Género cinematográfico ahora mismo en boga, lo cierto es que en el cine siempre se ha manifestado un instinto voyerista por asomarse a la vida de personajes más o menos atractivos, y lo ha hecho con más o menos acierto, las más de las veces siguiendo fórmulas y estereotipos manidos, o bien, en el mejor de los casos, proponiendo nuevas y originales vías de expresión. En la segunda y más escasa lista se encuentra el hermoso e impecable largomentraje Á la belle étoilé (traducido aquí con el mucho menos poético título Azúcar y estrellas), del joven y talentoso guionista y realizador francés Sébastien Tulard que con esta ópera prima evidencia además amplios recursos y experiencia como director artístico y editor en activo.

Este singular biopic se ocupa de la vida azarosa y el encumbramiento casi épico del joven y no menos talentoso chef francés de ascendencia musulmana Yazid Ichembarahen, quien en circunstancias desfavorables pero con un llamado innato se aferró a aprender y a hacer carrera destacada en un medio particularmente competido: la respostería artística. A partir de un guión cuya primera fuente tuvo el libro de memorias escrito por el propio personaje en cuestión, Créer pour survivre, Tulard y su coguionista Cédric Ido se sintieron particularmente atraídos por el modélico ascenso de este joven de origen marginal criado entre una amorosa familia adoptiva y varios centros inhóspitos de asistencia social, rodeado por circunstancias de luz y otras de sombra, movido sólo por su instinto de sobrevicencia y su no menos irrefrenable  ––y por qué no inexplicable, por sus orígenes y ascendente–– gran pasión artístico-culinaria.

Y su realizador consigue un sobrecogedor documento exento de chichés y de excesos melodramáticos, de supeficial parafernalia amarillista, prevaleciendo en cambio la honestidad y el equilibrio, la creatividad y la magia, el llamado a la belleza y a la imaginación milagrosamente ––¡he ahí el gran hallazgo afortunado del arte!–– presentes en el ADN del protagonista sólo impulsado a mirar, sin prejuicios y sin resentimientos, hacia adelante. En este sentido, y más allá de inspirarse en la vida misma sin concesiones, con lo bueno y lo malo que pueda haber en ella, para huir así también de ese no menos simplista maniqueismo del cual adolecen muchas otras cintas, Azúcar y estrellas termina siendo una película gozosamente aleccionadora y ejemplar, a través de una puesta en escena donde de igual modo predominan la creatividad y la poesía implícitas en los actos más dignos de la vida, que por otra parte dan sentido y razón de ser al arte, siempre llamado, en su naturaleza, a volver al orden lo que es caos.

En ese tenor está el extraordinario trabajo del también influencer y bloguero Just Riadh como Yazid adulto, de quien el director ha conseguido sacar inesperados grandes recursos histriónicos, más allá de una simpatía y una personalidad que siempre agradece la pantalla. Además de actuación, sabemos que el aquí debutante actor Riadh aprendió un poco de cocina de manos del propio Yazid real, y en ambos casos, biografiado y director, con excelentes resultados. Si en el cine, el casting resulta ser una materia de vital importancia, la elección de los intérpretes del Yazid niño y el adulto dieron en el blanco, más allá de su mayor o menor parecido, así como los de los demás personajes de sus entornos inmediato e incidental, contribuyendo a la buena factura de una extraordinaria ópera prima que augura el más promisorio porvenir de quien ha sido alma y motor del proyecto, como una auténtica obra del llamado ––mucho menos frecuente, por desgracia­­–– cine de autor.

El propio mundo de la cocina ha sido un tema muy recurrente sobre todo en el cine francés, y podríamos decir que el largometraje de Sébastien Tulard, con las licencias creativas propias del buen cine de autor,  resulta más que digno y se inscribe en una más que honrosa tradición en la materia, desde El festin de Babette hasta La cocinera del presidente, desde Vatel hasta Ratatoile, desde El chef hasta Chocolat. A partir de la vida de un personaje en específico, de sus propias memorias sobre una difícil pero apasionante carrera de ascenso, Á la belle étoilé es una de esas películas que se disfrutan y se agradecen y se recordarán por su fina creatividad y su transparente frescura, por sus arriesgados y poéticos hallazgos en el terreno narrativo y en el visual, por su belleza formal y su nada grandilocuente manera de mostrarnos los agridulces sabores de la vida.

No sabemos qué vendrá por delante en la carrera del joven Sébastien Tulard, pero su Azúcar y estrellas, con la manufactura de un director que pareciera con muchos kilómetros de recorrido, nos hace suponer que muchas y otras muy buenas cintas, dentro de una super poblada producción de filmes en su mayoría para el consumo masivo, cuando no para colocarse en la lista de los que sólo aspiran, en el mejor de casos, a las nominaciones y a los premios. Sin ser tampoco una cinta de época, como el citado El festín de Babette, del danés Gabriel Axel, por ejemplo, la ópera prima de Tulard pruede verse de principio a fin con gozo, con placer, con esa buena sensación que sólo nos dejan las por desgracia cada vez más escasas produciones dentro de una industria cinematográfica preponderantemente comercial.