En enero último, Francisco dirigió su tradicional discurso de año nuevo a los integrantes del cuerpo diplomático acreditado ante la Santa Sede. Como tema integrador, aludió al sexagésimo aniversario de la encíclica Pacem in Terris del Papa Juan XXIII. En esa ocasión el pontífice romano afirmó, sin contemplaciones, que “a pedazos”, hoy vivimos una tercera guerra mundial. Recordó, igualmente, la actualidad de la apelación del “Papa Bueno” a construir la paz con base en la verdad, justicia, solidaridad y libertad, variables que para ese recordado pastor están entrelazadas y son universales e inviolables.

Desde que Francisco pronunció este discurso, nada ha cambiado y el llamado a la paz de Pacem in Terris sigue incólume, porque el efímero encanto germinal de la posguerra fría ha sucumbido al cálculo político; al ahondamiento de la brecha entre ricos y pobres; a la promoción de intereses nacionales definidos en términos de poder y al unilateralismo. En este contexto, de poco han servido los progresismos, cuyas novedosas narrativas poco pueden hacer ante una globalización desordenada y selectiva, que polariza y margina. Para revertir este patrón, en especial la corrosión del orden liberal, cada vez con más frecuencia se conforman grupos de países con intereses comunes, que estimulan conversaciones y agendas particulares, a fin de suplir las limitaciones de los organismos de vocación universal para atender, entre otros temas, el del desarrollo. Aunque meritorios, estos grupos dejan ver la necesidad de transformar el sistema internacional, de tal suerte que, como decía Dante, se establezca un gobierno mundial que tutele el bienestar y la paz. Suena utópico pero no lo es porque ese ha sido, justamente, el objetivo nunca alcanzado de la Organización de Naciones Unidas (ONU).

En efecto, la atomización del sistema internacional contradice su vocación universal y confirma la incapacidad de las organizaciones multilaterales para atender los retos de hoy. Con ello en mente y para dotar de contenido pleno a la Carta de San Francisco, hay que hilar fino y combinar experiencia diplomática y reflexión académica a fin de ahuyentar fantasmas de guerra generalizada, reafirmar el orden jurídico mundial y promover el progreso social.

Las alarmas convocan a revisar políticas nacionales e internacionales que oponen el interés del Estado y sus poderes fácticos, al de la humanidad, es decir, al anhelo de supervivencia en un entorno sostenible y con buena gobernanza. Esta realidad debe abrir puerta a iniciativas transformadoras que revitalicen los propósitos de la ONU, recalibren sus tareas y fomenten un diálogo esperanzador e incluyente. El objetivo es restaurar la paz legítima, adoptar acciones que sanen las graves heridas infringidas al planeta Tierra y procurar que la globalización disperse sus beneficios en todo el orbe.

Al recapacitar a principios de año en Juan XXIII y Pacem in Terris, Francisco posicionó el capítulo de la paz en la cumbre de una conflictiva agenda, marcada por relaciones de fuerza entre los Estados. Porque la paz es responsabilidad compartida y sin paz no hay nada, es tiempo para usar el poder de tal forma que no la socave y la nutra con acciones auspiciosas, que abracen a todas y todos.

El autor es internacionalista.