Con justificada inquietud, el Papa Francisco emitió el primero de enero pasado un mensaje con motivo de la 57 Jornada Mundial de la Paz, en el que aludió al tema de la inteligencia artificial (IA). En su texto, Jorge Bergoglio se refiere a la capacidad de las personas para realizar cualquier trabajo en ejercicio de su habilidad, talento, experiencia, libertad y conocimiento. En ese marco, el pontífice estima que cuando la IA contribuye al bien común y a mejorar la convivencia, su uso es deseable. Desafortunadamente, agrega, cuando tales tecnologías se ponen al servicio de la guerra o se conciben como parte de una realidad divorciada de la gente, los algoritmos distorsionan realidades y generan injusticias. En su mensaje, Francisco invita a un diálogo interdisciplinario, que acote la que él denomina dictadura tecnológica, para que los procesos de toma de decisión que involucran a la dignidad humana se alejen de datos fríos y abracen a las personas en su dimensión integral.

En efecto, el rápido desarrollo de la IA estimula el debate global acerca de sus fortalezas, debilidades y muy importantes implicaciones éticas. El tema no es menor; por primera vez en la historia, el progreso de la ciencia y la tecnología confronta y amenaza a la inteligencia sensible con algoritmos que desplazan el “sentido común” que se requiere para todo proceso informado de toma de decisión. Pensadores, líderes sociales, educadores y la sociedad en general, se cuestionan si la IA debe ser utilizada de forma recurrente para facilitar la vida, en un sentido amplio. Las respuestas, siempre disímiles y controvertidas, colocan en el centro de toda consideración a la persona, con su notable ingenio y enorme capacidad transformadora. Aunque es verdad que la ciencia y la tecnología están al servicio del hombre, el desafío que plantea la IA surge del planteamiento opuesto, es decir, del riesgo real de que el género humano se convierta en su rehén y, por ende, pierda el sentido de la objetividad y apueste por el mundo de la ficción.

La IA pasa por alto los Derechos Humanos y no tiene criterio para supervisar y establecer límites. Porque estimula la indiferencia y la realidad virtual, abre la puerta a formas inéditas de conflictividad política, social y militar. Ante las siniestras consecuencias de la utilización descuidada de la IA, la convocatoria del Papa Francisco alerta sobre la pertinencia de escribir más y teclear menos, así como de diseñar legislaciones nacionales e internacionales que protejan a la gente. En un mundo hipertenso y guerrerista, conviene recordar  a Albert Einstein y Bertrand Russell, quienes en su manifiesto del 9 de julio de 1955 expresaron inquietud por aquellos avances científicos que tienen potencial para destruir. Entonces, ambos afirmaron que debemos “considerarnos miembros de una especie biológica que ha tenido una extraordinaria historia y cuya desaparición no es deseada por ninguno de nosotros…” El uso irresponsable de la IA actualiza esta afirmación.

El autor es internacionalista.