En colaboraciones recientes he señalado que debe avanzarse hacia un nuevo orden internacional, que sea representativo de la realidad global. En esa línea, he mencionado la importancia de valorar los equilibrios reales de poder y los alcances y límites de las herramientas con que cuentan los organismos multilaterales para atender retos vinculados con la paz, bajo una óptica multidimensional de la seguridad, que tenga como eje el desarrollo sostenible. El asunto es muy complejo y exige el concurso responsable y no ideologizado de todos los gobiernos. En momentos en que los individuos como tales son actores fundamentales, en este ejercicio no podrían faltar la sociedad civil y tampoco las personas académicas.

El esbozo del tema demanda considerar aspectos estratégicos y los intereses concretos de todos los estados, así como factores de ruptura, continuidad y estabilidad económica, política y social. Abrevando de la experiencia, pero sin regresar al pasado y con visión de futuro, habría que abordar también detonadores de crisis y conflicto y la mejor manera de administrarlos, de tal suerte que la negociación diplomática sea la huella pionera de cualquier proceso que busque desactivarlos y, así, evitar desencuentros, guerras y sus secuelas. Para los estudiosos, este enfoque reclamaría un trenzado particular de todos los componentes que son necesarios para apostar por una diplomacia previsible, de estabilidades y riesgos calculados. De ser así, se descartarían las diplomacias volátiles y acomodaticias que hoy acompañan a un orden liberal menoscabado.

Para integrar estas variables hace falta mucho diálogo y perseguir metas ambiciosas que atiendan desafíos impostergables, cuya solución exige rebasar mezquindades soberanas porque son del interés de toda la humanidad. Tal es el caso, entre otros, del cambio climático y la transición energética, la economía para el desarrollo, la tolerancia a lo diferente y, en sentido extenso, el diálogo respetuoso y constructivo entre civilizaciones. Y a propósito de tales metas, habría que ir más allá de los postulados de Samuel Huntington con su “Choque de Civilizaciones” y de Francis Fukuyama en su “Fin de la Historia”, entre otras razones porque parecen haber sido concebidos con ánimo de proponer, en el momento germinal de la posguerra fría, diagnósticos trasnochados y modelos de convivencia que no reflejan la pluralidad política y diversidad cultural de la humanidad.

Hay mucho que pensar para dotar de contenido estas líneas de innovación académica y contribuir a los cambios que necesita el mundo de hoy. Con creatividad, hay que desarticular narrativas y retóricas que fomentan ambigüedades, posponen cambios y mantienen el status quo. Así las cosas, es pertinente adoptar nuevos lenguajes en las universidades e instituciones de educación superior que estudian las relaciones internacionales. En un contexto de soberbia tecnológica, donde la inteligencia artificial avanza y parece someter a la humana, es prudente apostar por la interdependencia virtuosa y la más genuina coexistencia pacífica.

El autor es internacionalista.