La gobernanza mundial es importante y compleja, debido al universo de actores que participan en las relaciones internacionales. Esa gobernanza se complica aún más cuando se le añade el calificativo de “buena”, como si en las actuales condiciones fuera posible alcanzarla. No se trata de ser pesimistas, pero los problemas que aquejan a la humanidad son de tal magnitud que bien ameritan una reflexión sobre la pertinencia de refundar el orden liberal, de tal suerte que la mundialización sea menos caótica y se abra camino a un multilateralismo renovado y eficaz.

Cuando se fundó la Organización de Naciones Unidas, en 1945, había un considerable número de pueblos y países coloniales, cuya suerte estaba atada a los intereses de las metrópolis. Entonces no existía, como ahora, una sociedad mundial edificada alrededor del Estado moderno y de un sistema económico global. Atendiendo a esas condiciones, en su origen una de las principales tareas de la ONU fue materializar un orden internacional de vocación liberal, que estimulara el movimiento anticolonial y ofreciera a los estados condiciones mínimas de igualdad política y oportunidades de desarrollo, en especial a los menos favorecidos.

Aunque con deficiencias, con el correr del tiempo estos esfuerzos han homologado una forma de convivencia mundial sustentada en valores comunes y convicciones jurídicas coincidentes. No obstante, el orden liberal está agotado y ya no responde a los requerimientos de un mundo que reclama ordenar con precisión la interdependencia. En este contexto, se impone redefinir el concepto tradicional de soberanía, de tal suerte que, sin que el Estado pierda potestad para ejercerla, facilite la interdependencia virtuosa y corresponsable entre los propios estados y los demás actores de la sociedad internacional.

Replantear la política mundial no es reto sencillo. Para avanzar en esa línea, se requiere voluntad política e invertir la antigua lógica heredada de la era bipolar, según la cual, en temas cruciales de paz y seguridad, las potencias desprecian los espacios multilaterales y resuelven sus diferencias a nivel bilateral o en foros selectivos ad hoc. La difícil interacción de los estados, en un entorno globalizado, está llamada a detonar mecanismos efectivos para atender sus problemas y los de sus sociedades. Precisamente porque aumenta el desacuerdo sobre la mejor manera de conducir los destinos de la aldea global, hay que redoblar empeños para que personas, pueblos y naciones sean genuinos agentes de cambio. Para ello y como única condición, la convivencia internacional del porvenir no podría descansar en soberanías cerradas, sino abiertas y siempre dispuestas a poner por delante a la persona y sus derechos, así como al medio ambiente y su urgente recuperación.

Los de hoy son tiempos para hacer acopio de experiencia y no repetir errores. Con realismo, la sabiduría política y diplomática debe imponerse al unilateralismo e invocarse siempre que se trabaje a favor de la paz incluyente, genuina y perdurable.

El autor es internacionalista.