La dicotomía que presenta la cita con las urnas del 2 de junio entrante parece muy nítida para las personas más interesadas en la política y los comicios. Una propuesta de continuidad en la concentración del poder, la exclusión de quienes piensan distinto y la pretensión de que el resultado electoral es mandato popular para hacer gobierno sin valorar el mosaico de la pluralidad; autocracia populista.

En contraste, el planteamiento de quienes con antecedentes y pensamientos distintos y, en otro momento, antagónicos o con más diferencias que convergencias, sujetan sus discrepancias al objetivo de preservar las normas, las formas y los cauces de la convivencia democrática de la pluralidad. Ante la amenaza a las democracias electoral y en el ejercicio del poder, son componentes coligados del sistema de partidos para que el autoritarismo no impere; democracia pluralista.

Cierto que la competencia parece desequilibrada de inicio, pues el poder en turno carece de autocrítica y se obsesiona con la permanencia, al tiempo que la violencia de la delincuencia organizada no sólo afecta las libertades políticas de la ciudadanía, sino que cuenta con episodios no lejanos de actuación a favor de las candidaturas del partido en el gobierno federal para asegurar sus victorias en gobiernos estatales.

Cierto también que las personas ciudadanas hemos estado expuestas a un aparato de propaganda gubernamental sin precedentes, en un entorno de deterioro y desprestigio de las formaciones partidarias y su participación en el sistema electoral. Hay, desde luego, una polarización inducida desde Palacio Nacional que galvaniza los extremos y pugna por la no politización y la desmovilización de la sociedad. Se acompaña de la retórica de la ausencia de resultados por la falta de tiempo para alcanzarlos y promete hacerlo en un nuevo período presidencial.

Por un lado, las personas militantes en los partidos oficial y sus aliados y, por otro, las personas militantes de los partidos opositores; aquéllos en la búsqueda de que quienes obtienen beneficios de los programas sociales -en realidad subsidios presupuestales directos que el Ejecutivo Federal reivindica como liberalidades propias-, y éstos reducidos cada vez más a cuadros que arrostran el desgaste de quienes encabezaron administraciones pasadas o de quienes ahora los encabezan en las respectivas formaciones partidarias.

Unos dependientes del presupuesto y alentados por la propaganda gubernamental, y otros ante la realidad de la pérdida paulatina de votos y la convicción de que la suma de quienes fueron y volverán a ser adversarios es la única fórmula para resistir y para evitar la reinstauración del régimen de partido hegemónico y sus satélites legitimadores.

En ese escenario vale apuntar que la mayoría de las personas ciudadanas carecen de simpatía partidista; no la tienen hacia los componentes del bloque oficial y tampoco hacia los del bloque opositor.

Además, a partir de los últimos siete lustros se ha construido un sustento ciudadano antes inexistente, al menos en su dimensión y factores para su aparición y desarrollo. Son las personas ciudadanas que han ejercido su derecho al sufragio activo y pasivo en comicios libres, auténticos y sujetos a la ley. No perfectos, desde luego, pero de tránsito y desarrollo político hacia la democracia electoral. En una consideración, son las personas ciudadanas que definieron la derrota del gobierno en 1997 y la alternancia de partidos en la presidencia en 2000, 2012 y 2018, y que actuaron con madurez en el conflicto post electoral de 2006 y el triunfo del candidato del Partido Acción Nacional en una elección muy apretada.

En otras palabras, ante la consistencia de los militantes y simpatizantes de uno y otro bloque, la definición de la encrucijada en estos comicios está a cargo de la ciudadanía sin simpatías partidarias que ha ejercido sus derechos políticos y puede tener un efecto positivo en que otras personas lo hagan.

Hasta ahora, la ciudadanía con simpatías partidistas y sin ellas está sometida al desplazamiento de la política por la publicidad. Se busca la nota para que quien no conoce a la persona la identifique y para que siendo ya conocida se avance en la posibilidad de obtener la preferencia; impacto, titulares y frases que cautivan por instantes e incluso momentos, para ser reemplazadas por otras. Hay ausencia de substancia. Publicidad, no política, a la que suelen rendirse quienes aspiran a ser populares para obtener el cargo.

La publicidad es alimento para partidarios y simpatizantes que no nutre igual a quien tiene otro horizonte; va a su emoción, en el mejor de los casos, pero no a la identificación de sus causas para adoptar una actitud y ponerse en movimiento, por lo menos a la casilla el día de la jornada de votación, aunque idealmente habría que aspirar a más.

Como sostiene Roberto Wong Urrea, la elección la ganará quien sepa usar la información y los instrumentos digitales de hoy. El mundo ha cambiado, principalmente a la luz de las tecnologías de la información y la comunicación instantánea de voz e imagen; a casi toda persona puede accederse por esa vía y también puede conocerse su perfil dentro de la sociedad: edad, género, educación, ingresos, vivienda, seguridad social, por mencionar lo básico. Son los instrumentos para hacer política hoy con miras a una estrategia electoral consistente para obtener el voto de la ciudadanía.

Ese universo ciudadano está disperso en secciones y distritos electorales; no es homogéneo si apreciamos el microcosmos de cada distrito e incluso de cada sección. Si toda persona tiene un voto solamente y sus características son heterogéneas, sería indispensable identificar las causas que motivan o motivarían su compromiso con la participación política y el sufragio a favor de determinada o determinadas candidaturas. Y ese ejercicio, antes que buscar hacer “popular” a una persona o la popularidad efímera de una candidatura, requiere conocer a la ciudadanía y conocerla a partir de lo que la haría participar políticamente en el conjunto.

¿Cómo explicar a la ciudadanía no partidista que en los próximos comicios se juega la pervivencia de la vía democrática? No con publicidad para construir popularidad, sino con identificación de causas que la democracia puede atender y resolver. ¿Habrá campañas políticas o sólo campañas publicitarias? Para tener las primeras habría que poner el acento en lo político.