más que necesario espejo de auto reconocimiento, Víctor Hugo Rascón Banda fue autor de una dramaturgia pletórica de vivencias tanto ajenas como propias, en cuanto observador pertinaz de lo que pasaba a su alrededor y a la vez demiurgo de una teatralidad que indomablemente se vuelca hacia adentro, de un individuo que no sólo creaba sino vivía sus textos en primera persona. De ahí la sinceridad de su teatro, que no sólo tiene en su autor a quien era artífice de historias inspiradas o propiciadas en/por hechos consignados en la prensa, en la nota roja, sino sobre todo al indignado e incendiario crítico que señalaba y también sufría la avalancha de sinsabores y desgracias que viven sus adoloridos y sometidos personajes. Humanista irredento, su autor no se limita aquí a quitar el velo deformado y deformante que cubre el transitar aciago y tormentoso de sus entes en vilo, sino que propicia que griten, desaforadamente y sin sordina, el dolor de sus penas, la causa de sus quebrantos, su alienada condición de victimarios.

En este sentido, su dramaturgia no se queda en la mera disección de los acontecimientos y de los seres retratados, bajo el dominio de lo pretérito y muerto, sino que trasciende a ese grado de vivisección que señala y exacerba la totalidad del problema, sin prejuicios ni eufemismos de índole alguna, de la voz de quien en su personal testimonio de los hechos busca ahondar en las causas y los efectos, porque el artista de adeveras pretende volver al orden lo que es caos. Es lugar común decir que dramaturgos como Rascón Banda son pesimistas, que se solazan con el dolor, cuando en verdad se erigen como esa cada vez más escasa pero por lo mismo necesaria estirpe de quienes, conscientes de su condición transgresora, para nada complaciente, persiguen el ulterior propósito de contagiar su indignación frente a los más denigrantes abusos y desigualdades sociales, con el único afán de despertarnos del marasmo y así virar el rumbo que pareciera irremediablemente conducirnos como humanidad al abismo.

Desde hace varios años y en muchas ocasiones he escrito sobre el teatro siempre frontal y aguerrido de Víctor Hugo Rascón Banda, uno de nuestros dramaturgos más lúcidos y visionarios, referente indiscutible del alentador desarrollo y la consagración definitiva del quehacer escénico mexicano contemporáneo. En su escritura confluyen la denuncia incisiva, el sapiente empleo de todos aquellos recursos de la invención teatral, un impecable uso del lenguaje, con la inteligencia como vigía que identifica y cuestiona, que desmitifica e inquieta, que penetra y conmueve, como ingredientes torales en la voz de un dramaturgo capaz de poner siempre el acento en algunos de los ángulos más grises de la miseria humana.

Autor siempre inquieto y propositivo, comprometido en la búsqueda de nuevos cauces de expresión, atento en dar rienda suelta a una creatividad inagotable y un oficio de escritor sin descanso (“escribir o morir”, en atinadas palabras de Rilke), cada nuevo texto suyo representaba una revelación. En un también natural viraje que fue yendo de lo extrovertido a lo introvertido, de lo social a lo intimista ––en términos del teórico Levin Schücking––, no faltan tampoco en su teatro siempre aleccionador aquellos textos que apuntan hacia el diálogo del ser consigo mismo, hacia situaciones en la cuales el individuo sufre y mira pasar su personal experiencia de ser solitario que se interroga y cuestiona en derredor de sus propias conquistas y miserias, en su naturaleza de ente cuya racionalidad lo empuja inexorablemente a intentar por todas las vías posibles descifrar los enigmas aparejados a su condición de ser sensible, imperfecto y mortal.

Todas estas aristas de su mejor teatro están manifiestas en un muy valioso proyecto editorial que tuve la enorme fortuna de acompañar con el sapiente investigador Enrique Mijares y otros no menos ilustres especialistas reunidos en torno a la figura y la obra del entonces recientemente desaparecido gran dramaturgo chihuahuense, con los auspicios de una administración estatal que me consta hizo historia en materia de promoción cultural, porque por esas épocas se echó a andar un Festival Internacional sin precedentes, se inauguró un gran teatro en Ciudad Juárez llamado precisamente “Víctor Hugo Rascón Banda” y se llevó por primera vez a la entidad una Muestra Nacional de Teatro también con la imagen de nuestro querido y admirado gran personaje como figura a recordar. ¡Muy querido y admirado amigo, defensor a ultranza también de los derechos de tus iguales por muchos años al frente de la Sociedad General de Escritores de México que presidiste con los mismos valor y honestidad con que promoviste tantas causas en tu calidad de hombre siempre probo y generoso, muchas veces incluso con tu propia salud de por medio, siempre me resulta imposible evocarte sin lágrimas en los ojos!