Lo importante es la ciudadanía

Ahora bien, el componente más importante para el funcionamiento del Estado constitucional y la división de poderes en los procesos electorales -y el funcionamiento del Estado- es la ciudadanía; el depositario esencial de la soberanía para su ejercicio en el acto de elegir representantes populares, que se aprecia con facilidad, y para efectos de evaluar la gestión y exigir cuentas.

No deja de llamar la atención que, si bien esta concepción es originaria de los textos constitucionales que reconocieron al pueblo como titular de la soberanía de la Nación, hay dos evoluciones dignas de observarse: la de la ampliación de la ciudadanía, hasta llegar a su universalización o casi en nuestro país, y la del establecimiento de nuevas avenidas no estrictamente electorales para su ejercicio, como el derecho de iniciativa de ley.

Textos constitucionales diseñados para una ciudadanía restringida por razones de instrucción o de patrimonio, que, con justo asiento en la igualdad esencial de las personas, conviven con procesos intermitentes, aleatorios y sin objetivos medibles y evaluables de formación cívica y política. La ciudadanía se amplía como conquistas de la evolución de la sociedad, pero los procesos de formación ciudadana van rezagados de esa vanguardia.

 

Ciudadanía y propaganda

Tomo una vertiente particular sobre el efecto de la propaganda gubernamental en los procesos electorales. En la presente gestión, el Ejecutivo es el mayor generador de propaganda (y a veces el único) y tiene el dominio de los medios públicos de comunicación.

Dos componentes saltan a la vista: el incumplimiento de la norma del artículo 6º para que el Sistema Público de Radiodifusión del Estado Mexicano otorgue espacios “a la expresión de la diversidad y pluralidad de ideas y opiniones que fortalezcan la vida democrática de la sociedad”, pues es el asiento del aparato de propaganda del régimen; y la distancia entre la norma que ordena que la propaganda gubernamental sea institucional y con fines informativos, educativos o de orientación social o, en otras palabras, neutral hacia el mosaico de las opciones políticas.

La propaganda gubernamental y el desequilibrio que produce en la formación de las percepciones de la ciudadanía transita por fuera de las normas y atenta contra el imperio de la ley. No hay, además, instrumentos eficientes de control, pues el funcionamiento de la mayoría en las cámaras lo impide sistemáticamente y la fiscalización superior no da cuenta del fenómeno en lo financiero y tampoco en lo político.

 

Las vertientes del proceso electoral democrático

Entonces, la importancia del Estado constitucional y de la división de poderes en los procesos electorales estriba en su vinculación con -al menos- cuatro vertientes: (i) la premisa indeclinable de la definición libre de influencia indebida de la ciudadanía sobre a quién otorgar el mandato; (ii) la generación de un clima adecuado para la competencia, que hoy no sólo implica la convivencia democrática con respecto a las normas, sino también la ausencia de injerencia por demás ilegal de la delincuencia organizada en la definición de candidaturas y el sentido de los votos; (iii) la disposición de información plural, equilibrada y sustentada sobre los asuntos públicos, así como de las diferentes opiniones existentes para adoptar la decisión de a quién otorgar el sufragio, en un entorno de dominio del Ejecutivo de la Unión de los medios públicos y de enorme influencia en los medios privados de comunicación; y (iv) el otorgamiento del mandato para efecto de las vertientes de su ejecución y de la rendición de cuentas; ejercer democráticamente las funciones e informar de la actuación para la evaluación objetiva de los resultados alcanzados y su vinculación con los objetivos propuestos.

Venturosamente, la participación electoral puede medirse; conocemos el padrón electoral y cuántas personas finalmente están en la lista nominal, y también los sufragios válidamente emitidos; quién es persona ciudadana, quién está al día para votar y quién finalmente lo hace. Todo ello se puede medir con precisión. Ahí está la distancia entre la ciudadanía reconocida por la Constitución y el ejercicio de la potestad soberana de elegir. Intensidad en una parte de la ciudadanía, reserva consciente o inconsciente en otra y ausencia en una más.

Medir el ejercicio de gobierno no cuenta con un instrumento cuantitativo similar. Aquí la evaluación es cualitativa y se encuentra en el mundo de la valoración a la luz de los principios democráticos y sus normas. Si bien podría ser cuantitativamente asequible la medición de los resultados alcanzados durante la gestión, la realidad nos enfrenta a procesos no atendidos, incompletos y hasta simulados. Sin embargo, uno y otro arrancan de la legitimidad electoral. Veamos el caso presente y en desarrollo del Estado de Nuevo León, donde el escenario de un gobierno dividido no trae aparejadas prácticas para su funcionamiento. Aquí la legitimidad de origen no ha ido acompañada de la legitimidad del desempeño.

 

Democracia o autocracia  

En el Estado constitucional y su implícita separación de los poderes, que es una de sus características, el cumplimiento de sus valores, principios y normas es indispensable por lo que se encuentra en juego: el pluralismo o el autoritarismo; es decir, la diversidad de ideas, la deliberación y la construcción de acuerdos para una convivencia incluyente, o la voluntad de una sola persona. O también la dicotomía entre la democracia o gobierno del pueblo y la autocracia o gobierno de una sola persona.

Al final, el Estado constitucional sustenta un régimen democrático que aspira a atender con equilibrio el reconocimiento y respeto a las libertades de las personas, la gestión activa de condiciones de igualdad de oportunidades y acceso equitativo a los servicios y el bienestar y el acceso expedito a la justicia conmutativa y la justicia distributiva.

Si los valores, principios y normas del Estado constitucional se vulneran o no se cumplen en los comicios, la afectación mayor es el deterioro y la pérdida del régimen democrático.