Del narrador, historiador, filósofo y periodista Carlos Tello Díaz (13 de febrero de 1962) transcribo las primeras líneas de su novela más leída, El exilio. Un retrato de familia (Debolsillo, 1993).

Porfirio Díaz (1911-1915). El 3 de agosto de 1914, al estallar la guerra en Europa, el general Porfirio Díaz descansaba con los suyos en el golfo de Gascuña. Desde los inicios del exilio, los Díaz acudían allí todos los años para pasar el verano en las playas de San Juan de Luz. En esa ocasión rentaron una pequeña finca con paredes de color pistache: la villa Briseïs. Habían hecho amistad cerca de San Juan con un pescador de origen vasco, Ignacio Lavaca, un hombre grande, gordo, que pescaba todas las mañanas con los nietos del general Díaz. Porfirio, su hijo, le regaló ese verano una barca de unos seis metros de eslora que llamaban Le canot à papa. La barca tenía un motor Bat de un solo cilindro que costaba mucho echar a andar. Por la madrugada, Lavaca les silvaba desde la playa para que salieran juntos a recoger las redes que sembraba durante la noche. A San Juan de Luz también llegó la guerra con aquel verano. El primero de agosto, dos días antes de que los prusianos marcharan a través de Bélgica, había sido ordenada la movilización. Durante todo el mes de agosto, el ejército alemán penetró por el noroeste de Francia, desde los Países Bajos, pero al abordar el río Marne su poderosa vanguardia llegaba debilitada por la decisión del general Helmut von Moltke, comandante en jefe, de proteger su retaguardia en la región de Lorena. En los primeros días de septiembre, los alemanes fueron por fin detenidos en las colinas de Val-de-Marne. El precio que se tuvo que pagar en la defensa de París, sin embargo, resultó descomunal: más de 250 mil soldados murieron en los ejércitos aliados que comandó tan mal el general Joseph Joffre […] Todos pensaban que las hostilidades iban a finalizar antes de Navidad.

Poco después de comenzar la guerra, a mediados de agosto, el general Díaz salió con su mujer hacia la ciudad de Biarritz. Ambos se reunieron allí con viejos conocidos suyos, exiliados también: los Casasús […] Tenían mucho de qué hablar en aquel verano. Justamente por esas fechas Venustiano Carranza acababa de llegar con sus ejércitos a la ciudad de México. En los primeros días de septiembre, con las noticias frescas, salieron juntos hacia el sur en dirección de Lourdes. Con ellos iban Manuel Sierra y Margarita Casasús, marido y mujer, con un niño de dos meses: Justo. En Biarritz habían solicitado al general que fuera con su mujer el padrino de su primer hijo. El 7 de septiembre, por la mañana, tuvo lugar el bautizo de Justito en la basílica de Lourdes. Nadie supo decir qué sentimientos embargaron al general Díaz mientras sostuvo entre sus brazos al nieto de don Justo Sierra, de todos sus colaboradores el único que le habló con la verdad. Tal vez al ver entonces a su nieto, tan frágil, don Porfirio recordara una vez más aquella carta –inolvidable– en la que Sierra le decía que su reelección significaba “la presidencia vitalicia”. Habían sido en su momento palabras muy duras, muy ciertas, que sin embargo no turbaron el afecto que por el presidente conservó toda su vida Justo Sierra.

 

Novedades en la mesa

Suite francesa (Salamandra), la novela escrita por la judía ucraniana Irène Némirovsky desde un campo de concentración y exterminio nazi. La traducción es de José Antonio Soriano Marco.