Transcribo las primeras líneas de la segunda entrega de la saga de Eva Otero, Una eternidad para Eva (Planeta, 2023) de Rodolfo Naró (Tequila, Jalisco, 22 de abril de 1967).

El nombre de Eva Otero hizo eco en cada rincón del hospital. Por lo menos así lo sintió Max Fiore al escucharlo, él también esperaba su turno. Eran las 8:19 de la mañana y el Hospital del Carmen revivía a cada minuto. La gente iba y venía, por el altavoz se escuchaba el nombre de algún doctor. Una urgencia. Max Fiore, sentado entre dos mujeres, una rubia igual que él y la otra morena, no podía desviar la mirada, seguía al milímetro todos los movimientos y gestos de Eva. También los de Dana, que estaba cerca de ella y le susurraba al oído. Max dedujo que la mujer y la jovencita que acompañaban a la chica herida eran su madre y su hermana. Eva notó el parecido entre Max y la mujer rubia, supuso que era su madre, aunque la morena se notaba más preocupada e impaciente que la otra. Eva también dedujo que eran extranjeros, sus rasgos no le parecieron familiares, pero no supo de dónde serían, hablaban poco entre ellos. Eva en ese momento no estaba para conjeturas, le molestaba que el chico buscara hacer contacto visual con ella, él la miraba y luego consultaba su celular, que sostenía con la mano izquierda. Tampoco era momento para ligar, se dijo Eva. Hasta que cedió y por un instante lo miró y luego rehuyó la vista. Notó las cicatrices de sus brazos y el ojo enrojecido y amoratado de Max, era un golpe fuerte. Eva sintió un leve escalofrío.

–¿Tienes hambre? –le preguntó Julia mientras texteaba en el celular.

Eva movió la cabeza, dijo que no. Tampoco tenía ganas de conversar ni tenía ojos para nadie. Le incomodaba la mirada de ese chico rubio.

–Prefiero estar de pie, estos sillones están muy blandos y siento que me hundo –le dijo a su mamá y se levantó, le dio la espalda a Max.

Eva vestía una blusa azul sin mangas y shorts del mismo color, pero en tono diferente. Max vio que ella tenía múltiples y pequeñas heridas en las piernas. Pronto notó que eran pinchazos ocasionados por infinidad de vidrios incrustados en la piel. Vio que Eva se sostenía el brazo izquierdo con la mano derecha. Adivinó un fuerte golpe. Poco a poco descubrió que la chica tenía más golpes en el cuerpo, que no sólo había sangrado de las piernas, supo que esa sangre había llegado hasta su cabello. Le pareció un cachorro herido. “¿Un accidente de auto?”, se preguntó. “No”, fue su respuesta. Notó que Eva tenía el cabello húmedo, “quizá se lo había intentado lavar”, pensó. “Los rastros de sangre son muy difíciles de esconder, si lo sabré yo”, se dijo.

Dana seguía insistiendo con la mirada, quería que Eva volviera a mirar al chico que tenían enfrente. No lo consiguió. Enseguida se levantó de su lugar, se alzó de puntas y le habló al oído a Eva. Max vio que la mayor asentía con la cabeza. Luego vio que le respondía y la menor, quien vestia jeans, Converse y, bajo la chamarra de mezclilla, una camisa de pijama de Hello Kitty, volteaba a verlo sin recato. Pero eso a él no le importó, daría lo que fuera porque la hermana mayor, la chica herida y de mirada triste, diera media vuelta y lo mirara. No sucedería así […]

 

Novedades en la mesa

Ganadora del premio Goncourt 2020, la novela de ciencia ficción La anomalía, de Hervé Le Tellier (Seix Barral), traducida por Pablo Martín Sánchez.