En los últimos años el aumento sin precedentes en el envío de remesas a México ha incentivado distintos análisis, pero también controversias, relacionadas con las razones de este aumento, los impactos que pueden tener a nivel microeconómico, mesoeconómico y macroeconómico, así como el uso indirecto que el gobierno puede darles.

En lo que va del sexenio, el envío anual de remesas se ha incrementado 73.7 por ciento, al pasar de 36,439 millones de dólares en 2018 a 58,510 millones en 2022 de acuerdo con datos del Banco de México. Este monto duplica los ingresos por turismo extranjero y supera a los provenientes de la exportación de petróleo crudo y a la IED. Su tamaño medido con relación al de la economía también se ha incrementado, mientras que en 2018 representaban 2.8 por ciento del PIB, para 2022 representan 4.1 por ciento.

Al revisar estos datos parecen todos positivos; sin embargo, en la revisión más profunda de los mismos nos encontramos con controversias y preguntas que nos hacen reflexionar sobre el impacto que los flujos de remesas a nuestro país tienen en la economía.

Basta preguntarnos si las remesas aportan o no al crecimiento económico generando efectos multiplicadores de bienestar en la economía; si en realidad las remesas mejoran las condiciones de pobreza que imperan en nuestro país; o si impulsan el empleo y la actividad laboral o simplemente la desincentivan, haciendo de la migración el único modo de sobrevivir.

Las remesas pueden tener un impacto positivo en la estabilidad económica y financiera del país; la entrada constante y creciente de divisas fortalece la balanza de pagos, aumenta las reservas internacionales, reduce en cierta medida la dependencia de la deuda externa y como ha sucedido en los últimos 12 meses, aporta a la sobrevaluación del peso frente al dólar, lo que hace perder competitividad a las empresas; no obstante, dado que en su mayoría estos recursos se destinan al consumo directo, pueden ser factor de presión a la inflación y aumento de la demanda de importaciones.

Estimaciones censales recientes indican que en Estados Unidos habitan más de 10.7 millones de migrantes mexicanos documentados e indocumentados de todos los estratos. Según estudios elaborados por el CEMLA, para casi el 30 por ciento de las familias receptoras de estratos bajos, las remesas representan la principal fuente de ingreso del hogar, lo que resalta la importancia de este fenómeno al grado de poder equipararlo a un ingreso laboral, si bien no se considera así, mucho menos se contabiliza en las cuentas nacionales.

Para este segmento de la población receptora, las remesas se destinan básicamente para la subsistencia. Encuestas realizadas por el CEMLA y el Banco de México en distintas épocas revelan que las familias gastan en promedio el 90 por ciento en manutención, seguido de salud, educación y gastos de la vivienda, lo cual se puede considerar como un gasto improductivo.

Los migrantes tienden a aumentar el monto de las remesas en épocas de dificultad económica o de crisis en sus familias, como sucedió en el país a raíz de la pandemia, situación que explica el impresionante aumento registrado.

El monto promedio mensual por envío para 2022 fue de US$389; si bien esta cantidad aporta a la economía familiar, en realidad no ha abonado a la movilidad social y a permitir que un mayor número de familias e individuos se liberen del flagelo de la pobreza, los datos que el CONEVAL ha publicado sobre pobreza y su dinámica en los últimos años lo comprueban y son contundentes.

Los datos que resultan de la Encuesta Nacional Ingreso-Gasto de los Hogares del 2020, los del CONEVAL y los de BANXICO, en muchos de los casos suelen no ser consistentes; si el total de remesas recibidas en los últimos años hubiera tenido un destino productivo y claro, es probable que los niveles de pobreza y marginación fueren en estos momentos muy diferentes.

Controversial resulta la posición del gobierno con relación a las crecientes remesas y con el propio fenómeno migratorio. Evidentemente apuntalan el discurso de la estabilidad financiera con un peso fuerte, también el del apoyo de los paisanos al cambio que se abandera.

Dicho lo anterior, cabe preguntar si es objetivo del gobierno revertir la tendencia migratoria, como en cierto momento se dijo, procurando al sur sureste o si se ha preferido sustentar la estrategia de desarrollo y superación de la pobreza en los migrantes y sus familias; además de considerar cuánto tiempo podría durar esta estrategia si la economía norteamericana no tiene buenos augurios en el corto plazo.

Más aún, México requiere elaborar planes de acción concretos que permitan un mejor uso y destino de las remesas; que generen riqueza, empleo, bienestar y que no se usen como un simple amortiguador social de las tareas pendientes de la sociedad mexicana.

El autor es presidente de Consultores Internacionales, S.C.®