La economía mexicana, como otras del mundo, está en recuperación de los efectos contrarios que la pandemia, los conflictos geopolíticos y la ruptura de las cadenas de suministro provocaron durante los últimos tres años, todo en medio de un cambio tecnológico cuya velocidad es imparable. El dinamismo se ha retomado, pero con reservas. Las fuentes del crecimiento tanto internas como externas han mostrado altibajos y claroscuros, lo que dificulta lograr una resiliencia más constante.

Al primer trimestre la economía creció 1.0 por ciento respecto del último trimestre de 2022, en términos anualizados significa un aumento de 3.7 por ciento en términos reales, ¿Es un buen dato? Una respuesta asertiva es recordar que en economía lo importante es la tendencia y la sostenibilidad, una cifra aislada sin contexto no dice mucho.

Si bien es el mejor registro trimestral en un año, la tendencia es que se reduzca el ritmo de crecimiento de los trimestres subsecuentes ante la debilidad de los factores externos que lo sostienen como lo es la demanda de exportaciones.

De igual forma para crecer sostenidamente es necesario el impulso de los motores internos como son el consumo y la inversión. En este contexto el consumo se ha mostrado resistente, ello a pesar de la alta inflación que desde el año pasado había venido distorsionado los mercados, destacando los elevados precios de los alimentos.

La confianza del consumidor se ha mantenido especialmente en el corto plazo, y se esperaría que fuera incrementándose a medida que se siga contiendo el aumento en los precios, a través de una mayor oferta de bienes, lo cual está relacionado directamente con el comportamiento de la inversión.

A lo anterior habría que agregar que las altas tasas de interés, producto de la política antinflacionaria, ha encarecido el financiamiento, lo que puede ser factor para reevaluar nuevas inversiones nacionales y consumo de bienes duraderos; y por su parte, la “fortaleza” del peso frente al dólar, que es un arma de doble filo porque beneficia al importador, pero perjudica al exportador.

Ahora bien, el crecimiento del PIB es el instrumento para medir el desarrollo siempre y cuando se acompañe de una medición del desarrollo social y del cuidado del medio ambiente.

Sin duda el país tiene pendientes que atender entre las que se encuentran las profundas y crecientes desigualdades socioeconómicas y territoriales que continuamente salen a la luz, y que representan obstáculos al desarrollo. Así mismo destacan las señales contradictorias sobre la seguridad jurídica de las inversiones y el estado de derecho; estimaciones conservadoras como las del INEGI a través de las encuestas de victimización, establecen el costo de la delincuencia en 1.5 por ciento del PIB.

En otra dimensión pero sin dejar de ser factor, no se puede dejar de mencionar el entorno de crispación política producto de las diferencias entre dos de los poderes de la unión y la inoperancia técnica en la que han quedado órganos autónomos de vigilancia, regulación y control autónomos especialmente los que tienen injerencia directa en el desempeño de las actividades económicas, amén del adelantado proceso electoral que puede elevar las tensiones políticas, el uso divergente del gasto público y la propia inestabilidad social y política.

El comportamiento del primer trimestre es alentador en términos económicos, pero se requiere consolidar y elevar el ritmo de crecimiento a lo largo del año, tarea enorme pero lograble si hay consenso del papel que cada actor político y económico debe asumir.

La meta debe ser el desarrollo, concepto asociado con la calidad de vida de la población y no sólo con la producción.

El autor es presidente de Consultores Internacionales, S.C.®