La espantosa pesadilla en Gaza, además del horror por la masacre contra los niños por las bombas de Hamás y el ejército de Israel, está impulsando el fanatismo criminal de la “guerra fría” que dividió al mundo en “occidentales” y “comunistas”.

Hoy más que nunca es necesario romper el cerco fanático que divide al mundo en enemigos (capitalistas, gringos, imperialistas, explotadores, etc.) y víctimas (pueblos originarios, oprimidos y demás)

Escribí hace casi 20 años en mi libro “El Otro Camino” FCE, México, diciembre 2006:

“Las grandes batallas de mi generación, tanto las del país donde nací y he vivido (perdón, pero mi cursilería no llega al extremo de llamarle “mi patria”) como las del resto del planeta, fueron casi siempre inspiradas en los ideales de libertad, igualdad y fraternidad. Aunque muchas veces las negáramos y las desdeñáramos por ‘burguesas’.

“Hoy me cae el veinte de la importancia de los ideales liberales como motor de los cambios conseguidos y los que están por venir. Unas izquierdas acordes al siglo XXI deben recuperar el pensamiento liberal para renovarse. Mirar al futuro y dejar que los muertos entierren a sus muertos. Superar el maleficio de convertirnos en estatuas de sal.

“Atreverse a dar las batallas contemporáneas, sumando fuerzas sin regatear a unos lo que se perdona a otros. Rompiendo con aldeanismos. Como dijera un anarquista catalán: ser nacionalista irredento es ser idiota. Vaya si lo es.

“Ya lo vivimos con Hitler, con el nacionalismo serbio, con el genocidio en Ruanda, con la criminal y absurda política de exterminio mutuo entre palestinos e israelitas”.

Si la interminable política genocida contra los palestinos prevalece, la imbecilidad de Hamás con su ataque terrorista, habrá conseguido una victoria de consecuencias muy graves para todo el planeta.

La complicidad con Hamás a nombre de una extraña neutralidad, no es otra cosa que la máscara autoritaria y de simpatía por las dictaduras del presidente Andrés Manuel López Obrador.

Darles la mano a los niños, mujeres, jóvenes y todo el pueblo palestino, es incompatible con el silencio ante la barbarie de Hamás y ello favorece a las tendencias más derechistas de Israel que encabeza Netanyahu y las posturas más bélicas dentro y fuera del gobierno de los Estados Unidos, de las tendencias imperiales en el Reino Unido y las racistas y nacionalistas de Francia, las imperiales de Rusia y del conjunto de corrientes derechista y proto fascistas en todo el mundo.

La necesidad de detener la barbarie del bombardeo al hospital Al Quds, exige no justificar a los autores de esa criminal acción terrorista provenga de donde provenga.

Coincido con Gilbert Achnar en su texto publicado por Viento Sur 18-10-23

La cuestión más importante de la concepción que tiene Hamás de la lucha contra la ocupación y la opresión israelíes no es moral, sino política y práctica. En lugar de servir a la emancipación palestina y ganar para su causa a un número cada vez mayor de israelíes, la estrategia de Hamás facilita la unidad nacionalista de los judíos israelíes y proporciona al Estado sionista pretextos para incrementar la supresión de los derechos y la existencia de las y los palestinos. La idea de que el pueblo palestino pueda lograr su emancipación nacional mediante la confrontación armada con un Estado israelí que es muy superior militarmente es irracional. El episodio más eficaz de la lucha palestina hasta la fecha fue sin armas: la Intifada de 1988 provocó una profunda crisis en la sociedad, el sistema político y las fuerzas armadas de Israel, y ganó para la causa palestina una simpatía masiva en el mundo, incluso en los países occidentales.

La última operación de Hamás, el ataque más espectacular que jamás se haya lanzado contra Israel, ha proporcionado una oportunidad para brutales represalias asesinas en un prolongado ciclo de violencia y contraviolencia. Lo que se vislumbra en el horizonte es nada menos que una segunda etapa de la Nakba -catástrofe, en árabe-, que es el nombre dado al desplazamiento forzoso de la mayor parte de la población autóctona palestina de los territorios que el recién nacido Estado israelí logró conquistar en 1948. El actual gobierno israelí, que incluye a neonazis, está dirigido por el líder del Likud y heredero, por tanto, de los grupos políticos que perpetraron la masacre más infame de palestinos en 1948: la masacre de Deir Yassin. Benjamin Netanyahu encabezó la oposición a Ariel Sharon y dimitió del gabinete israelí dirigido por este último en 2005 cuando Sharon optó por la retirada unilateral de Israel de Gaza. Poco después, Sharon abandonó el Likud, que Netanyahu lidera desde entonces.

La extrema derecha israelí liderada por el Likud ha perseguido sin descanso su objetivo de un Gran Israel que abarque todo el territorio de la Palestina bajo mandato británico entre el mar Mediterráneo y el río Jordán, incluidas Cisjordania y Gaza. Sólo unos días antes de la operación de Hamás, Netanyahu, durante su discurso en la Asamblea General de la ONU, blandió un mapa del Gran Israel, una señal deliberada que no pasó desapercibida. Por eso, la orden dada a la población del norte de Gaza de desplazarse hacia el sur es mucho más que la habitual excusa hipócrita para la destrucción deliberada de zonas pobladas por civiles, mientras se echa la culpa a Hamás acusándola de parapetarse tras la población civil (una acusación absurda, por cierto: ¿cómo podría existir Hamás en el desierto, fuera de las concentraciones urbanas, sin ser aniquilada por los muy superiores medios de guerra a distancia israelíes?)

Estamos ante el desafío de construir una ruta distinta al fanatismo.