Especialista en “crímenes imposibles”, Edward D. Hoch (Nueva York, 22 de febrero de 1922-17 de enero de 2008) fue uno de los cuentistas más prolíficos del género negro y constante colaborador de revistas como Mystery Magazine de Alfred Hitchcock y Ellery Queen’s Mystery Magazine. Tan sólo con su nombre (usó varios seudónimos) publicó más de 450 historias. Transcribo las primeras líneas de su cuento “Ciudad fantasma”, que combina misterio y vaqueros.

Llevaba cabalgando medio día Ben Snow cuando vio, en el centro del rebaño de ovejas, que se destacaban como manchas blancas sobre lo gris del valle, al pastor solitario.

Metió espuelas al caballo para que apresurara el trote.

Cuando estuvo al lado del pastor, éste alzó los ojos sorprendido al parecer, y hasta poseído de un terror ancestral: un jinete desconocido, bandido o ladrón de ganado, es generalmente enemigo de las ovejas.

Pero Ben Snow no prestó atención alguna a los animales que se apartaban, balando, de su camino.

El crepúsculo se anunciaba próximo tras las colinas del poniente, y necesitaba encontrar sin dilación un refugio para pasar la noche.

–¿Está muy lejos el próximo pueblo? –gritó al pastor.

El hombre, un muchacho pálido de unos veinte años, miró con inquietud a Ben.

–Raindeer está justamente al otro lado de la colina.

Tras una pausa añadió:

–Pero usted no deberá quedarse allí.

–¿Por qué no?

Pasar una noche en un hotel, por malo que fuera, era preferible a pasarla a la intemperie.

–Raindeer es una ciudad fantasma.

–Eso a mí no me importa. Algunas veces me gusta estar solo.

–No me comprende, señor –dijo tranquilamente el pastor como si se dirigiera a un dandy de St. Louis–. Es una ciudad encantada, con un fantasma. Está hechizada… nadie se atreve ya a ir a Raindeer…

Ben sonrió al hombre.

–Bueno, creo que seré capaz de enfrentarme con un fantasma por una noche… ¡Muchas gracias!

Y el caballo volvió a ponerse al trote, asustando a las ovejas que iban delante de él.

A medida que avanzaba el aire se hacía más frío.

Era la hora del crepúsculo, siempre triste en estas planicies, pero especialmente lúgubre aquella tarde, que cabalgaba solo…

¡Si se dirigiera a un lugar determinado!… Eso no hubiera sido tan penoso. Pero marchaba al azar… huyendo. Desde hacía casi un año, según podía recordar, huía…, se alejaba cada vez más de lo que huía…

Al otro lado de la próxima colina.

Sí, el pastor le había dicho la verdad.

Una ciudad se extendía ante sus ojos, una ciudad de casas de madera, con una calle separándolas, una sola calle.

Hubiérase dicho un pueblo minero abandonado, excepto que no había minas en doscientos kilómetros a la redonda.

Cuando el caballo bajaba el sendero polvoriento se cruzó con un poste que soportaba un cartel maltratado por todos los vientos. Este cartel, que debía de estar plantado allí desde hacía numerosos años, atrajo su atención: “Sea bien venido a Raindeer, la ciudad que”.

Las últimas palabras estaban borradas por los años, sin duda.

No obstante, había una fecha, que parecía ser 1866.

Tal vez la ciudad fuese construida en ese primer año que siguió a la guerra de Secesión, cuando los hombres creían aún que lo peor había quedado a sus espaldas.

 

Novedades en la mesa

La nueva novela de Jöel Dicker, Un animal salvaje (alfaguara, 2024), traducida por María Teresa Gallego Urrutia y Amaya García Gallego se desarrolla a orillas del lago Lemán, en Suiza.