Con motivo del centenario del natalicio de la diva de divas Maria Callas (Nueva York, 1923-París, 1977), he vuelto a ver con gozo el relativamente reciente documental Maria por Callas: En sus propias palabras, del joven y talentoso fotógrafo francés Tom Volf. Su debut como realizador, con tales pasión y entusiasmo se entregó a esta auténtica pesquisa de diversos materiales unos conocidos y los más inéditos (grabaciones, documentos, entrevistas, imágenes, videos, cartas y comentarios de otros personajes cercanos y emblemáticos) por diferentes países del mundo donde se ha no sólo mantenido sino acrecentado el culto callasiano, que el resultado ha sido un documento de inconmensurables valía y belleza.

Y uno de los mayores atributos de este hermoso y vívido documental estriba precisamente en que su realizador le logra dar voz propia a la mujer apasionada e inteligente, a la artista grandiosa e incomparable. El quehacer operístico del siglo XX no sería el mismo sin la emblemática figura de su diva por antonomasia, quien no sólo pasó a la historia por su revolucionaria forma de crear versiones inéditas sobre todo de los repertorios belcantístico y verista (con Bellini, Verdi y Puccini a la cabeza), sino también por su vida al mismo tiempo tempestuosa y enigmática, icónica y desgarradoramente conmovedora como los personajes que abordaba con honda y electrizante verdad tanto músico-vocal como histriónica, convirtiéndola en el modelo de la “cantante total” que tantas otras han si acaso intentado emular con mayor o menor fortuna.

El resultado es un documental envolvente que subvierte la imagen clásica construida en torno a La Divina, porque ya no es la suma de tantas contradicciones que en torno a su personalidad y a su arte se han ido construyendo con mayor o menor verdad, sino de cara a la visionaria artista cuya superior inteligencia la llevó a convertir sus limitaciones en logros, sin tampoco nunca renunciar a mostrar sin cortapisas su no menos ambivalente ––por humana, tan enérgica como frágil–– condición emocional. Muy emotivo e ilustrador es escuchar a otros personajes ilustres más o menos cercanos a ella como los realizadores Franco Zeffirelli ––la dirigió en célebres montajes––, Vittorio De Sica, Luchino Visconti o Pier Paolo Pasolini con quien hizo una Medea ya de referencia, o su admirada maestra española Elvira de Hidalgo, o su tenor de cabecera Giuseppe Di Stefano con quien dejó registros memorables, o el actor Omar Sharif, o por supuesto el rico naviero griego Aristóteles Onassis quien siendo el gran amor de su vida y el motivo de su aislamiento de los escenarios y de su declive artístico, generosamente lo perdonó ya decrépito y desahuciado, luego de su ostensible fracaso marital con Jacqueline Kennedy.

Gracias a su admirable y amplio registro, a sus enormes virtudes vocales y su elocuente talento actoral, en su más bien corta pero intensa carrera pudo abordar un amplio y variado repertorio que iba desde personajes para soprano ligera como la Lakmé de Delibes o la Semíramis de Rossini, hasta otros no menos exigidos para soprano dramática como la Lady Macbeth de Verdi o incluso la Brünnhilde de Wagner, incluidos roles célebres para mezzo como la Carmen de Bizet o la Dalila de Saint-Saëns.

Las nuevas generaciones que no sepan de ella o sólo hayan escuchado su nombre podrán entender por qué este fenómeno ha permanecido o incluso se ha acrecentado, con lo que el talento indiscutible de Volf contribuye a dimensionar la leyenda de quien creara versiones soberbias e imperecederas de obras que ella extrajo del injusto olvido como por ejemplo La Wally de Catalani, o Ifigenia en Táuride de Gluck, o Ana Bolena de Donizetti, o Medea de Cherubini, sin olvidar otros clásicos que con su maravillosa voz se convirtieron en versiones hasta ahora insuperables como Norma o La Sonámbula de Bellini, o Lucia di Lammermoor de Donizetti, o La Traviata o Aida de Verdi, o La Gioconda de Ponchielli, o por su puesto Tosca de Puccini.

Aparte de registrar algunas de las presentaciones y grabaciones ya paradigmáticas de la gran diva, por lo mismo insustituibles aún después de la década de los cincuenta que fue cuando alcanzó su esplendor, cuando no es la voz de la propia Callas, quien en su nombre se expresa es la estupenda actriz francesa Fanny Ardant que le dio vida en la más ficcional cinta Callas por siempre, del 2002, de su entrañable Franco Zeffirelli.

La Callas marcó un antes y un despues en el mundo de la ópera, incluido como referencia el apoteósico y célebre Mi bemol al final del segundo acto de Aida, de Verdi, que dio en su debut en el Palacio de Bellas Artes, el 23 de mayo de 1950. Tom Volf se ufana de pasar a formar parte del amplio séquito de devotos admiradores que en torno a esta artista suprema se han congregado desde que se diera a conocer y saltara a la fama a mediados del siglo XX. Yo mismo confieso pertenecer a esta especie de cofradía en torno a esa gran leyenda que por fortuna dejó muchos testimonios tanto discográficos como en video, como prueba fidedigna de su grandeza.