Compositor italiano injustamente olvidado, la gran diva por antonomasia Maria Callas contribuiría notablemente al rescate de la obra de Luigi Cherubini (Florencia, 1760-París, 1842) cuando, a mediados del siglo XX, puso en repertorio su drama lírico en tres actos Medea. Su libretista François-Benoît Hoffmann se había inspirado a la vez en las sucesivas tragedias de Eurípides, Séneca y Corneille, y fue tal el impacto del personaje en “La Divina” y de su propia versión de la ópera, que en 1969 la llevó Pier Paolo Pasolini al cine, en un muy personal acercamiento sobre todo al original ––por cierto, sin la música de Luigi Cherubini–– del gran trágico helénico. Su más declarado admirador y su entrañable amigo, como los otros también célebres cineastas italianos Luchino Visconti y Franco Zeffirelli, la Medea de Pasolini supone una mezcla de crueldad e inocencia, de barbarie y sentido de lo sublime, de un enfrentamiento rijoso entre el mundo de las emociones y aquel dominado por la razón.

Autor también de otros dramas de inspiración clásica como Alessandria y Quinto Fabio, como compositor de cabecera de los teatros de Toscana, Roma, Venecia y Mantua, Cherubini se estableció desde 1787 en París, donde compuso varias títulos sin éxito, hasta el estreno en 1791 de su Lodoïska (el mismo año de la muerte de Mozart), si bien su citada posterior Medea pasó más bien sin pena ni gloria. Invitado a principios del siglo XIX para escribir y dirigir una ópera en Viena, Fanista, tampoco tuvo en tierras austriacas el beneficio de la duda, más allá de que dos músicos de valía como Haydn y Beethoven se estusiasmaran públicamente con esta y otras partituras de Cherubini.

Muy deprimido, a su regresó a París tomaría la difícil decisión de dedicarse a la pintura y a la botánica, más allá del espaldarazo de sus importantes colegas en Viena. Llamado otra vez por su verdadera vocación, pocos años después volvió a la composición sobre todo con música religiosa, si bien en el inter escribió de igual modo la ópera Les Abéncerages y comenzó la serie de sus interesantes cuartetos para cuerda. Por esos años la Sociedad Filarmónica de Londres le encargaría una sinfonía, una obertura y una composición para coro y orquesta, con lo que se restableció su confianza y a la larga se consolidó su prestigio.

La caída de Napoleón y la Restauración contribuyeron a este restablecimiento de su carrera musical en Francia, primero como Superintendente de la Música del rey y después como director del Conservatorio. En este contexto le solicitaron componer una misa para la coronación de Carlos X, para dedicarse luego sólo a la enseñanza donde tuvo discípulos de gran talento como Auber y Halévy. Murió en París ya octogenario, y su también discreta pero hermosa tumba en el famoso cementerio Père Lachaise, en la sección VII de la división 11, fue ideada por el arquitecto Achille Leclère, con un sobresaliente grupo escultórico (“La música”) presidido por un busto del compositor.

A contracorriente de los modelos musicales predominantes en el París de su tiempo, la austeridad y el elevado idealismo característicos de la música de Cherubini fueron los que precisamente interesaron a músicos de la categoría de Haydn y Beethoven durante su breve y más bien accidentado paso por Viena; Callas misma destacaba el hondo lirismo de su lenguaje, que en Medea alcanza su paroxismo. Estrenada en el Théâtre Feydeau, entonces tuvo una más bien fría recepción y no se repuso sino hasta muchísimos años después. Violentada su estructura original en las escasísimas reposiciones que tuvo durante el siglo XIX y la primera mitad del XX dentro y fuera de Francia, se cantaba sobre todo en traducciones ya fuera al italiano o al alemán, y con diálogos hablados en reemplazo de sus recitativos. Sería hasta con la citada reposición de la Callas cuando vovió a montarse tal y como la había concebido su autor, si bien para ella se retomó la versión híbrida en italiano que se había considerado para su reposición en La Scala de 1909 con Ester Mazzoleni.

Una de las óperas predilectas del propio Johannes Brahms que percibía en ella su decantado interés por los modelos clásicos, y además de los mencionados Haydn y Beethoven, se sabe que la escucharon ––y leyeron–– de igual modo con deleite, atraídos entre otros motivos por su singular independencia, Weber, Schubert, Spohr y hasta Wagner. Después de “La Divina”, las sopranos reconocen la naturaleza heroica del personaje y sus tremendas exigencias tanto vocales como dramáticas. Siempre por debajo de la Callas (su éxito fue tal, que estuvo toda una semana durante la temprada 1953-54 de La Scala, con Leonard Bernstein en el podio), por supuesto, quien tuvo en este rol uno de sus más apoteósicos triunfos, sumó de igual modo a las carreras de Dame Josephine Barstow, Eileen Farrell, Gwyneth Jones, Magda Olivero, Leyla Gencer, Leonie Rysanek, Anja Silja, Maralin Niska, Marisa Galvany, Montserrat Caballé, Sylvia Sass, Shirley Verrett, Dunja Vejzovic y la más joven Phyllis Treigle que tuvo el plus de rescatar la versión original restaurada.

De vuelta a los escenarios en el Teatro Real de Madrid, para inaugurar su temporada 2023-24, y en mucho también para contribuir a la conmemoración del centenario del natalicio de Maria Callas, una nueva produccción de Medea, de Cherubini, ha servido para acabar de poner el nombre de la soprano italiana Maria Agresta en el candelero. Discipula destacada de Maria Kabaivanska, ha confesado que la figura de la propia Callas fue determinante al momento de definir su vocación y lo que quería hacer en los escenarios, donde ya ha interpretado algunos de los más importantes y complejos roles para soprano dramática. La primera puesta de esta difícil y justamente revalorada gran ópera de Cherubini, ha representado para la cantante italiana, y para las otras dos voces que intercalan el protagónico, la española Saioa Hernández y la también italiana Maria Pia Piscitelli, uno de sus mayores exámenes líricos, para corroborar por qué la gran diva griego-neoyorquina la consideró entre las más exigentes de su carrera, sobre todo en materia histriónica, porque aseguraba que quien se atreve a interpretarla tiene que entremezclarse con la música, acompañando el desarrollo dramático-poético al pie de la letra a través de los recitativos.

La rigurosa y acorde puesta del talentoso joven murciano Paco Azorín ha apostado por resaltar la profunda austeridad de la partitura de Cherubini, su riqueza lírico-dramática, y en esa línea están igual la escenografía apenas ilustrativa del propio Azorín, así como el vestuario de Ana Garay y la iluminación de Pedro Yagüe. Regularmente a la altura de las circunstancias, la Orquesta del Teatro Real ha estado bajo las órdenes de su actual titular, el también destacado clavecinista inglés Ivor Bolton, alguna vez titular de la Orquesta del Mozarteum de Salzburgo. El Jason lo han intercalado los tenores italianos Enea Scala, particularmente conocido por el repertorio de Rossini, y Francesco de Muro, toda una promesa en franco crecimiento. Otro sonado gran éxito del Teatro Real de Madrid.