“Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”. Frase icónica e irónica que pone de manifiesto la compleja situación geopolítica del país y que nos ha dejado dos realidades históricamente trascendentes: la dependencia económica y la crisis migratoria. De la primera sólo apuntamos que la proximidad nos ha permitido de cierta manera desarrollar un ecosistema de producción industrial con alta complementariedad, pero con un comprador único en lo que respecta al comercio exterior, dependencia que se extiende a los ámbitos de los flujos de inversión, las finanzas, el turismo y la tecnología.

La segunda realidad que enfrentamos producto de la vecindad con la todavía economía más grande del planeta es la incontrovertible crisis de los crecientes flujos migratorios en tanto país de origen, como de tránsito y en los últimos años de destino, los cuales han alcanzado récords. México es el segundo país expulsor de migrantes nacionales, sólo superado por la India. Según cifras de las Naciones Unidas, los migrantes mexicanos pasaron de 9.5 millones en 2000 a 12.4 en 2010 y a 11.2 millones en 2020, teniendo como principal destino a Estados Unidos con el 97 por ciento seguido por Canadá, Alemania, España y Guatemala cada uno con menos del 1 por ciento.

Por la otra puerta, en los últimos veinte años, la población inmigrante en territorio mexicano aumentó en un 123 por ciento, pasando de 538 mil en 2000 a 970 mil en 2010 y a 1 millón 198 mil en 2020. En este contexto la dinámica migratoria ha evolucionado significativamente tornándose sumamente compleja. Se ha acrecentado el número registrado de migrantes en tránsito, especialmente en situación irregular y que, por el endurecimiento de las restricciones, permanecen más tiempo de lo esperado en el territorio mexicano.

En los últimos años se ha hecho patente una divergencia en los puntos de origen de los migrantes en tránsito hacia Estados Unidos que tradicionalmente provenían de la zona norte de Centroamérica (El Salvador, Guatemala, Honduras), y que se ha acrecentado con importantes flujos de originarios de Venezuela, Cuba, Nicaragua, Colombia, Ecuador, Haití, abarcando también países de África, Asia, y Europa (incluyendo Rusia y Ucrania). No sólo hombres o mujeres que buscan alcanzar el “sueño americano” para enviar remesas, ahora son familias completas con niños lactantes e incluso en gestación, lo que exacerba la crisis humanitaria que ello representa.

En el caso específicos de inmigrantes irregulares, es decir los que no pueden acreditar su situación migratoria, la dinámica es creciente en los últimos 5 años, tan sólo considerando a los que se les inició un procedimiento o que fueron canalizados a un albergue, pasó de 182,940 eventos (así clasificados por el INM) en 2019 a 441,409 en 2022 un 141.3 por ciento de incremento. Cabe señalar que a noviembre de 2023 el registro indica 686,732 eventos un 74.5 por ciento superior al mismo periodo de 2022, por nacionalidad se tiene que el 28.3 por ciento son venezolanos y el 15.5 por ciento hondureños.

Esta migración, aun cuando se identifique como en tránsito buscando llegar a los Estados Unidos ya sea de manera irregular o mediante la figura de asilo, permanece en el país muchas veces por tiempo indefinido generando impactos en la economía nacional. No se puede negar que cuando un país requiere de inmigrantes para solventar los requerimientos de una creciente demanda de mano de obra permanente o temporal, se generan efectos positivos en términos de crecimiento, derrama y remesas para el país destino y el origen. La India y México son de los principales receptores de estos recursos en el mundo, en 2022 según el Banco Mundial el primero recibió 111.2 miles de millones de dólares, mientras que nuestro país registro 61.1 miles de millones.

En el otro lado de la moneda la migración irregular que esté recibiendo México tiene efectos menos positivos o francamente negativos en términos económicos. En primera instancia se amplían las de por sí ya grandes brechas de desigualdad social, generando presiones presupuestales para la atención de esta población flotante (especialmente en temas de salud y sanidad) y que cada vez se va incrementando. Por otro lado, el mayor tiempo de permanencia de los migrantes lleva a representar una competencia laboral desventajosa tanto para nacionales como para migrantes, estando estos últimos dispuestos a laborar en condiciones ínfimas gestando una suerte inseguridad económica y mayor desempleo en determinadas zonas.

Ciertamente la problemática migratoria va más allá del aspecto meramente económico, es sobre todo humano y son muchas las aristas que se pueden analizar y que nos llevan a considerar que, los migrantes que permanecen largos períodos en el país y que incluso llegan a desistir de continuar su camino hacia cruzar la frontera norte, pierden la ilusión del sueño americano y se enfrentan a la realidad de una pesadilla mexicana, situación que tristemente puede ser “mejor” que lo que enfrentan en sus países de origen.

Es importante enfrentar y solucionar el creciente problema mediante la instrumentación de políticas públicas migratorias y económicas claras y bien encaminadas, así como una visión incluyente de largo plazo para abordar estos desafíos y aprovechar las oportunidades que ofrece la migración en tránsito, pero especialmente de permanencia.

El autor es presidente de Consultores Internacionales, S.C.®