Transcurrido un mes del feroz azote del huracán Otis, Acapulco trata de levantarse con pesadumbre y entre trastabilleos. Las tormentas y lluvias que le precedieron al fenómeno hidrometeorológico de categoría 5 en la escala de Saffir-Simpson, fueron el preludio del desastre de un núcleo no preparado enfrentarlo.

A las once de la noche del 24 de octubre, Otis tocó impacto a Acapulco (características de Otis). Las rachas de viento se fueron intensificando, al pasar los minutos. Ramas de los árboles y palmeras, laminas, tejas, tinacos, comenzaron a surcar al aire. Los vidrios de las ventanas no resistieron la presión y la lluvia comenzó a llenar el interior de las casas.

De ellas salieron, disparados muebles y diversos enseres. El suministro de energía eléctrica quedó suspendido. En algunos casos, los habitantes se arrinconaron en los baños escucharon al viento aullar, como una manada de millares de lobos, en su recorrido por la ciudad. Después comenzaron a escucharse golpes. Vetustos árboles y palmeras cayeron en toda su longitud, algunos como si una gigantesca mano los hubiera arrancado desde la raíz. También las parades de edificios de hoteles y condominios comenzaron a ser desgajadas dejando la estructura metálica al descubierto como una prueba de que alguna vez existieron.

Pasadas las tres de la madrugada, el vendabal comenzó a amainar pero la lluvia siguió cayendo. Ya no hubo manera de conciliar el sueño. Quien no vio salir disparado su colchón, lo tenía totalmente mojado. Acaso podría uno sentarse en el piso o permanecer en cuclillas temeroso de cerrar los ojos. Llantos y rezos fueron la manera de exteriorizar el pánico a que fue uno sometido. Se suplicó la llegada de la claridad y ella desesperó por su tardanza.

Al ir clareando el día, ya sin lluvia ni viento, se fueron revelando las pérdidas y la devastación. Quedarse boquiabierto y estar en llanto fueron las reacciones reiteradas. Comunicarse con familiares o para pedir ayuda fueron otro motivo de angustia. En algunas zonas, como en Rinconada, ubicada en Colosio, era necesario nadar para llegar de un punto a otro.

Acapulco pareció haber sido el blanco de una bomba. Los sitios más emblemáticos como el Parque Papagayo, el Club de Golf, restaurantes y discotecas, daban un aspecto ruinoso. Las calles estaban obstruidas por enormes árboles caídos, los que resistieron estaban inclinados en dirección al oeste, por donde quiera estaban montañas de basura y escombros.

Sin luz, ni servicios de telecomunicación ni transporte. Las terminales de autobuses foráneos y el aeropuerto imposibilitados para operar, lo mismo que el transporte público.

El que fue el destino preferido de las luminarias quedó destruido. En ese momento pareció no tener posibilidad alguna de ser reparado y por si fuera poco estaba manifestándose.

El OTIS de la barbarie

A pesar de los daños sufridos, la estructura comercial y de servicios pudo haber seguido operando unas horas después del paso del huracán, pero emergió el Otis humano, una expresión de una descomposición social. Personas embozadas armadas con barretas, martillo y cincel iniciaron la rapiña. Fueron secundados mayoritariamente por personas de clase media a elevada, padres acompañados de menores expresaban de manera cínica “vamos a rapiñar”. Llenaban autos y camionetas de lujo con la mercancía más diversa,

No solo se trató del saqueo sino de la aparición de otras conductas. Además de víveres, se llevaron artículos de lujo, autos, motocicletas, zapatos, ropa, muebles, medicamentos, todo cuanto hubiera en los locales. La rapiña se prolongó por tres días.

A la par del hurto de la mercancía, destrozaron los locales comerciales, despachos de profesionistas, salones de belleza, restaurantes y bancos como en un acto de resentimiento social y de desaprecio. Los cajeros automáticos además de haber sido abiertos fueron arrancados y llevados como trofeos.

Los cuerpos de seguridad fueron totalmente rebasados por las hordas que estuvieron actuando por toda la sociedad. Pareció una sociedad organizada para delinquir con un rechazo absoluto al Estado de derecho, no fueron pobres buscando evitar el morirse de hambre, sino un empoderamiento de la delincuencia.

Otros hábitos surgieron durante últimos treinta días: los caza despensas y los caza comedores comunitarios, en ambos casos participaron familias de diferentes estratos sociales. En el primero deambularon para ubicar dónde había camiones entregando víveres y se formaron hasta cuatro integrantes de una misma familia, algunas, posteriormente las ofrecían en venta a través de las redes sociales.

En el segundo caso establecieron rutinas para recorrer restaurantes durante el desayuno y la comida. No conformes con recibir la ración individual para el consumo en el local, llevaban trastos para llevar el alimento a casa.

 

El OTIS económico

El fenómeno hidrometeorológico afectó a 47 de los 85 municipios de Guerrero y fueron declarados zonas de desastre, en ellos habitan 2 millones 451 mil 335 habitantes, es decir 69.2 por ciento de la población total de la entidad (3 millones 540 mil 685 personas) de la entidad tuvo algún grado de afectación.

Acapulco es el municipio más poblado de Guerrero. La parte urbana y conurbada de la ciudad tiene una población superior a los 800 mil habitantes

la capital económica de Guerrero. De acuerdo con datos del INEG, concentra el 38.5 por ciento de la actividad económica de Guerrero.

En el saldo de Otis se estiman, de manera conservadora, daños a 363 inmuebles, 47, 627 locales comerciales y de servicios y 274 mil 502 casas habitación en la zona urbana y conurbada del puerto. 50 cadáveres identificados y 30 personas desaparecidas reportadas.

El 90 por ciento de los más de 25 mil cuartos de hospedaje sufrieron daños y no todos los hoteles son parte de las grandes cadenas por lo que algunos tendrán posibilidades limitadas para la reconstrucción.

El destino turístico constituye el 65.8 por ciento el PIB estatal pues concentra el 45.5 por ciento de las unidades económicas de las cuales la mayoría son de vocación turística y suman una plantilla de 307 mil 827 personas que representan el 19.3 por ciento de la fuerza laboral en la entidad. Sin embargo,

el volumen de las personas de bajos recursos que perdieron su patrimonio es enorme.